13.9.25

Los cuatro de Copenhague, por Dora Lucena Ramírez

 Los cuatro de Copenhague

Obra ganadora de la Bienal Nacional de Literatura Apacuana 20241757721238482(1)(1)

Texto y fotos Dora Lucena Ramírez

En la Sala Román Chalbaud del Teatro Alberto de Paz y Mateos, la Compañía Nacional de Teatro estará presentando el estreno mundial de la obra Los cuatro de Copenhague, escrita por Lolimar Suárez Ayala.

Lolimar Suárez Ayala (Maracaibo) es periodista, dramaturga, directora de teatro, docente teatral y actriz. Recibió la Orden Rafael María Baralt a las Artes Escénicas 2023 y el Premio Nacional de Dramaturgia Lina López de Aramburu (UNEARTE) 2022. Como periodista ha recibido numerosos premios. Es Embajadora de la Lengua Española por la Fundación Museo de la Palabra César Egido Serrano (Madrid, España). Además, es tallerista de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, de Gabriel García Márquez. Varias de sus obras han sido presentadas en el exterior. En la actualidad imparte talleres de teatro para niños, jóvenes y adultos.

Los cuatro de Copenhague, nos presenta a Jesús Ivan, Popeye, Giuseppe y Mauricio, cuatro adultos mayores, de fuerte personalidad y con caracteres marcadamente disímiles. A pesar de tener ya 8 años conviviendo, estos personajes con la vida rota, solitarios, algunos de ellos ya marcados por la enfermedad, guardan secretos bañados de traumas. Sin embargo, son solidarios, mantienen una amistad incondicional, donde la esperanza está siempre presente. En su cotidianidad, añoran tiempos pasados, y anhelan aquello que la vida aún no les ha proporcionado. Durante su estancia en Copenhague, son atendidos en sus necesidades de alimentación, baño, salud, recreación por Vladimir, un hombre joven que permanece día y noche a su lado.

Las complejidades de la vejez, del amor, del dolor, y sobre todo de la muerte, son presentadas a través del humor, del sarcasmo, de las visiones, alucinaciones y sobre todo de metáforas.

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Esta obra cuenta con la dirección del actor y director Luis Domingo González quien realizó una puesta en escena minimalista que conjuntamente con la iluminación, vestuario, música y movimiento de elementos escénicos, permiten que el texto escrito cobre vida ante los ojos del público.

Gerardo Luongo, Andersson Figueroa, Luis Enrique Torres, César Castillo como personajes principales e Irmary Mota en el papel de la inolvidable Rosa María, realizan una excelente interpretación, con gran conexión con los personajes, reflejando su gran capacidad para transmitir emociones.

Representando a Vladimir están Gabriel Guzmán, Yoel Rodríguez, Lenín Antequera, Yoel Ramírez quienes realizan un trabajo sincronizado que le confiere toques de surrealismo y dinamismo a las escenas.

La iluminación realizada por Gerónimo Reyes, tiene un papel destacado marcando el paso del tiempo y contribuyendo en la creación de los ambientes y el tono emocional de la obra.

Para mayores de 12 años.

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11.9.25

Los cuatro de Copenhague, por Patricia Jiménez

 Los cuatro de Copenhague

Por Patricia Jiménez

El premio de dramaturgia en la Bienal Nacional de Literatura Apacuana 2024 lo mereció la obra Los cuatro de Copenhague, de la autora zuliana Lolimar Suárez Ayala. La Compañía Nacional de Teatro ha asumido en 2025 la producción de esta pieza, bajo la dirección de Luis Domingo González y la actuación protagónica de Gerardo Luongo, Luis Enrique Torres, Andersson Figueroa y César Castillo, quienes encarnan a hombres que han ido envejeciendo en la soledad y la añoranza.

El espacio en que transcurren y se entrecruzan las historias de cada uno de los personajes va llenándose de significados y descubrimientos que se revelan al público en una secuencia de relatos sólidamente construidos y enlazados. Los elementos escénicos que se presentan evocan remedos de vivencias comunes o fantásticas: ¿un hospicio, una cápsula espacial, un criadero de mariposas, un centro de reclusión, un hogar de ancianos, una dimensión imaginaria, un mundo surrealista? Por momentos, lo uno o lo otro, y la confluencia final de todo eso en la fórmula más simple y cotidiana, en esa realidad que habita detrás de cualquier pared en nuestras calles.

Aquellos cuatro seres, más allá de sus propias miserias, contradicciones y desavenencias, subliman y se aferran a sus recuerdos, exploran los caminos a su alcance para escapar del encierro que se imponen a sí mismos o al que han sido condenados por la vida, al tiempo que se reconocen a salvo solo allí y al tenerse. Durante dos horas gravita en la sala un contrapunto permanente entre el dolor y la belleza, entre la incomprensión y la solidaridad, la crudeza y la ternura, la decadencia y la esperanza.

Es curiosa la omnipresencia de las mujeres en este texto y sus derivaciones, y no hablo de la ansiada Rosa María (actriz Irmary Mota), colorida inserción en la trama. Me refiero más bien a las que pesan por su ausencia y por cuánto se las necesita. Madres, esposas, amigas, las muchachas… ese sentido del complemento en las hechuras del amor, de la alegría.

