8.9.25

 

La Resurrección de Winston Smith

Texto, Dirección y Producción de Milton Quero Arévalo


Nelly M. Oliver

El 23 de agosto de 2025, el Teatro Baralt de Maracaibo se transformó en un espacio de reflexión con el estreno de La Resurrección de Winston Smith, una obra de teatro escrita, dirigida y producida por Milton Quero Arévalo con su grupo Zona Teatral. Este texto, creado desde la recreación de la novela de George Orwell 1984, no es una adaptación: es una vivencia que sumerge en la fragilidad de la condición humana ante el poder.

La trama nos sitúa en un futuro distópico, donde dos personajes, Winston Smith y O’Brien, se enfrentan en una relación compleja de torturador y torturado. En este universo, la manipulación ideológica del Partido y sus Ministerios de la Verdad, la Paz, el Amor y la Abundancia, es una fuerza omnipresente que despoja a los personajes de su humanidad. El texto y la puesta en escena exploran cómo los personajes, en su búsqueda de la verdad o en su sometimiento al poder, se convierten en víctimas de un sistema que utiliza la posverdad para controlar la mente y el cuerpo.

El elenco, Denny Fernández como Winston Smith y Milton Quero Arévalo como O’Brien, ofrece interpretaciones que muestran la esencia de sus personajes. Denny Fernández, un artista polifacético que se autodenomina "un actor de química o un químico de actuación", encarna a un Winston débil, poco atractivo y desesperado. Su interpretación logra transmitir una energía sutil y una búsqueda constante de la verdad, mientras se resiste a un mundo que le prohíbe el libre pensamiento y la libertad sexual.

Por su parte, Milton Quero Arévalo da vida a un O’Brien, violento, sádico y paranoico. Su rol es el de un sacerdote del poder, quien, con diálogos pensados y poéticos, se esfuerza por convencer a Winston de que la libertad individual es una ilusión y que la única forma de alcanzar la inmortalidad es a través del sometimiento absoluto al Partido.

Actuaciones orgánicas, enfocadas en interpretar la verdad emocional de Smith y O’Brien. Auténticos en el espacio escénico, a través de la conexión de los actores con sus personajes. Nos pasean por la íntima vivencia de estos seres atrapados, mostrándonos magistralmente los pensamientos, experiencias y emociones que los embargan. Tan creíble que nos involucran en la compleja trama de la obra.


La banda sonora de La Resurrección de Winston Smith, (Bleeding Me, King Nothing, Tannhäuser Overture, Sugar Town, Psycho Killer) a cargo de Milton Quero Arévalo y selección y operador Miguel Quero Amado, se convierte en un personaje más, narrando el mundo de los protagonistas. La música ayuda a construir una atmósfera de opresión y desesperación. Cada canción está cuidadosamente seleccionada para reflejar los estados emocionales de los personajes, creando una dramaturgia escrita con notas musicales y palabras cantadas que intensifica la experiencia del espectador.

El diseño y la iluminación de José Luis Cabrita, junto al vestuario de Juan González, completan la puesta en escena, creando un ambiente opresivo que sumerge al público en las distopías de la posmodernidad.

En La Resurrección de Winston Smith, Zona Teatral, Milton Quero Arévalo, Denny Fernández, Miguel Quero Amado, José Luis Cabrita, Juan González y Ana Isabel Soto, invitan a reflexionar sobre nuestra propia vulnerabilidad ante la ideologización, recordándonos que en un mundo donde la verdad es manipulada, todos podemos ser, en algún momento, víctimas o victimarios.

Denny Fernández

Profesional comprometido con la química y el teatro. Egresado de la Universidad del Zulia como Licenciado en Química y del Teatro Universitario (TELUZ) como actor, director, dramaturgo, vestuarista. Es docente en Artes Escénicas de la Facultad Experimental de Arte (FEDA) de LUZ.

Dice Fernández, “Esa dualidad es maravillosa y plena. Química para el teatro y teatro para la química son dos cosas estupendas. Creo que el teatro es química pura y viceversa, todo lo que sentimos está ligado a una reacción artificial y es espléndido cuando desde este punto de vista se sabe. Un actor no conoce todos estos procesos. Dios me ha bendecido porque tengo las dos carreras que me apasionan”. Se considera un actor de química o un químico de actuación. Para él este par de profesiones contienen “un rol social impresionante” y eso las hace importantes en su vida. Las dos son una sola.

