31.7.25

Una mirada crítica a cuatro escenarios por Carlos Rojas

 Un punto de vista

Una mirada crítica a cuatro escenarios

por Carlos Rojas

criticarojas@gmail.com

Especial para Miradas al Escenario

 

Obra El Lugar del Otro Dir. Johan Velandia. Foto: La Congregación Teatro

En América Latina, donde la historia suele escribirse entre la crisis, la exclusión y la esperanza, el teatro ha sido mucho más que un refugio cultural: ha sido un territorio de resistencia, una herramienta de memoria colectiva, un lugar donde lo poético y lo político se entrelazan sin pedir permiso.

Hoy, más que nunca, la escena teatral del continente latinoamericano encarna una tensión vital: entre la precariedad y la potencia, entre la fragilidad de lo efímero y la necesidad de dejar huella indeleble en el tiempo.

A lo largo de mis años como crítico e investigador teatral, he transitado por muchos escenarios: desde Bogotá, Caracas, Santo Domingo hasta La Habana, donde he sido testigo de cómo el teatro refleja, en cada uno de estos contextos, las complejidades y contradicciones de sus realidades y sus teatralidades.

Cada ciudad, con su singularidad histórica y social, me ha ofrecido una perspectiva única del papel del teatro en la sociedad, y cada una me ha dejado una marca profunda en mi forma de entender y escribir sobre las artes escénicas en la actualidad.

 En esta cartografía teatral diversa y desigual que trato de trazar y que abarca cuatro escenarios, comienzo en la ciudad que hoy habito: Bogotá, una capital teatral que se ha consolidado como uno de los epicentros más vivos, incómodos y fértiles del teatro latinoamericano actual.

Aunque su escena no se organiza en torno a una industria sólida ni a políticas culturales estables, Bogotá vibra desde abajo con una intensidad difícil de ignorar, donde la creatividad y la resistencia se entrelazan con la urgencia de repensar la realidad teatral.

Sin embargo, Bogotá no cuenta con la institucionalidad teatral de ciudades como Buenos Aires, São Paulo, Ciudad de México o Madrid. Lo que sí tiene —y no es menor— es una voluntad crítica persistente, sostenida por creadores, colectivos, gestores, creadores y espectadores que insisten, una y otra vez, en que hacer teatro no es sólo una práctica artística: es una forma de intervenir el presente, de poner el cuerpo frente a la realidad y de ejercer ciudadanía desde la escena.

El teatro bogotano no existe aislado. Forma parte de un tejido latinoamericano que, pese a sus diferencias, comparte desafíos estructurales y pulsiones comunes.

Juliana Cuervos en Donde caerme viva Dir. Costa Palamides Foto: Teatrela (Caracas-Venezuela)

Desde Caracas, Santo Domingo, La Habana hasta Bogotá  

Caracas, por ejemplo, que alguna vez fue motor de puestas en escena y referente continental en materia teatral, hoy enfrenta una cartelera dominada por el teatro político, comedias ligeras, espectáculos de rápida rotación y formatos mediáticos como el microteatro, adaptados a lógicas de consumo inmediato.

En medio de una crisis humanitaria sostenida y el desmantelamiento institucional del país, muchos creadores han sido empujados a una estrategia de supervivencia más que de desarrollo. Aun así, persisten colectivos independientes, directores comprometidos y públicos que se niegan a renunciar a un teatro más profundo, más inquietante. Resisten en un paisaje escénico cada vez más frágil y desalentador.

La crítica y la investigación teatral, por su parte, atraviesan también una profunda crisis. Lejos de consolidarse como espacios de pensamiento plural y ejercicio riguroso, han sido instrumentalizadas por asociaciones de críticos que operan bajo agendas políticas adversas tanto al gobierno como a los procesos escénicos del país.

Esta captura ideológica ha reducido el análisis teatral a un campo de confrontación partidista, debilitando el debate cultural, empobreciendo la reflexión estética y contribuyendo al aislamiento de la escena venezolana en el contexto latinoamericano.

Obra Eulogio Badia Dir. Donis Taveras(Santo Domingo-RD)

Santo Domingo, por su parte, atraviesa una tensión constante entre la seducción del musical al estilo Broadway —a menudo descontextualizado— y la necesidad de crear una dramaturgia verdaderamente dominicana.

