Ni enemigos ni extranjeros: un panfleto incompleto
Por Oscar Acosta
Una de las condiciones que han hecho del teatro el arte colectivo por excelencia, es su posibilidad de expresar de manera directa y con relativa prontitud los problemas o inquietudes del contexto social. Así, Los persas de Esquilo, la obra dramática de mayor antigüedad que se conserva, fue escrita en 472 a.C., pocos años después de la batalla de Salamina, episodio histórico que le sirve de pretexto para señalar el costo de ofender de manera arrogante a los dioses. Más aún, Edipo rey, cuyo autor es Sófocles y con argumento que se desarrolla en la ciudad de Tebas durante una terrible peste, según la datación de más consenso fue escrita y representada entre 430 y 429 a.C. en Atenas, justamente cuando la ciudad era asolada por una terrible epidemia que acabó con la cuarta parte de la población (entre 70.000 y 100.000 personas), entre las que debemos contar al mismo Pericles, gobernante ateniense que le da el nombre al siglo cumbre de la antigüedad helénica.
Un ejercicio mental espeluznante es situarse imaginariamente más de dos mil años atrás en el teatro de Dionisos de Atenas, como espectador durante el estreno de Edipo, mientras afuera las personas llagadas y con las entrañas ardiendo caen por montones en las calles. Un actor clama desde el escenario:
“…La ciudad, como tú mismo puedes ver, está ya demasiado agitada y no es capaz todavía de levantar la cabeza de las profundidades por la sangrienta sacudida. Se debilita en las plantas fructíferas de la tierra, en los rebaños de bueyes que pacen y en los partos infecundos de las mujeres. Además, la divinidad que produce la peste, precipitándose, aflige la ciudad. ¡Odiosa epidemia, bajo cuyos efectos está despoblada la morada Cadmea, mientras el negro Hades se enriquece entre suspiros y lamentos!”.
¡Ñooo…! Eso se llama una escritura pertinente.
De las dos obras mencionadas, a la par de la interpretación mítico-religiosa, podemos entender de acuerdo a su contexto histórico una crítica a la soberbia e intemperancia que ciega a quienes ejercen el poder político. Vemos pues como el teatro occidental, desde sus inicios, buscó llevar al escenario los peligros, contradicciones y consecuencias del ejercicio del poder, como ductor del ordenamiento social y en conexión con la realidad inmediata.
A veces reprimida, en ocasiones encubierta tras los significados subtextuales o el humor y, en otros momentos luminosos de la historia dramática, representada de manera abierta e intencional, esta vertiente politizante ha seguido en los escenarios durante milenios. Mucho de política hay en la dramaturgia de Shakespeare, quien debió recurrir al pasado para llevarla a las tablas en la Inglaterra isabelina donde estaban censuradas las referencias políticas de actualidad. Coriolano, Ricardo III, El rey Lear y Macbeth, por ejemplo, le sirvieron al gran poeta inglés para retratar el poder de su tiempo. Potentes muestras de la política en la escena son los clásicos Fuenteovejuna de Lope de Vega, Tartufo o El impostor de Molière y El barbero de Sevilla de Pierre Beaumarchais
En el siglo XX, Erwin Piscator y Bertold Brecht, a la cabeza de otros ilustres dramaturgos y pensadores de la escena, le dieron un fundamento teórico sólido al teatro político, dotándolo incluso de maneras de expresión y técnicas específicas, que fueron para muchos creadores una guía de vanguardia, mientras que para otros y como sucede con frecuencia con las revelaciones y audacias estéticas, terminaron siendo un conjunto de fórmulas o dogma que se agotó perdiendo su carga transformadora.
Como artista y, especialmente, en la modalidad callejera, trabajé por años en la producción y dirección del teatro político en distintos formatos y extensión; experimentamos desde una pieza de creación colectiva sobre el Caracazo que titulamos Memorial (1989-90), de numeroso elenco, exploratoria y abundante en diversas técnicas de la representación –escenario múltiple, mimodrama, uso de máscaras, títeres, diálogo directo con el público, etc.-; hasta sketchs minimalistas ambulantes, dentro del más estricto sentido de la escena panfleto, concebidos para la propaganda y agitación en las marchas antipuntofijistas. Me ocupé también de otras obras de tema no politizado, pero fue la escena panfletaria la que procuraba con mayor esmero, entusiasmo y emoción.