Para Denny el teatro es “una constante búsqueda de lo real. Es un vínculo con lo cotidiano y lo efímero, es el desdoblamiento de mis otros yo y del yo originario. Es sapiencia, disciplina, constancia, trabajo duro pero sabroso y satisfactorio, es cóncavo y convexo, lleno de múltiples emociones que te vacían y te llenan”.

Ha escrito más de veinte textos. Varios plasmados en el libro Confecciones. Editorial Sultana del Lago. Su labor de investigación como químico ha sido reconocida en varios países. Asimismo, su labor teatral ha recibido diversos premios y reconocimientos.

Con Zona Teatral, en esta oportunidad interpretó a Winston Smith, en la obra de Milton Quero Arévalo La Resurrección de Winston Smith.

Milton Quero Arévalo

Licenciado en Letras y en Educación por la Universidad del Zulia. Estudió Arte en la Universidad Central de Venezuela y se formó en dramaturgia en el Celarg. Ha sido actor invitado de la Sociedad Dramática de Maracaibo y trabajó en Caracas con reconocidos directores teatrales como Levy Rossell, Gilberto Pinto y Ugo Ulive. Actualmente es profesor en la Facultad Experimental de Artes de la Universidad del Zulia.

Es autor de las novelas La Sultana del Ávila (Letralia-FBLibros, 2024), Corrector de estilo (Norma), el libro de cuentos Hechos de habla (Monte Ávila Editores) y los poemarios Geografía urbana y Actos lingüísticos.

Ha sido galardonado con premios como la Bienal Antonio Arráiz, el Premio de Novela Adriano González León y la Bienal Eduardo Sifontes, entre otros. Su trayectoria abarca tanto la literatura como las artes escénicas, con actuaciones en diversas obras de teatro y en el cine.

 

Ficha artística

Personajes
Denny Fernández / Winston Smith
Milton Quero Arévalo / O'Brien

Ficha Técnica

Selección musical y operador de sonido: Miguel Quero Amado.
Asistente de escena y videos:
Ana Isabel Soto.
Diseño e iluminación: José Luis Cabrita.  
Diseño y confección del vestuario: Juan Gonz
ález.

Banda sonora

Milton Quero Arévalo
Selección y operador: Miguel Quero Amado

 1. Bleeding Me (Metallica) 
2. King Nothing (Metallica)
3. Hard Times (Baby Huey)
4. Tannhauser Overture (Richard Wagner Solti-K)
5. Sugar Town (Nancy Sinatra)
6. Psycho Killer (Talking Heads)

Tómate una pepa, por Ligia Álvarez

 

Tómate una pepa
   

Ligia Álvarez

En julio de 2025, tuve la oportunidad de asistir a la penúltima función de La obra Tómate una pepa (de Lexotamil) de José Gabriel Núñez. Estuvo dirigida por Shonny Romero y se presentó en la sala "La viga" del Centro Cultural Chacao.

El espectáculo se inicia con un breve monólogo que recrea un interrogatorio policial a uno de los dos personajes femeninos. De esa manera podemos inferir que está siendo acusada de algo grave. En este punto la pieza se vale del recurso de la analepsis para transportarnos al pasado y dar cuenta de los pormenores de lo acaecido.

Tómate una pepa (de Lexotanil) refleja las relaciones conflictivas entre una madre, Olvido, y su hija Ausencia. En Olvido, a diferencia de lo que evoca su nombre, existe una profunda nostalgia por un pasado marcado por el bienestar económico que contrasta con la escasez de recursos materiales de la actualidad.

Esas maravillas pretéritas, ahora ausentes son la excusa perfecta para convertirse en una adicta a los tranquilizantes. Vive en un eterno estrés por no tenerlos o porque se le acaben. El conflicto no es solamente por esto, la hija comienza a depender de los estupefacientes. Surge, entonces, entre ellas una interminable lucha por ellos.
 

Las actuaciones de Virginia Urdaneta y Stephanie Cardone cumplen a cabalidad con las exigencias de la obra. La dirección emplea acertadamente las luces y música estridentes y demás recursos técnicos para transmitir las emociones de los personajes, las transiciones y los cambios temporales.

En resumen, el tema pone al descubierto la complejidad de las relaciones humanas cuando están signadas por los vicios. Pese al dramatismo de lo planteado, el humor está presente para cambiar la mueca del espectador a la sonrisa momentánea que finaliza con los aplausos.