No nos dicen poco los silentes cuidadores (actores Yoel Rodríguez, Gabriel Guzmán, Lenin Antequera y Yoel Ramírez) que vemos moverse cuadriculadamente en los límites peligrosos que separan el automatismo de la humanidad, los Vladimires que asisten a los cuatro de Copenhague y que un día, con algo de suerte, también envejecerán.  

Incitante, inspiradora, provocadora de reflexiones, la obra de Lolimar Suárez nos adentra en cualquier geografía y se vale de signos muy venezolanos, pero que conversan en la universalidad de la esencia humana a través de las cartas, los juegos de mesa, las canciones, los papagayos (con sus tantos nombres según el lugar), la radio, las apuestas, la comida, la amistad y los anclajes que toda generación establece con sus remembranzas. Por todo eso, y por su irrenunciable capacidad de soñar, los cuatro de Copenhague hallarán una salida feliz y memorable.

Notas:

Forman parte del equipo de realización: Alejandro Capote (asistente de producción y sonido), Carla Báez (productora), Gerónimo Reyes (luminotécnico) y César Escalona (vestuarista). El director, Luis Domingo González, es responsable de la escenografía.

La obra es apta para mayores de 12 años y se presenta en la sala Román Chalbaud del Teatro Alberto de Paz y Mateo en Caracas, del 11 al 28 de septiembre 2025, todos los días a las 6 pm, excepto los domingos, a las 4 pm.

Las dos primeras imágenes en esta reseña fueron tomadas de:  https://albaciudad.org/2025/09/obra-los-cuatro-de-copenhague-teatro-alberto-de-paz-y-mateos/ y el resto de: https://www.instagram.com/ommproduccion/reel/DOdyK4YDabI/



 

 





Los cuatro de Copenhague, por Ligia Álvarez

 Los cuatro de Copenhague

Foto: Saúl González

Ligia Álvarez

La obra Los cuatro de Copenhague escrita por la dramaturga zuliana Lolimar Suárez Ayala y dirigida por Luis Domingo González convoca a una honda reflexión sobre el tema de la vejez. Este montaje, pre-estrenado en la sala Román Chalbaud del teatro Alberto de Paz y Mateos el 10 de los corrientes, más que una representación es una vívida experiencia sobre los recuerdos, la soledad y los sueños.

El texto de Suárez Ayala aborda con sensibilidad la vida de cuatro ancianos en el asilo Copenhague, un lugar que, como dice uno de los personajes, los "escogió" a ellos. A través de diálogos, los personajes evocan sus historias colmadas de recuerdos y sueños que no se han disuelto en el tiempo. La frase "el tiempo todo lo derrumba" es confrontada por la capacidad del teatro para resucitar el pasado de los ancianos, ofreciendo una fuerte oposición que enriquece el hilo dramático.

El director Luis Domingo González demuestra su sello distintivo, optando por una puesta en escena minimalista pero cargada de significado. La simultaneidad de acciones es una característica destacada que no solo agiliza el ritmo, sino que también resalta la idea de que la vida continúa para cada personaje, incluso cuando no son el centro de la escena. Este recurso visual, combinado con la sencillez de los elementos escenográficos —cuatro pipotes, cuatro espacios—, permite que el foco se mantenga en las emociones y las interacciones de los personajes. El sutil movimiento de los objetos por los cuatro Vladimir multiplica la funcionalidad del espacio, aportando un dinamismo.
Foto: Saúl González 


El trabajo actoral de Luis Enrique Torres, Gerardo Luongo, Anderson Figueroa y César Castillo logra transmitir la compleja dualidad de sus personajes: están solos, pero se acompañan mutuamente. La presencia de Irmary Mota, como Rosa María, reafirma la idea de que las quimeras alimentan la vida, mientras que la figura del cuidador, personificado por los jóvenes, funciona como un símbolo de la atención y la presencia que los ancianos necesitan.

El uso de la música de antaño, desde Leo Dan hasta la Billo's Caracas Boys, es  el motor que impulsa la nostalgia de la audiencia y la conecta con el universo de recuerdos de los personajes. De igual forma, el instante del juego con los papagayos es un elemento de belleza y simplicidad que le proporciona brillo poético a la puesta en escena.

En resumen, el director ha interpretado la poesía de la dramaturga, permitiendo que la obra toque las fibras sensibles del espectador. El montaje convida a reflexionar sobre el valor de la vida en todas sus etapas. Los aplausos de pie son, sin duda, un merecido reconocimiento para todos los involucrados en esta conmovedora producción. No queda más que invitar a disfrutarla. Estará en cartelera desde el 11 hasta el 28 de septiembre.





Los cuatro de Copenhague, por David Ortega

 Los cuatro de Copenhague

Foto: Saúl González 

David Ortega

Hoy 10 de septiembre de 2025, tuvimos la oportunidad de asistir a la presentación del preestreno de la obra teatral Los cuatro de Copenhague de la distinguida dramaturga de Maracaibo Lolimar Suárez Ayala, realizada en la sala Román Chalbaud del Teatro Alberto de Paz y Mateos, en Caracas.


