Por Alexis Blanco
Los sendos textos que a continuación consigno para el invalorable blog de Miradas al escenario pretenden trazar líneas maestras para una reflexión colectiva acerca del nuevo espectro de acción y de intervención social por parte de los artistas de la escena en nuestro país. Es tiempo, no sólo de soñar y de creer, sino también de construir. En eso creo que andamos todos. Una feliz e histórica coincidencia acerca del quehacer artístico escénico nacional, en tiempos de transformaciones y de cambios. En Maracaibo viene sucediendo. Estas líneas refrendan tal convicción: La mirada a Una noche contigo, de Enrique León y a Un hombre se prepara, de José Javier León. Un abordaje desde una libérrima reinvención de la palabra Santidad… el sendo trabajo de cuatro extraordinarios artistas de la actuación por estos lares no tan tristes (José Molero ha patentado la frase “Feliz, por culpa del teatro”). En fin, con humildad y martillo, unas líneas de amor…Diana Labrador, Doris Chávez, Molero y este eximio ser de teatro llamado Romer Urdaneta, concitados por la pluma bifronte de los dos Leones.
Enrique supura entre vahos de una teatralidad definitivamente suya, su narrativa portentosa y emocionalmente certera y eficaz, por humilde y sencilla.
Yo he visto, he sentido y he presentido a Dios, sentado junto conmigo, en primera fila, como cabe, como es, en el estreno de esa lectura dramatizada de la pieza de Enrique León Luzardo, Una Noche Contigo, fábula endógena sobre el amor frustrado de dos mujeres con respecto a un hombre, un bolerista y conspirador. Ritual manido desde el bolero (ese deseo del Otro, del cuerpo del Otro, Dios nos salve a todos de tanta íntima devastación), que la brillantísima dama de La Palabra en la Boca, Doris Chávez Matheus, dirige con fineza y maestría, con los increíbles entrañables artistas, Diana Labrador y José Molero, en una producción del maestro Juan Carlos Quintino, quien justo hoy sábado 19 [de julio] está de cumpleaños. ¡Enhorabuena!
En la sonora casa iluminada por la bellísima luz de la vela del filósofo Gastón Bachelard, la de Ana Arapé, ocurrió una ceremonia teatral única, donde el dramaturgo desnuda el alma de Gaudelia y Eduilena, transidas de amor por Medina, un émulo memorioso de León, quien rocía la pieza con aromas de café con cardamomo, avena y galletas caseras, tal como sucediese con él mismo, el hijo del actor que hacía reír a las piedras, don Chucho León, el condiscípulo teatral de Asdrúbal Meléndez, Freddy Galavís, el maestro Nicolás Curiel, la maestra Juana Sujo y el inolvidable José Ignacio Cabrujas. Enrique supura entre vahos de una teatralidad definitivamente suya, su narrativa portentosa y emocionalmente certera y eficaz, por humilde y sencilla.
Es por esto que la Santidad (a partir de este instante declaro, manifiesto, divulgo y revelo que la palabra SANTIDAD condensa y resume el leit motiv de lo que bien podríamos llamar una Estética Actoral Interpretativa, un Método León, una manera de asimilarnos, puros, inocentes, castos e inminentes, cuando de subir al escenario e interpretar la Otredad de otro ser humano, bien se tratare).
El verbo subir
está bien utilizado. A las ceremonias profundas les sienta bien semejante nivel
de transparencia ontológica: “¿Sois, o no sois, o quien coño sois?”. Entras a
escena y tu destino es el cielo, la cúspide, ese Olimpo donde solo habitamos
los putos dioses. Con nuestras lujurias, exacerbaciones, mitos y terrores. Es
en ese tal territorio donde León Luzardo intentará siempre, con sus Fragmentos,
testimoniar en la aldea siempre cándida de tus recuerdos. Flor de Baile.
Una noche contigo.
Bello ese equipo
de cuidadores de la escena, Althair Dávila, Emily Suárez, el niño Majarrés, así
como otros hermosos seres sintientes de la Facultad Experimental de Arte de
LUZ.
Y luego, ese espíritu subyacente de aquel irrefutable momento de la historial
teatral zuliana que se llamará siempre Sociedad Dramática de Maracaibo.
Mientras salgo al patio a fumarme una guacamaya, dejo que por mi estación radial, “Proletarius, ¡La Banda!”, se escuche la guara voz de Leonardo Azparren: “Sociedad Dramática de Maracaibo".
En la variopinta actividad teatral de la provincia venezolana, el patrón general fue hacer un teatro empatronado en las formas tradicionales de la puesta en escena de un texto. Con mayor o menor nivel profesional, en la provincia venezolana los repertorios respondieron a una cultura teatral conocida. Frente a este modo de ser, Enrique León propuso un teatro inspirado en “poetizar la ciudad”.