7.9.25

El arte de estar solo en escena: Monólogos, soliloquios y unipersonales venezolanos, por Carlos Rojas

 Un punto de vista
El arte de estar solo en escena:
Monólogos, soliloquios y unipersonales venezolanos
por
Carlos Rojas
criticarojas@gmail.com

Especial para Miradas al Escenario

Juan E. Viloria en Bandolero y Malasangre /Foto cortesía: Atilio Saavedra

El monólogo es, por esencia, una de las expresiones más complejas y enriquecedoras del teatro. En este formato, el intérprete asume el reto de sostener un personaje en soledad, lo que demanda una gran precisión técnica y una profunda entrega emocional.

A diferencia de las obras donde existe interacción con otros actores, el monólogo coloca todo el peso en la voz y el cuerpo de un único histrión: cada palabra, gesto o silencio se transforma en un elemento determinante para la construcción de sentido. La disciplina que exige es total, ya que cualquier movimiento, matiz de voz o transición representa una oportunidad para ahondar en la psicología del personaje y atrapar al público.

Para el intérprete, no se trata únicamente de memorizar un texto extenso, sino de mantener la coherencia interna del papel y establecer una relación directa y palpable con el público. Cada acción en escena debe tener un propósito claro, capaz de mover la narración hacia adelante o develar aspectos esenciales de la identidad del personaje.

En los últimos años, el monólogo se ha convertido en un recurso recurrente para histriones que buscan mantenerse activos en el medio artístico, especialmente frente a la crisis de la televisión y el estancamiento de otros espacios de producción. El cierre de canales o la disminución de las telenovelas empujó a muchos intérpretes a refugiarse en el teatro, particularmente en monólogos y espectáculos unipersonales.

Sin embargo, esta tendencia derivó en numerosas propuestas ligeras o vacías, centradas más en el atractivo de la figura del actor o en la repetición de chistes fáciles que en un verdadero trabajo de creación. En tales casos, el monólogo se convierte en un producto de consumo rápido, más cercano a la estrategia de mercadeo que a la experiencia artística.

Los monólogos, los soliloquios y los unipersonales comparten la idea de una sola voz en escena, pero no son lo mismo. El monólogo es un discurso extenso de un personaje que habla hacia otros o hacia el público, como los monólogos de Segismundo en La vida es sueño de Calderón de la Barca, donde el personaje reflexiona, pero en diálogo indirecto con su entorno.

El soliloquio, en cambio, es una forma más íntima y subjetiva: el personaje habla consigo mismo, revela su pensamiento interior y no espera respuesta, como hace Hamlet en el famoso “ser o no ser” de William Shakespeare.

El unipersonal es una estructura teatral autónoma en la que un solo intérprete sostiene toda la obra, a veces dando vida a múltiples personajes o voces. A diferencia del monólogo o el soliloquio, que funcionan como recursos dramatúrgicos dentro de una pieza mayor, el unipersonal constituye un formato escénico más completo.

En Venezuela existen ejemplos bien puntales de unipersonales como Bandolero y Malasangre de Gustavo Ott, La Mujer Engorilada de Gilberto Agüero Gómez o Yo no soy Lupita de Pablo García Gámez muestran cómo este género puede abordar temas que van desde la memoria histórica y la cultura hasta las inquietudes más íntimas y existenciales.

Aun así, persisten dramaturgos y creadores que defienden el monólogo como un espacio de exploración profunda. Para ellos, no es sólo es entretenimiento, sino un medio potente para indagar en temas vitales y construir relatos con densidad emocional y social. 

Bandolero y Malasangre
Una escritura feroz de Gustavo Ott

Juan E. Viloria en Bandolero & Malasangre /Foto cortesía: Atilio Saavedra

Es un monólogo que condensa lo mejor del teatro de Gustavo Ott (Caracas; 1963). Un texto cruel, incómodo y al mismo tiempo cómplice con el público. Su contundencia no proviene sólo del contenido político y social, sino también de la manera en que el autor arma un artefacto teatral híbrido, en el que lo cómico, lo dramático y lo trágico se superponen sin pedir permiso.

El monólogo no se limita a narrar; sino que acontece en escena. El intérprete debe cargar con la obra entera, sostener el tiempo y la tensión dramática, encarnando un personaje múltiple que se mueve entre el sarcasmo, la risa amarga y la confesión desgarradora.