Se trata de una puesta en escena dirigida por Luis Domingo González, asistido por Alejandro Capote y producida por Carla Báez, e interpretada por Luis Enrique Torres, en el papel de Jesús Iván, exmilitar que es mencionado en la obra con el apodo de García Márquez, quien le escribe cartas a su amor imposible de la juventud con la esperanza de reencontrarse; Gerardo Luongo, quien asume el personaje Giuseppe, un italiano que ha perdido a sus amigos que se han ido;  Andersson Figueroa, actuando el personaje Popeye, un  pescador jubilado que no deja de recordar a su madre y la mar; César Castillo, representa a Mauricio, un “malandro viejo” y expresidiario jugador de carreras de caballo; y cuatro actores secundarios representan conjuntamente el personaje de Vladimir (el cuidador de los viejos que moran en la casa). Además, se incorpora un personaje referencial (Rosa María Calderón de Vargas) que se le aparece a Jesús Iván en sus sueños, interpretado por Irmary Mota.

Foto: Saúl González 

Estos personajes de avanzada edad, creados por la autora con un lenguaje literario y del habla propio de cada personaje, viven en la casa de Giuseppe, que la ha convertido en el “Ancianato Copenhague”, para compartir sueños y esperanzas en los últimos momentos de vida terrenal, y como corolario final la ensoñación mayor: la vida eterna para seguir estando juntos. Así que, cada escena transcurre en recuerdos del pasado que marcan momentos significativos en la vida de los personajes.

En algunas escenas se dejan escuchar piezas musicales latinoamericanas que traen a la mente recuerdos memorables, y fondos polifónicos que sirven de transición entre una escena y otra. La iluminación bien lograda en cenital y laterales en combinación con la utilería utilizada, producen una atmósfera de alucinación a los ojos de los espectadores. Sobre el escenario nos deslumbran admirablemente los cuatro largos cubos de tela blanca transparente que hacen las veces de dormitorios separados, una mesa de juego de dominó con tres sillas, y cuatro pipotes de agua que sirven para el baño de los personajes desnudos al inicio de la obra.

Esta obra está en temporada del 11 al 28 de septiembre en el Teatro Alberto de Paz y Mateos, sede de la Compañía Nacional de Teatro. En verdad merece ser disfrutada. 


8.9.25

 

La Resurrección de Winston Smith

Texto, Dirección y Producción de Milton Quero Arévalo


Nelly M. Oliver

El 23 de agosto de 2025, el Teatro Baralt de Maracaibo se transformó en un espacio de reflexión con el estreno de La Resurrección de Winston Smith, una obra de teatro escrita, dirigida y producida por Milton Quero Arévalo con su grupo Zona Teatral. Este texto, creado desde la recreación de la novela de George Orwell 1984, no es una adaptación: es una vivencia que sumerge en la fragilidad de la condición humana ante el poder.

La trama nos sitúa en un futuro distópico, donde dos personajes, Winston Smith y O’Brien, se enfrentan en una relación compleja de torturador y torturado. En este universo, la manipulación ideológica del Partido y sus Ministerios de la Verdad, la Paz, el Amor y la Abundancia, es una fuerza omnipresente que despoja a los personajes de su humanidad. El texto y la puesta en escena exploran cómo los personajes, en su búsqueda de la verdad o en su sometimiento al poder, se convierten en víctimas de un sistema que utiliza la posverdad para controlar la mente y el cuerpo.

El elenco, Denny Fernández como Winston Smith y Milton Quero Arévalo como O’Brien, ofrece interpretaciones que muestran la esencia de sus personajes. Denny Fernández, un artista polifacético que se autodenomina "un actor de química o un químico de actuación", encarna a un Winston débil, poco atractivo y desesperado. Su interpretación logra transmitir una energía sutil y una búsqueda constante de la verdad, mientras se resiste a un mundo que le prohíbe el libre pensamiento y la libertad sexual.

Por su parte, Milton Quero Arévalo da vida a un O’Brien, violento, sádico y paranoico. Su rol es el de un sacerdote del poder, quien, con diálogos pensados y poéticos, se esfuerza por convencer a Winston de que la libertad individual es una ilusión y que la única forma de alcanzar la inmortalidad es a través del sometimiento absoluto al Partido.

Actuaciones orgánicas, enfocadas en interpretar la verdad emocional de Smith y O’Brien. Auténticos en el espacio escénico, a través de la conexión de los actores con sus personajes. Nos pasean por la íntima vivencia de estos seres atrapados, mostrándonos magistralmente los pensamientos, experiencias y emociones que los embargan. Tan creíble que nos involucran en la compleja trama de la obra.


La banda sonora de La Resurrección de Winston Smith, (Bleeding Me, King Nothing, Tannhäuser Overture, Sugar Town, Psycho Killer) a cargo de Milton Quero Arévalo y selección y operador Miguel Quero Amado, se convierte en un personaje más, narrando el mundo de los protagonistas. La música ayuda a construir una atmósfera de opresión y desesperación. Cada canción está cuidadosamente seleccionada para reflejar los estados emocionales de los personajes, creando una dramaturgia escrita con notas musicales y palabras cantadas que intensifica la experiencia del espectador.

El diseño y la iluminación de José Luis Cabrita, junto al vestuario de Juan González, completan la puesta en escena, creando un ambiente opresivo que sumerge al público en las distopías de la posmodernidad.

En La Resurrección de Winston Smith, Zona Teatral, Milton Quero Arévalo, Denny Fernández, Miguel Quero Amado, José Luis Cabrita, Juan González y Ana Isabel Soto, invitan a reflexionar sobre nuestra propia vulnerabilidad ante la ideologización, recordándonos que en un mundo donde la verdad es manipulada, todos podemos ser, en algún momento, víctimas o victimarios.