Hay quienes usan el término “panfletario” como sinónimo de poca calidad o intrascendencia. En cambio, creo que el teatro panfleto no es ni más ni menos que cualquier otro. Es un teatro que propugna, sin ambages y de manera prioritaria, la difusión de una idea a favor o en contra de determinada situación (por lo general política o social), con un lenguaje directo y la manifiesta intención de influir en el público. Puedo afirmar de todas todas, que comporta más riesgos y compromiso. Constancia de lo anterior puede dar el actor y militante cultural Oswaldo Ramos, como testigo en carne propia y debido al planazo policial que, sin existir provocación alguna, lo derribó en zancos y con máscara, mientras teatralizaba una parodia junto a otro audaz histrión en una marcha no violenta, en la entrada de la U.C.V a finales de los 90. No es cuento.
Largo los anteriores párrafos como introducción para referirme a la pieza Ni enemigos ni extranjeros, escenificada en la sala Anna Julia Rojas el pasado 18 de julio, con la dirección de Jericó Montilla y la interpretación de un elenco integrado por la Compañía Nacional de Teatro, Compañía Nacional de Circo y Teatro Ceres. El montaje, es una ambiciosa e interesante propuesta de arte panfletario, que fusiona el teatro, la danza y el circo. Tiene como temática la migración forzada que, en el caso venezolano, las organizaciones internacionales extranjeras cifran entre 6.1 y 7.9 millones de compatriotas que marcharon a otros países y hoy padecen, en su inmensa mayoría, duras condiciones de vida, cuando no la expulsión humillante de los países receptores. Puede verse una videografía de la pieza en el siguiente enlace:https://www.youtube.com/watch?v=JCyM1zJHkXw
El espectáculo absorbe la atención de inmediato, no solo por el movimiento escénico del numeroso elenco en acople con una música bien seleccionada, sino también por el impacto generalizado y las consecuencias que ha causado la multitudinaria tragedia. Hay que pensar que al gran dolor colectivo de los que migraron, se une el de quienes nos quedamos afectados por tantas despedidas: la angustia por la suerte de los seres queridos que están lejos; abuelos y padres sin familiares que los atiendan; familias disueltas por completo; relaciones de pareja rotas…
Por momentos, pareciera un caos grupal, reflejando la incertidumbre y el miedo por el cruce de fronteras reprimidas y canibalizadas por los traficantes de personas, tanto como el larguísimo e incierto recorrido por los caminos de la migración ilegal; en contraste con escenas donde el transcurrir es delicadamente lento, parco en gestos y triste en la palabra, buscando expresar emociones hondas, como el amor y la nostalgia; incluyendo una cuidada danza aérea de una pareja, durante casi cuatro interminables minutos pendiendo de la tramoya, escena en la que vale una acotación prestada por Baltazar Gracián: “Lo bueno, si poco, dos veces bueno”.
En la sucesión de situaciones, danzas, diálogos y recitados que desnudan las injusticias y el sentir de la población en éxodo, se intercalan escenas políticamente explícitas que no logran contrapesar el tono pesaroso de la pieza, personalizando a los causantes de las tribulaciones de los desplazados: Donald Trump; un cerdo que es el Capitalismo, acompañado por una corte de ratas serviles (¿los polítiqueros vendepatria?) y; un militar represor de traje y señas fascistas. Otra escena, donde tres chicas parodian un noticiero televisivo, señala a los massmedia como un factor que cataliza el conflicto a favor del poder que sojuzga, tergiversando la realidad, trastocando las víctimas en victimarios, delincuentes e indeseables. Los roles mencionados están interpretados con bastante acierto y soltura, en la mejor onda farsesca, con un grotesco que mezcla estupendamente la comicidad con lo repugnante no obstante, un texto que pudo tener una mayor agudeza y creatividad acusatoria, facilitando más el lucimiento actoral. Del elenco, en su mayoría con un trabajo digno de elogio a pesar de los desniveles, solo reconocí a Arnaldo Mendoza y Gerardo Luongo, quienes se desbordan de talento y veteranía.
