Intolerancia teatral
La canción Escríbeme la popularizó Alfredo Sadel por los años cincuenta, y entre sus versos dice: “Son tus cartas mi esperanza, mis temores, mi alegría. Y aunque sean tonterías, escríbeme”. Esto viene a colación a propósito de una crítica que hice de un ejercicio teatral que realizó una estudiante de la Escuela de Arte Dramático del estado Aragua, como trabajo de fin de curso.
Hice algunas apreciaciones teatrales, pero una dama –que no puedo decir su nombre porque es menor de edad- me llenó el teléfono de improperios como: “Usted es un pésimo crítico…es estereotipado…parece una caja…acartonado…como que quisiera ser intelectual…hace un patrón y no aporta…es como que quisiera tener una necesidad de reconocimiento…no tiene capacidad para ver lo sencillo”. Y remata el siguiente día: “Escríbame… ¿Por qué no me responde?...le exijo una respuesta. Yo sí soy seria”.
“Me hacen más falta tus cartas, que la misma vida mía; lo mejor sería morir, si algún día me olvidaras”.
Como se observa, no hay argumentos teatrales, solo la hiel y la necesidad de que le escriba. Pero cómo le puedo rebatir que yo no soy una caja, que yo no soy acartonado, y que no soy un intelectual. Hace poco el maestro –ese sí es un maestro- Pablo de la Barra dijo: “Ante un espectáculo hay dos bandos, los que piensan que uno es un genio y el otro que piensa que uno es una mierda”; yo no sé a cuál pertenezco. Pero lo que sí sé es que no deben leerme o que hagan ustedes sus propias críticas, porque en definitiva, será el público quien tenga la razón.
Ahora bien, este es un tema que ha trascendido por los tiempos; en Grecia se hacían concursos de dramaturgia a propósito de un tema único y de allí salía una obra que algunas nos han llegado y por eso las estudiamos. Al concurso de novela de una editorial en España llega un promedio de 20.000 ejemplares para ver quién se gana el premio; ¿Eso significa que hay 19.999 malos escritores?
“Cuando llegan a mis manos, su lectura me conmueve; y aunque sean malas nuevas, escríbeme…escríbeme.”
En este sentido, se abre el debate de si se justifica la crítica teatral, o esperamos que sea el público quien determine los dos bandos.
“Escríbeme…escríbeme”.
Bartolomé Cavallo. Alumno de Ramón Lameda.
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