Denny Fernández

Profesional comprometido con la química y el teatro. Egresado de la Universidad del Zulia como Licenciado en Química y del Teatro Universitario (TELUZ) como actor, director, dramaturgo, vestuarista. Es docente en Artes Escénicas de la Facultad Experimental de Arte (FEDA) de LUZ.

Dice Fernández, “Esa dualidad es maravillosa y plena. Química para el teatro y teatro para la química son dos cosas estupendas. Creo que el teatro es química pura y viceversa, todo lo que sentimos está ligado a una reacción artificial y es espléndido cuando desde este punto de vista se sabe. Un actor no conoce todos estos procesos. Dios me ha bendecido porque tengo las dos carreras que me apasionan”. Se considera un actor de química o un químico de actuación. Para él este par de profesiones contienen “un rol social impresionante” y eso las hace importantes en su vida. Las dos son una sola.

Para Denny el teatro es “una constante búsqueda de lo real. Es un vínculo con lo cotidiano y lo efímero, es el desdoblamiento de mis otros yo y del yo originario. Es sapiencia, disciplina, constancia, trabajo duro pero sabroso y satisfactorio, es cóncavo y convexo, lleno de múltiples emociones que te vacían y te llenan”.

Ha escrito más de veinte textos. Varios plasmados en el libro Confecciones. Editorial Sultana del Lago. Su labor de investigación como químico ha sido reconocida en varios países. Asimismo, su labor teatral ha recibido diversos premios y reconocimientos.

Con Zona Teatral, en esta oportunidad interpretó a Winston Smith, en la obra de Milton Quero Arévalo La Resurrección de Winston Smith.

Milton Quero Arévalo

Licenciado en Letras y en Educación por la Universidad del Zulia. Estudió Arte en la Universidad Central de Venezuela y se formó en dramaturgia en el Celarg. Ha sido actor invitado de la Sociedad Dramática de Maracaibo y trabajó en Caracas con reconocidos directores teatrales como Levy Rossell, Gilberto Pinto y Ugo Ulive. Actualmente es profesor en la Facultad Experimental de Artes de la Universidad del Zulia.

Es autor de las novelas La Sultana del Ávila (Letralia-FBLibros, 2024), Corrector de estilo (Norma), el libro de cuentos Hechos de habla (Monte Ávila Editores) y los poemarios Geografía urbana y Actos lingüísticos.

Ha sido galardonado con premios como la Bienal Antonio Arráiz, el Premio de Novela Adriano González León y la Bienal Eduardo Sifontes, entre otros. Su trayectoria abarca tanto la literatura como las artes escénicas, con actuaciones en diversas obras de teatro y en el cine.

 

Ficha artística

Personajes
Denny Fernández / Winston Smith
Milton Quero Arévalo / O'Brien

Ficha Técnica

Selección musical y operador de sonido: Miguel Quero Amado.
Asistente de escena y videos:
Ana Isabel Soto.
Diseño e iluminación: José Luis Cabrita.  
Diseño y confección del vestuario: Juan Gonz
ález.

Banda sonora

Milton Quero Arévalo
Selección y operador: Miguel Quero Amado

 1. Bleeding Me (Metallica) 
2. King Nothing (Metallica)
3. Hard Times (Baby Huey)
4. Tannhauser Overture (Richard Wagner Solti-K)
5. Sugar Town (Nancy Sinatra)
6. Psycho Killer (Talking Heads)

Tómate una pepa, por Ligia Álvarez

 

Tómate una pepa
   

Ligia Álvarez

En julio de 2025, tuve la oportunidad de asistir a la penúltima función de La obra Tómate una pepa (de Lexotamil) de José Gabriel Núñez. Estuvo dirigida por Shonny Romero y se presentó en la sala "La viga" del Centro Cultural Chacao.

El espectáculo se inicia con un breve monólogo que recrea un interrogatorio policial a uno de los dos personajes femeninos. De esa manera podemos inferir que está siendo acusada de algo grave. En este punto la pieza se vale del recurso de la analepsis para transportarnos al pasado y dar cuenta de los pormenores de lo acaecido.

Tómate una pepa (de Lexotanil) refleja las relaciones conflictivas entre una madre, Olvido, y su hija Ausencia. En Olvido, a diferencia de lo que evoca su nombre, existe una profunda nostalgia por un pasado marcado por el bienestar económico que contrasta con la escasez de recursos materiales de la actualidad.

Esas maravillas pretéritas, ahora ausentes son la excusa perfecta para convertirse en una adicta a los tranquilizantes. Vive en un eterno estrés por no tenerlos o porque se le acaben. El conflicto no es solamente por esto, la hija comienza a depender de los estupefacientes. Surge, entonces, entre ellas una interminable lucha por ellos.
 

Las actuaciones de Virginia Urdaneta y Stephanie Cardone cumplen a cabalidad con las exigencias de la obra. La dirección emplea acertadamente las luces y música estridentes y demás recursos técnicos para transmitir las emociones de los personajes, las transiciones y los cambios temporales.