Luego de reconocer lo positivo del montaje y su sintonía con la realidad, hay que señalar algunas deficiencias en el contenido o, mejor, en el punto de llegada del significado total, al obviar facetas cruciales en el tema tratado. Para explicarme, acudo a un concepto básico de la creación dramatúrgica, LA PREMISA, en su doble acepción de a) escritura del texto y b) composición escénica práctica de un espectáculo. La premisa en el arte teatral la podemos definir como la verdad o idea principal que se quiere transmitir; acudiendo al Diccionario del teatro de Patrice Pavis, es la idea central que orienta la creación y la interpretación teatral, el dínamo o motor para el ensamblaje de todos los elementos que componen la puesta en escena. Reiterando, la premisa se puede determinar, respondiendo esta elemental pregunta: ¿Cuál es la idea principal que quiere transmitir el texto o el montaje a los espectadores?Sigo, evitando referirme a las escenas alegóricas o simbólicas de la pieza, donde lo primordial es el trabajo gestual o los movimientos corporales que pueden tener interpretaciones discutibles por lo subjetivas. Para responder me atengo principalmente al texto hablado. Entendí, como premisa, que: Los migrantes son víctimas de la injusticia. Claro que en el planteamiento dramático hay otras ideas que se proyectan, pero de importancia secundaria, subordinadas y subsidiarias de la principal ya enunciada. Tal premisa fue insuficiente o, por lo menos, incorrectamente desarrollada – o generalizada- en su aplicación al caso venezolano.
El contexto social de los espectadores no es el de Colombia, donde los desplazados son el desgraciado producto de unas condiciones de vida paupérrimas y la guerra continua que pronto llegará a los 80 años; tampoco el de México, donde las causas son principalmente económicas; ni el de Siria donde una cruenta guerra fomentada por los gringos desplazó a unos 8.400.000 millones de personas (un 40% del total de la población). La premisa induce a una conclusión incompleta, a un panfleto que cumple a medias su cometido al no elevar ni movilizar las conciencias, a una denuncia que no motiva el accionar en contra, que delega indirectamente la posibilidad de revertir la situación solo en el gobierno o la voluntad del Altísimo.
Atenta contra la intención política que deduzco de la obra la falta de especificación de nuestra migración, víctima de una gigantesca operación política, económica y diplomática, en la que no han faltado las operaciones militares terroristas, para vaciar al país de talentos y amor patrio, a fin de derrocar a un gobierno legítimamente electo. Se dejan de lado responsabilidades concretas, como las del bandidaje “interino”, que hizo de los migrantes engañados un gran negocio, certificando con constancias firmadas una supuesta persecución masiva, entre otras raterías.
No se dan pistas sobre un gang de prófugos que, desde el exterior y de lobby en lobby, parasitando del dinero robado en la Citgo, Monómeros y proveniente de gobiernos adversos al venezolano, han sido promotores de sanciones y agresiones de todo tipo contra el país. Tampoco de los “autoexiliados”, que alegan falsamente ser perseguidos como razón y requisito exigido para instalarse en otras tierras; según la cuenta de ACNUR (Agencia de la ONU para refugiados) hay más de 1.3 millones de solicitantes de asilo de Venezuela en el mundo.
(Disgresión inevitable: ¡Carajo, 1.300.000 venezolanos perseguidos! Si Dios habla por las matemáticas, el Diablo miente por las mismas. De confiar en los contables de ACNUR y los gobiernos que le suministran tales datos, en unos cinco años los únicos venezolanos no perseguidos y posible público del espectáculo dirigido por doña Jericó Montilla, seremos el presidente Maduro y quien esto escribe, con el camarado ministro Villegas, muy diligente él en plan teatrero, fungiendo de portero, taquillero, operador de luces y espantador de perros inesperados que irrumpen en el escenario).