León se formó en el TUCV con Juana Sujo, y después en unas pasantías en Berlín que le dieron una visión con cierto rigor del trabajo teatral. Con un grupo formado con la participación inicial de Homero Montes, de sólida trayectoria profesional en el Grupo Sábado de Inés Laredo, y Nelly Oliver, comenzó a trabajar en 1977 siendo el grupo de la provincia venezolana que logró la mejor proyección nacional e internacional. Poetizar la ciudad no fue un slogan, y varios de sus espectáculos principales apuntaron en esa dirección: Velada artística y recreativa en casa de Morales (1977), Visita guiada al teatro Baralt (1980), de Enrique León, y Traje de etiqueta (1982), de César Chirinos, fueron espectáculos en los que propusieron la disolución de los límites entre realidad y ficción, con el fin de penetrar el modo de ser de la realidad representada sin localismos costumbristas.
Con un sólido reconocimiento internacional, en particular el obtenido con Edipo (1985) en el Festival de Delfos (Grecia, 1988), la Dramática pasó a ser uno de los grupos más importantes en la década de los ochenta y comienzos de la siguiente. Un repertorio ecléctico, pero con un perfil definido, incluyó desde Sófocles hasta Alfred Jarry (Ubú rey, 1982), pasando por Georg Büchner (Woyzeck, 1979), José Ignacio Cabrujas (Profundo, 1982), Molière (Picardías de Scapin, 1991).
También desarrolló una línea editorial y promovió su propia dramaturgia con obras de Nelly Oliver (Cerco y Olas de fuego) y el propio León (Flor de baile) e inauguró su primera sala, Antonio García, en 1981. En 1996, inauguró la sede de su propiedad, una sala multiforme, única en el país, diseñada con criterios teatrales, anexa a la cual estaban el área administrativa y una galería de arte. La ampliación de sus actividades hizo de la nueva sede un centro de producción cultural.
Al igual que en otros grupos nacionales, las discrepancias internas condujeron a la deserción de algunos de sus integrantes y, finalmente, a su paralización y posterior desaparición. “Santo Santo Santo, es el Señor”. Y dice: “LECTURA DEL SANTO EVANGELIO según San Mateo 12, 14-21. En aquel tiempo, los fariseos se confabularon contra Jesús para acabar con él. Al saberlo, Jesús se retiró de ahí. Muchos lo siguieron y él curó a todos los enfermos y les mandó enérgicamente que no lo publicaran, para que se cumplieran las palabras del profeta Isaías: Miren a mi siervo, a quien sostengo; a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi Espíritu, para que haga brillar la justicia sobre las naciones. No gritará ni clamará, no hará oír su voz en las plazas, no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea, hasta que haga triunfar la justicia sobre la tierra; y en él pondrán todas las naciones su esperanza”. PALABRA DEL SEÑOR…Cuando vuelvan a concitar Una Noche Contigo, les recomiendo asistir a la Calle Carabobo, casa de la profe de la Feda, Ana Arapé…quizás entenderán mejor este asunto estético de la Santidad.¡Salud!
(Noticia al Día 19 de
julio, 2025)
Romer
Urdaneta: Un hombre Santo se prepara
Hacer Teatro, con mayúscula, en la salita de tu residencia,
compartiendo altares y domésticos oráculos
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Foto Alexis Blanco |
La Salita El
Brillante (Esquina de Padilla con Colón, en Maracaibo) alberga el monólogo
del maestro Romer Urdaneta, Un hombre se prepara, de José Javier León.
Para Noticia Al
Día, Alexis Blanco continúa reflexionando el arte del actor como un compromiso
de Santidad:
“Mambrú se fue a
la guerra
Qué dolor, qué rigor, qué pena”
(Canción popular)
Romer Urdaneta estírase sobre una silla de madera, la cual ha de transformar en estética tribuna durante los siguientes 50 minutos, tiempo de representación y de lectura dramatizada de un texto delicioso: Un hombre se prepara, del poeta José Javier León. Pienso que bien podríamos estar ante la oficiosa representación de un texto fundacional, un principio de partida, un entusiasta cauce para refundir términos comunes entre el arte del actor y el arte de la poesía: tiempo, espacio, memoria, silencio, cuenco diletante, metáfora y precipicio, horizonte y ranura…
Si asumimos el teatro como un asunto de Santidad, Romer Urdaneta, junto con su entrañada cómplice, Ana Torres, es un monje trapense. Pero no estamos refiriendo a la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia u Orden de la Trapa, de carácter monástico, fundada en Francia en el siglo XVII, sino a la Sala de Teatro El Brillante, en Colón con Padilla, aquí en esta Maracaibo donde marchan de nuevo todos los santos. Nuevo Entierro de la Sardina. Ya no en Miércoles Santo, sino en la infinita bondad de estos valles de lágrimas, también de risas y de amor, en que se nos van transformando las salas principales de tan hermosas antiguas casas de Maracaibo Contemporáneo y florido como estas obras de nuestros sendos Leones. Enrique y JJ…
José Javier León es un poeta mayor. Lúcido y sublime en el ágora de los buenaventurados seres de, supongamos, Garmendia, Juarroz o Dalton. La palabra se mueve y se agita mientras baila o bendice, increpa o aúlla, hipnotiza o seduce, Palabra Santa sobre el escenario conspicuo de la vida revolucionaria y en comuna.