En resumen, el tema pone al descubierto la complejidad de las relaciones humanas cuando están signadas por los vicios. Pese al dramatismo de lo planteado, el humor está presente para cambiar la mueca del espectador a la sonrisa momentánea que finaliza con los aplausos.

7.9.25

El arte de estar solo en escena: Monólogos, soliloquios y unipersonales venezolanos, por Carlos Rojas

 Un punto de vista
El arte de estar solo en escena:
Monólogos, soliloquios y unipersonales venezolanos
por
Carlos Rojas
criticarojas@gmail.com

Especial para Miradas al Escenario

Juan E. Viloria en Bandolero y Malasangre /Foto cortesía: Atilio Saavedra

El monólogo es, por esencia, una de las expresiones más complejas y enriquecedoras del teatro. En este formato, el intérprete asume el reto de sostener un personaje en soledad, lo que demanda una gran precisión técnica y una profunda entrega emocional.

A diferencia de las obras donde existe interacción con otros actores, el monólogo coloca todo el peso en la voz y el cuerpo de un único histrión: cada palabra, gesto o silencio se transforma en un elemento determinante para la construcción de sentido. La disciplina que exige es total, ya que cualquier movimiento, matiz de voz o transición representa una oportunidad para ahondar en la psicología del personaje y atrapar al público.

Para el intérprete, no se trata únicamente de memorizar un texto extenso, sino de mantener la coherencia interna del papel y establecer una relación directa y palpable con el público. Cada acción en escena debe tener un propósito claro, capaz de mover la narración hacia adelante o develar aspectos esenciales de la identidad del personaje.

En los últimos años, el monólogo se ha convertido en un recurso recurrente para histriones que buscan mantenerse activos en el medio artístico, especialmente frente a la crisis de la televisión y el estancamiento de otros espacios de producción. El cierre de canales o la disminución de las telenovelas empujó a muchos intérpretes a refugiarse en el teatro, particularmente en monólogos y espectáculos unipersonales.

Sin embargo, esta tendencia derivó en numerosas propuestas ligeras o vacías, centradas más en el atractivo de la figura del actor o en la repetición de chistes fáciles que en un verdadero trabajo de creación. En tales casos, el monólogo se convierte en un producto de consumo rápido, más cercano a la estrategia de mercadeo que a la experiencia artística.

Los monólogos, los soliloquios y los unipersonales comparten la idea de una sola voz en escena, pero no son lo mismo. El monólogo es un discurso extenso de un personaje que habla hacia otros o hacia el público, como los monólogos de Segismundo en La vida es sueño de Calderón de la Barca, donde el personaje reflexiona, pero en diálogo indirecto con su entorno.

El soliloquio, en cambio, es una forma más íntima y subjetiva: el personaje habla consigo mismo, revela su pensamiento interior y no espera respuesta, como hace Hamlet en el famoso “ser o no ser” de William Shakespeare.

El unipersonal es una estructura teatral autónoma en la que un solo intérprete sostiene toda la obra, a veces dando vida a múltiples personajes o voces. A diferencia del monólogo o el soliloquio, que funcionan como recursos dramatúrgicos dentro de una pieza mayor, el unipersonal constituye un formato escénico más completo.

En Venezuela existen ejemplos bien puntales de unipersonales como Bandolero y Malasangre de Gustavo Ott, La Mujer Engorilada de Gilberto Agüero Gómez o Yo no soy Lupita de Pablo García Gámez muestran cómo este género puede abordar temas que van desde la memoria histórica y la cultura hasta las inquietudes más íntimas y existenciales.

Aun así, persisten dramaturgos y creadores que defienden el monólogo como un espacio de exploración profunda. Para ellos, no es sólo es entretenimiento, sino un medio potente para indagar en temas vitales y construir relatos con densidad emocional y social. 

Bandolero y Malasangre
Una escritura feroz de Gustavo Ott

Juan E. Viloria en Bandolero & Malasangre /Foto cortesía: Atilio Saavedra

Es un monólogo que condensa lo mejor del teatro de Gustavo Ott (Caracas; 1963). Un texto cruel, incómodo y al mismo tiempo cómplice con el público. Su contundencia no proviene sólo del contenido político y social, sino también de la manera en que el autor arma un artefacto teatral híbrido, en el que lo cómico, lo dramático y lo trágico se superponen sin pedir permiso.

El monólogo no se limita a narrar; sino que acontece en escena. El intérprete debe cargar con la obra entera, sostener el tiempo y la tensión dramática, encarnando un personaje múltiple que se mueve entre el sarcasmo, la risa amarga y la confesión desgarradora.

Ott escribe un texto que es casi un campo minado para el actor, una bomba de tiempo. No basta con memorizar ni con transmitir emoción: se requiere desdoblamiento, capacidad de girar en segundos del tono ligero de la comedia al peso trágico del drama.

El personaje que habla no es sólo un individuo, sino un símbolo colectivo. En él confluyen las contradicciones de un país latinoamericano que arrastra culpas históricas, frustraciones políticas y heridas sociales. Por eso, la organicidad interpretativa es esencial: el humor debe nacer de la entraña, no de la caricatura, y el llanto debe emerger con la misma naturalidad con que se lanza un chiste.

Una de las virtudes del texto es la manera en que la risa se convierte en la antesala del dolor. Ott entiende que en América Latina lo grotesco y lo trágico van de la mano: la corrupción, la violencia, la desigualdad o el fracaso político se enmascaran con ironía, con ocurrencias, con sarcasmo popular.