Solo pongo ejemplos. Por supuesto que todo lo que indico es imposible de incluir en un espectáculo que no llega a la hora. Menciono hechos que pueden ser resortes para profundizar más allá del malandraje trumpista, para tocar el fondo esencial del asunto, para argumentar porque tanta gente se fue del país, a la vez que se perdían 30.000 millones de dólares anuales desde el 2015.
Si nos referimos a la puesta en escena y las apoyaturas ambientales o técnicas (sonido, maquillaje, vestuario, iluminación…) que la integran, el montaje se puede considerar de primera. Como contraparte, el texto dialogado o que es recitado por una especie de narrador omnisciente brechtiano que se acompaña con los acordes de un cuatro, es con frecuencia inadecuado y de un lirismo en exceso lamentoso. La propuesta textual hablada se equivoca, tropieza y cae, para ser levantada de nuevo por el despliegue escénico. Está escrita -o ensamblada- con poco acierto, sin buscar profundidad en el tema, a empujones, a la carrera, sin considerar el suspenso que debe estar presente en toda representación El suspenso existe, claro, pero a fuerza de destreza, vigor e interpretación actoral.
Se combinan, por ejemplo, la adaptación de un texto de Eduardo Galeano sobre la migración: “Les han robado su lugar en el mundo… Algunos consiguen colarse. Otros son cadáveres que la mar entrega a las orillas prohibidas, o cuerpos que yacen bajo la tierra en el otro mundo adonde querían llegar.”; con el Stabat mater, canto religioso antiquísimo de original en latín, versionado al castellano, que retrata el sufrimiento de la Virgen de los Dolores al pie del Cristo crucificado: “Madre estaba dolorosa, al pie de la cruz llorosa…” Como resultado se reciben unos vergajazos de aflicción, ante los cuales lo menos que provoca es accionar, responder, defenderse: solo nos queda escurrirnos en la butaca resignados.
Inaceptable es el empleo y la mutilación, antes del desenlace, del poema Hombre preso que mira a su hijo de Mario Benedetti, no solo porque lo tergiversa como autor, pues fue escrito a propósito de la tortura y el exilio político en Uruguay en circunstancias muy diferentes a la de los migrantes contemporáneos, sino también porque, en continuidad con la queja y tristeza preponderante en la pieza, no prepara la transición para la escena catártica final, que simboliza la libertad de los rehenes de Bukele y el abrazo con quienes los esperan, para terminar cerrando con el canto final colectivo de estribillo coral:
Somos un pueblo grande,
que reclama por los nuestros,
amor es nuestra bandera,
conciencia azul como el cielo.
A consecuencias de la debilidad del ensamblaje textual, la obra que debe estimular la indignación reflexiva y la acción política, solo propende a la compasión inmovilizadora, al éleos o piedad que provocaban las tragedias griegas, en las cuales el destino divino era ineluctable. Quiero ser bien entendido: no afirmo que tal sea la intención del montaje, sino más bien la consecuencia de un texto que no está a la altura de lo que se pretende. Ya que se logró la liberación de los secuestrados en El Salvador, un reajuste de algunas escenas pudiera lograr una puesta al día, como también algunos cambios que hagan la denuncia más contundente.
Soy doliente de dos hijos, un hermano y dos sobrinas criadas en mi núcleo hogareño y, aproximadamente, dos docenas de familiares en segundo grado, todos regados en unos 8 países. Son demasiadas ausencias; pero más que dolido, estoy arrecho por la ignominia de los cipayos impunes que siguen alentando el éxodo. No escribo estos párrafos partiendo de la mera especulación de un teatrista que analiza las pisadas en falso de una función. “…Es mejor no pensar de dónde venimos”, dice uno de los personajes. ¿De verdad? ¿Será que los causantes de la catástrofe social venezolana dejaron de pensar a donde van?
La obra, me conmovió, no se dude, dejando a la par un saborcillo a insatisfacción, a comida esperada y servida con esmero y abundancia, pero escasa de condimento o, quizás, cocinada con prisa, no sé bien. El proceso es problema de los artistas y productores; en estas líneas me propuse solo comentar el resultado.