Hacer Teatro, con mayúscula, en la salita de tu residencia, compartiendo altares y domésticos oráculos, admonicionará la llegada inminente del concepto del Teatro de, en y para La Comuna. Recuperación no tardía de aquel concepto antañón, del teatro de las Veladas Recreativas y Artísticas, Culturales y Didascálicas, en los ilustres aposentos de la gente sencilla: “¡Vengan acá, todos ustedes!… ¡Acomódense por ahí que desde los santos coxones ováricos de mi vida plena he de traerle unas palabritas confeccionadas en el azar y en el rigor de nuestras mejores mentes deslumbrantes...! ¡Meta la mano mi niña y encontrará canciones y épicos ensambles…! Henos aquí, salita adentro, camará, ¡plantándote unas hermosuras de poemas en tu casa viva…!
Decía de Romer
Urdaneta. De su silla. De su pleno derecho a quedarse callado o gritar. Pero
mejor estar ahí, cuerpo en ristre, cerebro y voz enhebrando hilos invisibles.
Una red que podría enmarcar un sonido en tiempo de ritmo circadiano, un texto:
“Claro que ustedes ven las cosas de un modo distinto, pues ustedes vinieron a verme, a escucharme. Y qué ocurriera si les dijera: «yo vine a verlos, me interesan ustedes allí sentados y mudos».
Cuántas veces se han detenido a mirar a un hombre sentado a la luz de una lámpara. Eso que está ocurriendo aquí no sucede en la realidad, nadie se queda mirando a nadie tanto tiempo en la realidad, todos están muy apurados y preocupados, a nadie le interesa nadie y por eso necesitan venir a un teatro a ver a otros como no los pueden ni desean ver en la realidad. Y sin embargo, cuando vienen al teatro, sucede que en el teatro han olvidado las cosas, han olvidado la realidad…”.
Estamos siguiendo el canto elevado de ¡Par de Santos! Romer vuelve a contorsionar su plexo solar y a conectar sus brazos con los del Hombre del Vitrubio. ¿Lee o se hace el que lee? ¿Finalmente volará, con esos brazos extendidos como un dragón asediado por decenas de San Jorges maracuchos? Nada que ver. Romer te mira. Una y otra vez, te mira y entonces ha cambiado su alucinado plectro y así suena la alquimia de todos los susurros teatrales: José Javier León, poetizando:
“Conmigo se rompe el tiempo, conmigo se acelera el siglo, y yo sobreviviré al siglo, veré las ruinas de este siglo humeando al cielo abierto, uno a uno veré caer todos los monumentos que este siglo ha levantado. Todo lo veré caer, y no quedará piedra sobre piedra, no quedará en pie ni un solo vestigio de vida. Una sola ciudad viva, un solo hombre vivo, una sola mujer viva, nada de esto se sostendrá, todo vendrá a caer a mis pies abatido por su propio peso. En mí la vida tendrá raíz, en mí la vida retomará su cauce antiguo, su cauce único, seré el vertedero de los siglos, todos los siglos arremolinados en mi cabeza, en mi cuerpo, en mi sangre. Todos los siglos que los hombres de este siglo no lograron destruir, todos los siglos que todos los hombres no han logrado destruir vendrán a juntarse en mi cabeza…”. JJ es Romer. Romer es JJ. El Público siempre será perplejo en su rol de El Público:
“Nada más cerca del teatro que el erotismo. La muerte hecha vida, el instante que es un gesto, lo que se atrapa en un instante y se disuelve en la nada. Detener un gesto, congelarlo. Atraparlo. Sujetarlo para siempre. Un solo gesto, un solo movimiento. Aquí está. Un gesto. Un puño de polvo. Nada.
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Foto Nelson Sánchez |
El movimiento es ya el silencio… Cuando mi cuerpo se mueve no necesito hablar, las palabras no dicen nada, las palabras no existen para decir cosas… Mientras más calladas… Las palabras son menos que el movimiento, pero se puede lograr que las palabras sean el movimiento, sean el silencio, palabras traspasadas por la niebla, palabras que sean la niebla… Las palabras de los árboles, del mar, del río, de las piedras… Cuántas estupideces, cuántas tonterías unas tras otras… Probemos a estar callados, dejemos un rato que nuestros ojos hablen por nosotros, que nuestras manos hablen por nosotros…”. Un trance. Una mentada de madre en modo transubstanciación:
“¿Qué ropa usa el que soy? ¿Cómo se mueve, qué habla, qué cosas se calla? ¿No hará el actor otra cosa que buscarse a sí mismo? ¿Qué quieren ustedes ver en un actor? ¿Qué quieren de mí? ¿Para qué estoy aquí? ¿Qué es esto?...”. Esto sois y seréis…
(Noticia al Día 20 de julio, 2025)
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