Ni enemigos ni extranjeros: Teatralidad, belleza y dolor
Desde siempre, las mariposas y las golondrinas y los
flamencos vuelan
huyendo del frío, año tras año, y nadan las ballenas en
busca de otra mar y
los salmones y las truchas en busca de sus ríos. Ellos
viajan miles de leguas,
por los libres caminos del aire y del agua.
No son libres,
en cambio, los caminos del éxodo humano.
En inmensas
caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible.
Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente.
Eduardo Galeano. Los emigrantes, ahora.
Por Penélope Hernández
En el Taller de Crítica Teatral ofrecido durante el Festival Internacional de Teatro Progresista 2025, el profesor Pablo García Gámez nos dijo una frase que no olvido: “¡Criticar con mirada fresca!”. Esa orientación la tenía presente cuando asistí a la función de la obra Ni enemigos ni extranjeros en el Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe Rómulo Gallegos (CELARG).
Hoy, cuando escribo esta nota, puedo decir que dicha mirada es la que te invita a un horizonte reflexivo, a apreciar cómo un tejido de hilos coreográficos, poéticos, circenses y teatrales, bajo una atmósfera lírica, te encanta y conmueve para pensar. La mirada fresca no es una técnica; al contrario, es una aptitud compleja y desafiante para alguien que se inicia en la crítica teatral.
Ni enemigos ni extranjeros logra desde el dominio de las rupturas con las unidades de tiempo y espacio presentar diversos cuadros que inician por medio de la sentida exposición y denuncia del personaje Hombre del Sombrero Azul: (...) “¡Cámara de gas, suicidios, torturas, bombas atómicas, Hiroshima, Nagasaki! ¡Un atrofiado ego que angustió a millones y millones de personas... y los llevó hasta el filo de la navaja! Y ahora están aquí, han llegado... aún con el alma cortada, vienen con sus maletas llenas de sueños, con lo estrictamente necesario; arribando a la utopía o la ilusión que les brinda el nuevo continente, donde se encuentra: ´El país de las oportunidades´”.
Los cuerpos y las maletas danzan en el vaivén de la nostalgia y la ilusión. La fuerza interna de cada migrante se percibe a través de lo coreográfico, ese lenguaje que no requiere palabras, pero que comunica y expresa bellamente la acción de huir de guerras y el hambre para alcanzar una vida diferente.
Aunado a lo antes mencionado, se destacan, a través de la acrobacia, los personajes jóvenes de la Migrante Femenina y el Migrante Masculino. La elevación, la precisión, la elegancia y lo retador de las alturas cumple la función de encantar por medio del sentimiento amoroso. Ese que se sintetiza en un abrazo del alma, que envuelve y detiene el tiempo.
Un tiempo que cambia drásticamente con lo grotesco. La aparición del personaje Hombre sin Memoria para invocar la Ley de Enemigos Extranjeros expresa firmemente y, al mismo tiempo, de manera ininteligible temas como el desprecio, irrespeto y la desgracia.
Calamidades que se manifiestan en el Coro. Voces que al unísono exclaman la impotencia de no tener nada. Ni un espacio para morir.
El eco que retumba de los buenos ciudadanos le deja espacio al chillido de ratas que bordean al personaje Cerdo Capitalista. La sátira de la multiplicación de riquezas entre lo sucio, la oscuridad y la desigualdad es un cuadro pilar en la obra. Unos comen desbordados y otros siguen hambrientos.
El tambor y el palpitar de la angustia de los migrantes, tratando de escapar, conecta al espectador con la desesperación y la injusticia.
Pavor que no detiene los sueños ni el clamor, tal como lo canta el Hombre del Sombrero Azul.- “Marchaban dormidos, marchaban descalzos... Avanzaban, cojeando, con los pies bañados en sangre. Todos lisiados, todos cegados, ebrios de fatiga, asfixiados... Sin embargo, seguimos, seguimos sintiendo a la tierra que dejamos allá en el pasado”.
Esta obra no solo es un tejido cargado de lirismo, sino de punzantes llamados a sociólogos, economistas, juristas, comunicadores sociales, entre otros profesionales estudiosos de las causas y consecuencias de la migración. Ni enemigos ni extranjeros debe representarse en plazas, en espacios no convencionales, en la calle, con su estética brechtiana para aquellos ciudadanos que en algún momento saldrán de la oficina y su escritorio, se sensibilicen y reflexionen profundamente sobre los distintos factores que intervienen en estas dolorosas realidades.
Las artes escénicas fomentan la criticidad. Denuncian con la poesía en proscenio problemas del hoy para entenderlos. Solo así se puede ver e interpretar la magnitud de los mismos. De esa manera, no conformarse con el canal de TV “bla, bla, bla, bla, bla, blá”. O resignarnos con sacar el pañuelo para secar las lágrimas por la conmoción que deja la obra. Luego tomar un café al salir de la función, y seguir como si nada estuviese pasando.
Toda esta reflexión es posible gracias al trabajo de los actores, bailarines, acróbatas y músicos de la Compañia Nacional de Teatro, Circo Nacional de Venezuela y Teatro Ceres, en el marco de la producción de la Gran Misión Viva Venezuela. Artistas como Alemi Díaz, Arnaldo Mendoza, Eduvina Soto, Eliné Figueroa, Gerardo Luongo, Gregori Escalona, Irmary Mota, Juvel Vielma, Kleiber Rodríguez, Marcela Lunar, Martín Patric, Miguel Treccia, Rafael Gil, Yendy Vega, Yhannelys Medina y Yohel Ramírez, entre otros. Voces consolidadas y nóveles que ensayaron un texto creado por Somar Toro y Jericó Montilla a partir de obras de Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Vicente Gerbasi y perspectivas de Cruz Noguera.
Felicito el trabajo coreográfico de Heysell Leal. El movimiento y el ritmo reclaman, dejan huella con esas pisadas vertiginosas, con la fuerza de las formas y lo sublime de un giro.
Finalizo expresando mi gratitud con el docente,
dramaturgo y actor Somar Toro, por ser fuente primaria para escribir esta nota.
Buenísimo 🔥
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