No pude proveerme de una ficha técnica y artística, lo cual puede ser solucionado fácilmente por vía digital colocándola en un sitio web o haciéndola circular por las redes sociales. Es necesaria. A pesar de lo que considero son falencias, Ni enemigos ni extranjeros es una obra que debemos ver; se trata de un esfuerzo importante que concita muchos aplausos y atención. Tiene sintonía con la actualidad, algo que no es común en el panorama escénico nacional.
P.D: La obra posee
una intuición de actualidad que sorprende. Nos presenta a un capitalista-cerdo
caníbal (comiendo cerdo) rodeado de ratas. Desde ayer, en un video que se hizo
viral, vemos al expresidente de la CTV Carlos Ortega, prófugo golpista, desde
Miami promocionando una venta de chicharrón. La analogía no es casualidad, los objetivos
y preferencias de un burgués son muy coincidentes con los de un sindicalista
corrupto: tigre sí come tigre. En serio.
Ver
en https://www.youtube.com/shorts/T8HhjUQbSy4
Lo felicito por su iniciativa.
ResponderEliminarTengamos en cuenta que los valores que usted pueda tener sobre el arte pueden requerir de muchas categorías; parece que intenta incluso contabilizarlas, preguntándose tal vez cuál es el objetivo moral del teatro o de la obra en cuestión.
Por mi parte, prefiero acercarme al arte de la manera más natural y simple que me sea posible, sin tensas ni tediosas pretensiones. Además, al espectador no le hace falta un manual de instrucciones elaborado por los expertos del teatro, de cualquier manera forma parte de su engranaje metafísico, de su origen y de sus efectos.
Considerando que uno de nuestros mayores problemas como sociedad es el hábito de perder movilidad física, lo que hace más difícil la expresividad del intérprete y más aún dirigir y organizar armónicamente a un conjunto tan diverso entre sí... En la obra se puede apreciar una máquina versátil de movimiento explosivo, apasionado y lúcido.
Usted se detiene preguntándose "¿por qué la idea viene de un ministro? ¿Por qué no se le ocurrió antes a un teatrista?" Suponiendo que fuera cierto, celebremos entonces que así sea. Que un político haya sido inspirado por un artista y viceversa, pues quiere decir que los teatristas que vinieron antes que nosotros han sembrado cambios significativos más
allá de su alcance.
Digo "suponiendo" porque una idea nunca surge enteramente de una sola persona, va construyéndose a través de un complejo y minucioso proceso colectivo, pero eso usted ya debería saberlo.
Usted señala que la obra es un panfleto incompleto, acudiendo a los griegos y romanos, insinuando que usted lo hizo mejor en los 90. Aclaremos esto ahora, un panfleto es algo accesorio, efímero e intrascendente, un formato ideal que cualquiera puede alzar según su conveniencia. Lo panfletario puede carecer de criterio e integridad.
Se equivoca doblemente en su veredicto, juicioso juez, sobre todo si se refiere precisamente a una creadora y educadora cuyas obras poseen la característica de expresar de un modo cada vez más extraordinario, ético y poético temas necesarios, no solo de la población venezolana sino de la sensibilidad humana.
Usted dice que le faltó profundidad al tema, porque no se limitó exclusiva y detalladamente a los migrantes venezolanos.
Esa opinión también es de una búsqueda fundamentalmente cartesiana, tiene empeño en descuartizar las cosas.
En todo caso, lo más acertado sería hallar y resaltar las coincidencias en los migrantes, no aquello que los diferencia, porque esas diferencias finalmente son superficiales y divisorias.
No obstante, tal vez tenga usted razón, tal vez un mes y medio no era suficiente para un estudio tan hondo y extenso, tal vez fue una comida casera hecha con poquísimo tiempo. Agradezca entonces la comida, siéntese y sea humilde.
Más allá de sus intenciones intelectuales, la obra contiene una serie de símbolos muy sutiles y poderosos que sobrepasan las fronteras, porque el arte debe ser lo más universal posible, pese a los regionalistas empedernidos y académicos estancados.
Hay cosas que no pueden pensarse por separado, al intentar hacerlo se podrían gastar demasiadas palabras que dicen poco.
