La Sultana del
Ávila es una puesta bioética de la amistad
Texto y foto Alexis Blanco.
Milton Quero Arévalo (Península de Paraguaná, 1959) me
envío un ejemplar autografiado de su última novela publicada, La Sultana del
Ávila.
Agradecí el detalle y el gesto, leyéndola con
parsimonia y espíritu abierto. Logré domeñar los perros prejuicios que me
instigaban la falaz idea de encontrarme con un texto demasiado embuído en la
cuestión esencialmente teatral, sacro asunto de un hombre de teatro
absolutamente entregado a la devoción por su oficio. Un texto teatrófilo y
denso, escrito, pensaba entonces, con cerebral rigor de gabinete escénico. Nada
que ver. Lo que entonces leí me dejó feliz y reconciliado con estos sendos
oficios que nos identifican como colegas. Escritura y actuación. Sendos
bosques…
La Sultana del Ávila es una
deliciosa secuencia de incidentes provenientes de la memoria afectiva de su
autor. Un exquisito gabinete de evocaciones memoriosas y de anécdotas y
vivencias vinculadas con su etapa de formación como artista de teatro,
esto es, en sus días de joven brillante y talentoso, ávido por comerse al mundo
como una arepa “reina pepiada” o tal vez rellena con sesos de res a la
vinagreta, tal como lo hacían los falconianos de su adolescencia.
Humana y gentil es esta novela de Milton Quero
Arévalo, quien tampoco dejó que su otra pasión intensa, la gran literatura,
permeara el lenguaje prístino de su notable texto memorioso.
Javier Medina, alias Hamlet, un muchacho que estudia biología,
pero quien sueña con llegar a las grandes ligas del quehacer teatral de su
país, arriba desde Falcón a Caracas para concretar su vida. Las peripecias del
muchacho provinciano pronto estarán integrándose al grupo de amigos de la
Escuela “Porfirio Torres”, en el casco antiguo de Petare, una institución a la
que ha dedicado la obra.
He aquí un primer “guiño” literario del autor: los
primeros capítulos ya se advierten como un personal y muy bien matizado
homenaje a esa fabulosa “novela de aprendizaje”, la genial Piedra de Mar,
de Francisco Massiani. Este recurso literario habilitará sentido y paisaje a su
novela. Jóvenes haciendo teatro y otros menesteres afines, en la construcción
de sí mismos como ciudadanos.
Que Hamlet termine graduado de biólogo bien podría ser
una de las claves de Quero, quien asume el teatro como un vastísimo método
afectivo de sanación y de salvación. Algo de la bioética y sus principios clave
permiten comprender esa red de relaciones entre sus personajes: son autónomos y
respetan las decisiones de los otros; son generosos y solidarios entre ellos;
cero maleficencia, es decir, no se causan daño entre ellos mismos y son justos
y nobles al compartir lo poco que tienen. Sí, bioética desde un ejercicio
profundo y casi irracional de la solidaridad como estímulo.
El teatro como pauta de acción bioética, ya no tan
solo en campos expeditos como la investigación médica, la atención clínica, la
reproducción asistida, la genética, el medio ambiente y la biotecnología, sino
en la sencillez rigurosa de la vida compartida por mero amor.
La Sultana del Ávila tiene como
escenario el Parque Sebucán, en Caracas, donde transcurre la vida de los
miembros de un maravilloso elenco existencial: David, Tonny, Calimero, Chipi,
Juan Pablo, Pacheco, Ricardo, Diego, Barrientos, Alejandrina Salazar,
memoriosos pequeños seres del parque Miranda, en el Ávila, donde el pico
occidental se puede apreciar en toda su grandeza, las faldas del Ávila, el
cortafuego y ciertos celajes en lo más alto de la montaña…
“La ciudad era entonces una ráfaga de encantamientos,
una Forida furia de sueños inmolados que estiraba su piel para contener todas
las historias posibles. Era un albergue de polvo, capaz de contener las
variadas tendencias de la humana comedia. ¡Salmodias para la Sultana!,
¡Salmodias para la Sultana…!”.
En la plaza de los museos Hamlet compra Piedra de
Mar. Pancho Massiani nos conduce y eleva. Con su idioma, aparentemente
hablado, esconde una rigurosa selección de los parlamentos (“hay una gran
diferencia entre las palabras que salen por la boca y las que se escriben”,
acota Corcho). “Porque lo que el adolescente quiere desesperadamente, es eso:
un amor que se parezca a una piedra trabajada por el mar, Pulido, por el fluir
astral de la sangre, un amor que nace del tremendo, choque con lo desconocido,
con la idea de la muerte, y el vacío que provoca la visión de los espectros
cotidianos”.
Milton homenajea ese regodeo de Massiani, pero al
mismo tiempo honra a estos habitantes de su propia memoria. La Sultana del
Ávila está escrita con el néctar de las vivencias más sencillas.
Un día, en la novela, Javier Medina (con seguridad
será vínculo de la familia Medina, la de su obra teatral La vida es un
strike out) viaja a Boston, para terminar su formación. La distancia, el
desarraigo cultural, la nostalgia y la pasión por las emociones (leit motiv,
ésta última, de todo buen teatrista) procrearán un discurso que cerrará una
novela bien hermosa, honra de la gran literatura y orgullo del oficio de las
otredades y la poiesis. Del mostrarse, honesto. Y con muchos seres para amar,
incluida una hija.
Un detalle de béisbol: el jonrón de Carlton Fisk, en
la Serie Mundial del 75, 21 de octubre, no le dio el campeonato a los Medias
Rojas. Ahí se empató la serie a tres juegos, por lo que, la siguiente noche, The
Big Red Machine se tituló campeón.
Fascinante joda es la presencia del poeta maracucho, Helímenas Güerere: “El
poema perfecto, debe ser aquel que no signifique nada. Al punto, comenzó a
hacer ruidos con la boca: Unjú Riquiti Pun Zass Guácala, Uy, Tros… como una
onomatopeya que nada significa, y que, sin embargo, es capaz de expresar mucho
¿me entienden…?”
Escribe, reflexiona, rememora, Hamlet: “Alejandrina
también me escribió sobre el festival, pero me habló de las experiencias
libres, performance, happenings y neo performance. Alejandrina siempre ha
estado a la vanguardia: Experiencia Libre número uno de Pedro Terán, un lienzo
blanco para establecer una relación con el espectador. Experiencia libre número
seis de Carlos Zerpa la está la criatura, en todo ello pude apreciar la
libertad absoluta de la que gozaban mis amigos. De pronto me provocó dejar todo
y marcharme de una buena vez, pero el temor a fracasar en mi empeño, me
mantenía atado a Boston…”.
Busquen la novela La Sultana del Ávila, de Milton
Quero Arévalo. Luego lo comentamos. No se arrepentirá. Y quizás hasta logre
evocarse…
(Publicado originalmente en Noticia al Día, 28
de julio de 2025)