En ese sentido, Bandolero y Malasangre, es un espejo fiel del ser latinoamericano: reír para no llorar, llorar porque no basta la risa. El personaje es una voz fracturada que oscila entre el deseo de denunciar y la imposibilidad de cambiar, entre la indignación y la resignación.

La obra es también una radiografía de un país (y, por extensión, de varios países del continente latinoamericano) que no logra reconciliarse con su historia. Ott construye un discurso que parece íntimo, casi confesional, pero que en realidad es profundamente político y social.

El personaje encarna esa contradicción: habla de lo que “hemos hecho” y de lo que “hemos dejado de hacer”, poniendo en evidencia la deuda pendiente entre el pueblo y su destino. En su voz resuenan la desilusión, la rabia, la ironía, pero también la memoria de un fracaso colectivo.

Aunque el humor recorre toda la obra, el fondo es inequívocamente trágico. El personaje revela la incapacidad de un país de transformarse, atrapado en un círculo de errores repetidos. Lo que comienza como juego verbal y comedia termina en una sensación de catarsis amarga: se ríe el público, sí, pero al final queda un vacío, una herida expuesta. La tragedia no es la muerte del héroe, sino la condena a la repetición, el estancamiento histórico, la imposibilidad de salir del mismo callejón.

Bandolero y Malasangre confirma a Gustavo Ott como uno de los dramaturgos venezolanos que mejor ha sabido dialogar con la identidad latinoamericana contemporánea. La obra no sólo cuenta una historia, sino que expone un conflicto cultural: cómo un pueblo vive atrapado entre la comedia cotidiana y la tragedia de su historia.

Es un texto exigente, que demanda un intérprete con la valentía de exponerse y la elasticidad de transitar entre extremos. Es, al mismo tiempo, una celebración de la vitalidad del teatro como espacio crítico y un recordatorio de que, entre risas y lágrimas, seguimos intentando comprender quiénes somos y hacia dónde vamos.


La Mujer Engorilada
Escritura con profundidad de Gilberto Agüero Gómez

Frank Silva en La Mujer Engorilada /Foto cortesía: Bahareque Teatro

Un ejemplo contundente de cómo el monólogo trasciende la mera distracción teatral es La Mujer Engorilada, del dramaturgo larense Gilberto Agüero Gómez (Barquisimeto; 1940 – 2019). Es un unipersonal que oscila entre la comedia amarga y la radiografía social.

La pieza no se limita a mostrar un retrato anecdótico: en su centro late la historia de Princesa, una mujer atrapada en sus contradicciones, que canaliza frustraciones íntimas y colectivas a través de un alter ego feroz y desbordado.

Lo que podría ser una anécdota doméstica —una mujer abandonada por su amante — se convierte, en manos de Agüero Gómez, en un retrato incisivo de la psicología femenina y de las tensiones sociales que atraviesan la vida contemporánea.

La dramaturgia agüeriana se sostiene en un lenguaje sin artificios, directo y al mismo tiempo poético, que hurga en las verdades posibles y en la esencia de lo humano.

La protagonista se enfrenta a la traición y a la soledad, mientras la enfermedad acecha como telón de fondo. El humor negro se mezcla con el dolor, revelando que la verdad es siempre escurridiza, y que la memoria íntima —construida a partir de contestadoras telefónicas, rutinas y recuerdos— se fragmenta bajo el peso del abandono.

La potencia de la obra reside en esa dualidad: lo íntimo y lo político se entrelazan, obligando al espectador a confrontar realidades incómodas. Agüero Gómez denuncia la invisibilidad y la falta de reconocimiento que marcan a muchas mujeres, y a la vez expone cómo el poder, el género y la rutina producen procesos de deshumanización. El resultado es una dramaturgia que, con humor y crudeza, plantea una reflexión crítica sobre la identidad, el empoderamiento y la resistencia frente a las estructuras sociales que buscan encasillar o someter.

El texto exige de la actriz una versatilidad radical: moverse con precisión entre lo cómico y lo trágico, sin caer en clichés, desplegando un abanico emocional que haga justicia a la contradicción del personaje. Allí radica la fuerza del monólogo: su capacidad para desnudar la fragilidad humana, pero también su potencia.

En definitiva, La Mujer Engorilada no es mero entretenimiento, sino un ejercicio de resistencia y cuestionamiento. La escritura de Gilberto Agüero Gómez —vivaz, crítica y profundamente humana— confirma que el monólogo, trabajado con rigor y compromiso, sigue siendo una de las herramientas más incisivas del teatro. Lo que se ofrece al público no es una historia cerrada, sino un espejo crítico que provoca, conmueve y transforma.


Yo no soy Lupita
Una escritura densa de Pablo García Gámez

Caridad del Valle en Yo no soy Lupita /Imagen cortesía: Gustavo Mirabile

El texto dramático de Pablo García Gámez (Caracas; 1960), arranca con una puesta en abismo melodramática: música de Vicente Emilio Sojo, proyección de imágenes, créditos como si se tratara de una telenovela, un locutor que anuncia “otra gran producción Lagrivisión”.

La obra no empieza en clave realista, sino parodiando el aparato televisivo del melodrama latinoamericano, con su exageración, su pompa y su artificio.