Jericó Montilla no dirige una obra que mezcla el teatro, la danza, el circo y la música; ella, lejos de las especulaciones y críticas de poca imaginación, es la única creadora en el país que hace renacer al teatro original, aquel que no coloca fronteras en las artes escénicas ni en la calidad de sus intérpretes. Ella no hace teatro de ningún panfleto, ella planta con valentía, firmeza y sólida claridad un teatro integral y verdadero, ese que ha sido olvidado.
Finalmente lo invito, monstruo verbal, a que vea la película animada "Ratatouille", y reconsidere sus atrevimientos.
PD: No se quede escurrido en la butaca resignado, y si elige hacerlo, mejor quédese callado. Que sea su dolor y no su arrechera lo que enfoque su atención, del enojo solo queda un berrinche petulante y aburrido de leer, como lo que usted ha escrito.
Sr. anónimo (aunque ni tanto)...
ResponderEliminarLo entrecomillado cuando me citas no es parte del texto que publiqué sobre la pieza. En tu confusión cometes una infidencia al copiar un comentario que hice por Whasapps a una tercera persona, en la creencia de que era una conversación privada. Mal por la persona, pero peor por ti en plan de chismoso. De manera imprudente y abusando de la confianza, la tercera persona te reenvió el chat; luego sales tú, con la desgracia delatora de citarme de manera incompleta y tergiversar lo que expresé. Aclaro seguidamente lo que citas mal. No me “detengo” al preguntarme, tampoco por tener dudas: con las interrogantes que me copiaste critico abiertamente el apoliticismo (por decirlo de algún modo) y la falta de iniciativa de los artistas teatrales. Me obligas a cortar y pegar el párrafo completo que escribí en el chat:
“Valoro muy positivamente que el tema de los desplazados (o migrantes) haya sido llevado a la escena. En general, creo que el teatro venezolano esta fuera de sintonía con lo que sucede o preocupa a los espectadores: alto costo de la vida, polarización política, corrupción, criminalidad, especulación cambiaria y paremos de contar. Digo ´en general´, porque siempre hay alguna que otra particularidad y algún atrevido (a) se mete de lleno con las angustias colectivas en el escenario, pero son excepciones. Y la obra en cuestión, es una excepción. Vi la rueda de prensa del ministro, buscando datos sobre el espectáculo y me pregunto: ¿por qué tiene que partir la idea de un ministro? La pregunta no es una crítica, sino una reflexión. Más bien hay que reconocer que a un alto funcionario se le ocurra que el teatro es un medio para generar conciencia y sensibilidad ante tan grave situación. Repregunto: ¿por qué temas tales no se le ocurren a nuestros colegas teatristas? Me refiero al tema, no a la complejidad de la puesta en escena”.
Mejor olvídate de estar citando ese chat, no sea que me obligues a publicarlo por completo.
Te dedicaste un buen rato a escribir un sancocho que dudosamente entiendes, en el que me atribuyes intenciones que no tengo y palabras que no escribí. Intentas ofender, te haces el filósofo, le disparas unos piropos comiquísimos a la directora... Pero, haciéndote el Willie Mays, ni de vaina emtrompas las debilidades del texto, emsamblado a mandarriazos con recortes y mutilaciones hechas a la carrera de varios autores y que escamotea la denuncia política concreta de las causas de la migración en Venezuela.
No tengo más nada que agregar sobre tu comentario, en sus lineas abunda la paja malsana. Por lo general, no suelo responder a especulaciones balurdas, descalificaciones o tentativas de ofensa de personas desconocidas, menos si son anónimas; parafraseando al gran filósofo latinoamericano Mario Fortino Moreno, cuando me las escriben o dicen ni siquiera las ignoro.
Deja de escribir ociosidades resentidas y trata de leer en este mismo blog, dos notas bastante positivas de la pieza en cuestión; están muy bien escritas por sus autoras. Si a mi escrito, que tanto te aburrió, le dedicaste 650 palabras, a las notas de las compañeras deberás dedicarle el doble. Así se te calmará lo ardido.
Cambio y fuera.