Esta búsqueda está ligada a hablar de las contradicciones internas del país: el racismo, las divisiones de clase y las herencias coloniales. Aunque aún queda camino por recorrer, se percibe una generación emergente que desafía lo extranjero y empieza a forjar una voz propia. 

Obra Clowncierto Dir. Ernesto Parra Foto: Teatro Tuyo (La Habana-Cuba)

En la Habana, el teatro continúa siendo un espacio de reflexión crítica y lucidez simbólica. El pasado Festival de Teatro Internacional de La Habana del año 2023, al que asistí como crítico invitado, fue una experiencia reveladora. A pesar de las restricciones económicas e ideológicas que aún atraviesan la isla, el encuentro dejó en claro que Cuba sostiene una escena profunda, poética y políticamente aguda.

Gracias al trabajo del actual Consejo Nacional de las Artes Escénicas, se han consolidado espacios de exhibición, formación y pensamiento que han convertido a las artes escénicas en algo más que un espectáculo de mero entretenimiento: en un lugar de interrogación colectiva y debate cultural agudo.

Frente a estos panoramas diversos, una constante se repite: el teatro latinoamericano está vivo, pero necesita ser cuidado. Su vitalidad no puede depender únicamente del sacrificio de sus artistas. Se requiere compromiso institucional, redes de circulación, políticas públicas sostenidas, plataformas de archivo y crítica seria. Porque lo que no se documenta, se olvida. Y lo que se olvida, deja de existir.

En este sentido, el teatro no debe entenderse como un lujo, sino como un derecho cultural para todos. Un lugar donde se ejercen formas de ciudadanía sensibles, donde el espectador se convierte en testigo, en participante, en cómplice. Ir al teatro hoy —en medio de la hiperconectividad, el consumo exprés y la precariedad— es un acto profundamente humano.

En contextos como el colombiano o el venezolano, atravesados por el desplazamiento forzado y el trauma colectivo, la escena teatral se convierte en un espacio de reparación simbólica, donde lo no dicho encuentra forma y cuerpo.

En Cuba y República Dominicana, el teatro caribeño ha sabido abrir grietas en el discurso oficial, permitiendo que circulen verdades que los medios callan o distorsionan. En todos los casos, lo escénico actúa como un espejo incómodo, un grito necesario, una pregunta que resiste al silencio y exige ser escuchada.

 

Obra Mientras el cielo se esconde Dir. Felipe Álvarez Foto: Radio Escénica de Colombia (Medellín)

Volviendo a la escena teatral colombiana en lo que va de este año 2025, no se define por una estética única ni por nombres importantes. Se configura, más bien, como una cartografía en expansión que transita entre la creación colectiva, el performance, la danza, el drama político, el clown y la experimentación sensorial.

Es una escena capitaleña en la que conviven —con tensiones y fricciones— colectivos históricos como Teatro La Candelaria, Teatro Petra o Umbral Teatro, junto a agrupaciones emergentes como Radio Escénica de Colombia de Medellín, que irrumpen con lenguajes híbridos y provocadores. El teatro en Bogotá no es uniforme ni complaciente: se atreve a incomodar, a intervenir y a decir desde la escena.

En los últimos meses he recorrido más de cincuenta funciones en salas tradicionales, espacios alternativos, casas particulares y festivales universitarios. En cada uno de estos espacios, se percibe una pulsión común: hacer teatro no como entretenimiento decorativo, sino como un acto ético, como una forma de decir algo urgente y de reescribir lo común desde y para la escena.

Se abordan temas como la migración, el racismo estructural, el feminismo, las maternidades, el conflicto armado, los vínculos intergeneracionales o la migración forzada. No como modas temáticas, sino como experiencias escénicas vivenciales. El espectador bogotano ya no es pasivo: aplaude, guarda silencio, cuestiona, regresa. Se reconoce en la escena y se deja transformar.

Y, sin embargo, la vitalidad no basta. Bogotá —como buena parte de América Latina— padece una profunda fragilidad documental. Obras valiosas desaparecen sin dejar rastro. No hay archivo, no hay crítica estable, no hay memoria escrita. En un continente donde lo escénico ha sido históricamente invisibilizado o relegado, este descuido no es menor: es una forma de borrar, sin querer, lo que estamos intentando construir.