Desde el inicio, Coromoto irrumpe en escena huyendo de un tal Manolo, como si se tratara de un capítulo arrancado de telenovela: persecución, violencia, súplica. Sin embargo, esa tensión dramática se resquebraja de inmediato cuando descubre que no está en la calle, sino dentro de una vitrina. El “peligro” se evapora y lo que queda es un extrañamiento escénico: no habita la realidad, sino un espacio ambiguo, liminal, donde la vidriera/museo funciona como metáfora de su subjetividad.

Ese inicio despliega tres ejes esenciales: la mezcla entre lo real y lo melodramático, donde vida y ficción se confunden; el culto a la imagen (pantalla, objetos, maniquíes, vidriera); y la tensión identitaria entre el yo y el doble, que estalla en la frase: “Yo soy ella, yo soy Lupita”.

El desenlace es demoledor por su ironía. Tras girar toda la obra alrededor de la obsesión de Coromoto con su “gemela” Lupita —estrella de telenovelas, ídolo kitsch, objeto de adoración—, una voz institucional decreta en off: “Yo no soy Lupita. Esta ha sido otra gran producción Lagrivisión.”

El grito de diferenciación no le pertenece a la protagonista, sino al aparato televisivo. Lo que parecía afirmación de identidad se convierte en eslogan publicitario. La subjetividad individual queda absorbida por la maquinaria del melodrama, y la obra se apaga en un blackout de sarcasmo.

Coromoto vive atrapada en un espejo roto: idéntica a Lupita, pero no lo es; la imita y la niega a la vez. Ese vaivén expone una crisis identitaria profundamente latinoamericana, marcada por el simulacro y el deseo de ser “otro”. Su exclamación: “¡Soy Lupita! ¡Madre, no pudiste!” oscila entre conjuro, desahogo y autoafirmación fallida.

El universo de la telenovela —con sus divas, sus canciones, sus objetos de consumo— aparece en escena como parodia y como homenaje. García Gámez convierte el kitsch popular venezolano (empanadas, frascos de crema, música de Sojo, estética de Lagrivisión) en un dispositivo crítico. No hay burla ligera: hay una parodia con filo, que evidencia cómo la cultura de masas fabrica subjetividades.

El discurso de Coromoto transita entre la confesión íntima y el desborde melodramático. Su oralidad está teñida de giros hiperbólicos, comparaciones sensoriales, frases altisonantes que revelan cómo el lenguaje de la telenovela coloniza la vida cotidiana. El yo se cuenta y se reescribe a sí mismo con la lógica del culebrón venezolano.

La vitrina no es una decoración neutra: es un símbolo de exhibición permanente. Coromoto vive expuesta, como los objetos de Lupita que colecciona. Su intimidad se convierte en un museo ajeno, en un escaparate. La metáfora es brutal: el yo reducido a mercancía, la vida transformada en espectáculo.

El montaje empieza con la simulación televisiva y termina con su clausura. Un círculo implacable: entre ambos extremos, Coromoto despliega su subjetividad fracturada, pero al final es devuelta a su lugar de producto. No hay salida, sólo repetición.

Yo no soy Lupita se alza como una tragedia posmoderna disfrazada de melodrama popular. La protagonista ansía diferenciarse, ser única, pero su voz está siempre mediada por el brillo de la pantalla. La negación de su identidad es pronunciada por la misma maquinaria que la devora.

En última instancia, la obra desnuda cómo en América Latina la identidad individual queda atrapada en la fascinación del espectáculo, en el doble imposible de la telenovela. Coromoto es, al mismo tiempo, víctima y cómplice de ese dispositivo cultural. Y el público, entre risas y desasosiego, termina viéndose en ese espejo deformado.

Como conclusión, puede afirmarse que dentro de la diversa dramaturgia venezolana el monólogo sigue siendo un recurso vital para explorar la condición humana y los conflictos sociales. No se limita a entretener ni a provocar una risa fácil: su verdadero alcance está en interpelar al espectador, cuestionar la rutina, la política y las estructuras de poder, y abrir desde la escena espacios de reflexión. Así de claro: ni más ni menos.

CR (@mipuntocritico)

 

6.9.25

Jesús Benjamín Farías: “Aferrarnos al teatro es una esperanza de futuro…”, por Oscar Acosta

 Las lecturas infantiles lo condujeron al escenario

Foto archivo Jesús Benjamín Farías

“Aferrarnos al teatro es una esperanza de futuro…”

Jesús Benjamín Farías Rojas aprendió la dirección teatral trabajando 
en las escuelas.

Por Oscar Acosta 

Nacido hace más de cinco décadas en Puerto La Cruz, Anzoátegui, este docente, actor y dramaturgo ha dedicado su vida al teatro con notable tesón, consolidándose como una figura destacada de la escena regional, con proyección en el ámbito nacional. Este último logro es destacable, dado el centralismo que aún persiste en nuestras prácticas culturales, pese a los esfuerzos de los gestores del sector.

¿Cuál fue su primera experiencia con el teatro?

Mi primer contacto fue a mediados de los 80 como espectador de El extraño jinete de Michel del belga Michel de Ghelderode, montada por el Teatro Estable de Barcelona bajo la dirección de Kiddio España. La experiencia me trastornó la vida en la adolescencia. La obra, ambientada en un ancianato desesperanzado donde los personajes aguardan a la muerte que nunca llega para llevarse a alguno que elija, me impactó profundamente, desarrollando en mí un gran interés por arte dramático.

Foto archivo Jesús Benjamín Farías

¿Cuál fue su formación como artista? ¿En cuales obras ha participado?

Comencé en 1995 en el Taller Permanente de Puertoteatro, donde estuve dos años con clases de actuación, expresión corporal, escenotécnica e historia. Mi primer montaje fue Acto cultural de Cabrujas. Luego integré el elenco de esta institución escénica durante siete años. Un taller de dramaturgia con Carlos Sánchez Delgado me impulsó a escribir Con olor a flores agonizando, para el grupo Tabla Abierta, al que luego me uní y que marca gran parte de mi trayectoria. Paralelamente, estudié en Unearte, graduándome como Licenciado en Teatro, mención actuación. Con el Tabla Abierta me desarrollé como actor enespectáculos infantiles en los montajes de Cuentos perversos..., Brujonadas y otras piezas como ¿Vamos al sexólogo o...? de Juan Ramón Pérez y Daniel Dambolena y El secuestro de Ernestina, en versión y dirección de Igor Balaguer.  Como director, he montado algunas de mis obras y dirigido actores en El Tartufo de Moliére. Tras mucho tiempo sin actuar, regresé hace dos años con Los fantasmas del teatro Cajigal de Villegas y Fermín y, actualmente, en El último día (Villegas) interpreto un rol.

¿Cómo ha sido su labor docente? ¿Cuáles materias son su especialidad?

Soy profesor graduado en Educación Integral. Comencé a dar clases en 1997, dando materias teóricas en colegios privados: Castellano y Literatura; Historia Universal y de Venezuela; Cátedra Bolivariana y; Educación artística. Luego, en la Escuela Bolivariana Antonio José Sotillo, enseñé y dirigí teatro con niños del 1° a 6° grado durante 15 años. Digo con orgullo que el auditorio de ese centro escolar lleva mi nombre. Esta experiencia fue fundamental para mi formación como director: no hay mejor aprendizaje que darle clases de teatro a niños. Actualmente soy docente del Programa Nacional de Formación PNF de teatro de Unearte.

¿Cómo ha sido tu relación con la escritura?

Aprendí a leer a los cuatro años. Mientras los demás chamos jugaban, yo leía y leía. Escribo desde niño, influenciado por Chulola, una señora amiga de mi abuela que me entretenía con sus relatos de la isla de Margarita. Luego me atraparon autores como Gabriel García Márquez, José Ignacio Cabrujas (mi preferido), Henri Ibsen y Williams Shakespeare. Por supuesto que ese fue el primer estímulo para escribir. Mi obra oscila entre en realismo social, con obras como Ave de rapiñaBichito raro, y la indagación histórica, presente en las piezas Aroma de orquídeas y la trilogía sobre Laureano Vallenilla Planchart, quien fuera ideólogo y ministro del gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Al día de hoy he escrito 54 piezas teatrales; algunas malas, otras regulares y unas cuantas que han gustado como para ganar concursos o ser escenificadas.

Foto archivo Jesús Benjamín Farías

¿Cuál es la función que le asigna al teatro respecto a la sociedad?

El teatro cumple todas las funciones necesarias para mejorar y auxiliar el espíritu: entretener, sensibilizar, despertar conciencias, ser refugio para almas vulnerables. Es un bastión de lucha de los desposeídos y por eso siempre se le ha perseguido: en Grecia, Solón desterró a Tespis, quien según los antiguos fue quien primero escenificó un drama; los puritanos ingleses quemaron teatros; Las bodas de Fígaro de Pierre Beamarchais, enfrentó a la corte francesa, y en la dictadura de Gómez encarcelaron a Francisco Pimental, Job Pim, poeta, humorista y dramaturgo. La esencia del arte teatral es la resistencia, ha visto gobiernos caer, para luego resurgir de las cenizas. Aferrarnos al teatro es una esperanza de futuro, ante la sinrazón y la violencia del mundo actual.

¿Qué te propones actualmente dentro del quehacer teatral?

Recién enviamos la propuesta al III Festival Teatral Anzoategui te enamora, que organiza la gobernación a través del Instituto de Cultura del estado Anzoátegui, de un sainete llamado El remedio, de tema familiar y ambientado en Margarita, del que soy autor y director. Se trata de una nueva experiencia teatral que exploro, pues siempre me he dedicado como autor a piezas de corte social o histórico. El montaje es un esfuerzo como equipo del grupo Tabla Abierta. Estamos a la espera de la respuesta.


Algunas obras galardonadas:

  • Ave de rapiña: Premio Autores Inéditos (Monteávila).
  • Yo soy la Sáenz: Concurso Nacional de Literatura (Ipasmé). Bichito raro: Mención honorífica Concurso Leopoldo Alas Mínguez.
  • La Avanzadora: Premio Nacional Gilberto Pinto y Premio Municipal Luis Brito García.
  • Animal político: Premio Dramaturgia Trasnocho Cultural.
  • La furia de Dios: Premio de Dramaturgia Apacuana.

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Miradas al escenario nace como resultado  del taller de Crítica Teatral organizado por la Compañía Nacional de Teatro de Venezuela durante e...