¿Qué teatro queremos para el futuro?

Obra Hamlet Dir. Soraya Orta/CIANE Foto: Nicola Rocco

El teatro que queremos para el futuro —y que ya empieza a emerger en estos escenarios— es aquel que se asume como un acto de ciudadanía. Un teatro que no aplaude la complacencia, sino que interpela al espectador. Un teatro que no olvida el pasado, pero que tampoco se conforma con representarlo: lo reescribe. Un teatro que no pide permiso para decir lo que duele, lo que falta, lo que sueña.

No se trata de idealizar ni de condenar. Se trata de mirar con honestidad lo que tenemos, celebrar lo logrado y empujar hacia lo que aún falta. Bogotá —con todas sus carencias— ha demostrado que es posible sostener una escena crítica, diversa y viva. Pero, su continuidad no está asegurada. Depende de cada creador, cada crítico, cada gestor, cada espectador. Y también de las instituciones, públicas y privadas, que decidan apostar, de verdad, por un teatro que piense el mundo.

Como lo demuestra Bogotá con su pluralidad radical, como lo resisten Caracas y La Habana con su teatro hecho desde la dignidad, como lo intenta Santo Domingo con sus nuevas voces emergentes, el teatro latinoamericano no es uniforme ni definitivo. Pero, esa diversidad es su mayor fortaleza.

Entonces, ¿qué teatro queremos para el futuro? Uno que no sólo representa, sino que provoque. Uno que no tenga miedo de equivocarse. Uno que construya memoria y convoque comunidad. Uno que transforme el acto escénico en un ejercicio de presencia ética.

Porque mientras haya una voz que diga, un cuerpo que actúe y un espectador que escuche con el corazón abierto, el teatro latinoamericano seguirá siendo una forma de estar juntos en el mundo. Y eso, en estos tiempos, ya es un acto profundamente revolucionario. Así, de alguna manera, concluyen estas miradas críticas a cuatro escenarios.

CR (@mipuntocritico

4 comentarios:

  1. Buena síntesis para ponerse al día, aunque no se concuerde del todo.
    Pero Rojas, en el caso de Caracas te refieres a "asociaciones de críticos", en plural. Que yo sepa, lo único que se ve es lo que queda de Avencrit, una vez al año cuando entregan unos premios.
    ¿Hay otra asociación?
    Y el microteatro, pues no sé... ¿De verdad crees que tiene envergadura y público como para caracterizar al teatro caraqueño?

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  2. Yo, Bartolomé Cavallo hago crítica a título personal, sin ir más allá que la reflexión misma; para que quede un documento. Lo hago desde Maracay, no desde Caracas.

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    Respuestas
    1. Bartolomé, entendido. Entonces no hablamos de una asociación ni de una plataforma colectiva, sino de un esfuerzo individual —que, por cierto, se agradece y se respeta— pero que no entra en el marco de lo que se discutía sobre la crítica caraqueña como cuerpo organizado o al menos visible.
      Gracias por la precisión.
      CR

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  3. Estimado Oscar,
    Gracias por tu lectura atenta y por señalar puntos que, sin duda, merecen matiz y discusión.
    Sobre lo de “asociaciones de críticos” en Caracas, tienes razón en que el panorama es, por decir lo menos, escueto. Avencrit continúa existiendo más como vestigio que como actor articulador del discurso crítico —y su presencia anual en la entrega de premios parece confirmarlo más que desmentirlo. Si mencioné el plural fue más por lo que debería existir que por lo que efectivamente hay. Pero tomemos la corrección como oportunidad para pensar justamente en esa ausencia estructural.
    En cuanto al microteatro, entiendo tu escepticismo, y en parte lo comparto. No lo menciono como sinécdoque del teatro caraqueño, sino como un fenómeno sintomático: sostenido en buena parte por dinámicas de consumo más que por apuestas estéticas de fondo. Pero que tenga público —y continuidad— no deja de decirnos algo sobre hacia dónde se están desplazando ciertas formas de producción y recepción escénica. Otra cosa es si eso nos satisface o nos interpela.
    Gracias de nuevo por la interlocución aguda. Que no se piense igual no impide —más bien invita— a afinar mejor el enfoque.
    Un saludo cordial,
    CR

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