Ott escribe un texto que es casi un campo minado para el actor, una bomba de tiempo. No basta con memorizar ni con transmitir emoción: se requiere desdoblamiento, capacidad de girar en segundos del tono ligero de la comedia al peso trágico del drama.

El personaje que habla no es sólo un individuo, sino un símbolo colectivo. En él confluyen las contradicciones de un país latinoamericano que arrastra culpas históricas, frustraciones políticas y heridas sociales. Por eso, la organicidad interpretativa es esencial: el humor debe nacer de la entraña, no de la caricatura, y el llanto debe emerger con la misma naturalidad con que se lanza un chiste.

Una de las virtudes del texto es la manera en que la risa se convierte en la antesala del dolor. Ott entiende que en América Latina lo grotesco y lo trágico van de la mano: la corrupción, la violencia, la desigualdad o el fracaso político se enmascaran con ironía, con ocurrencias, con sarcasmo popular.

En ese sentido, Bandolero y Malasangre, es un espejo fiel del ser latinoamericano: reír para no llorar, llorar porque no basta la risa. El personaje es una voz fracturada que oscila entre el deseo de denunciar y la imposibilidad de cambiar, entre la indignación y la resignación.

La obra es también una radiografía de un país (y, por extensión, de varios países del continente latinoamericano) que no logra reconciliarse con su historia. Ott construye un discurso que parece íntimo, casi confesional, pero que en realidad es profundamente político y social.

El personaje encarna esa contradicción: habla de lo que “hemos hecho” y de lo que “hemos dejado de hacer”, poniendo en evidencia la deuda pendiente entre el pueblo y su destino. En su voz resuenan la desilusión, la rabia, la ironía, pero también la memoria de un fracaso colectivo.

Aunque el humor recorre toda la obra, el fondo es inequívocamente trágico. El personaje revela la incapacidad de un país de transformarse, atrapado en un círculo de errores repetidos. Lo que comienza como juego verbal y comedia termina en una sensación de catarsis amarga: se ríe el público, sí, pero al final queda un vacío, una herida expuesta. La tragedia no es la muerte del héroe, sino la condena a la repetición, el estancamiento histórico, la imposibilidad de salir del mismo callejón.

Bandolero y Malasangre confirma a Gustavo Ott como uno de los dramaturgos venezolanos que mejor ha sabido dialogar con la identidad latinoamericana contemporánea. La obra no sólo cuenta una historia, sino que expone un conflicto cultural: cómo un pueblo vive atrapado entre la comedia cotidiana y la tragedia de su historia.

Es un texto exigente, que demanda un intérprete con la valentía de exponerse y la elasticidad de transitar entre extremos. Es, al mismo tiempo, una celebración de la vitalidad del teatro como espacio crítico y un recordatorio de que, entre risas y lágrimas, seguimos intentando comprender quiénes somos y hacia dónde vamos.


La Mujer Engorilada
Escritura con profundidad de Gilberto Agüero Gómez

Frank Silva en La Mujer Engorilada /Foto cortesía: Bahareque Teatro

Un ejemplo contundente de cómo el monólogo trasciende la mera distracción teatral es La Mujer Engorilada, del dramaturgo larense Gilberto Agüero Gómez (Barquisimeto; 1940 – 2019). Es un unipersonal que oscila entre la comedia amarga y la radiografía social.

La pieza no se limita a mostrar un retrato anecdótico: en su centro late la historia de Princesa, una mujer atrapada en sus contradicciones, que canaliza frustraciones íntimas y colectivas a través de un alter ego feroz y desbordado.

Lo que podría ser una anécdota doméstica —una mujer abandonada por su amante — se convierte, en manos de Agüero Gómez, en un retrato incisivo de la psicología femenina y de las tensiones sociales que atraviesan la vida contemporánea.

La dramaturgia agüeriana se sostiene en un lenguaje sin artificios, directo y al mismo tiempo poético, que hurga en las verdades posibles y en la esencia de lo humano.

La protagonista se enfrenta a la traición y a la soledad, mientras la enfermedad acecha como telón de fondo. El humor negro se mezcla con el dolor, revelando que la verdad es siempre escurridiza, y que la memoria íntima —construida a partir de contestadoras telefónicas, rutinas y recuerdos— se fragmenta bajo el peso del abandono.

La potencia de la obra reside en esa dualidad: lo íntimo y lo político se entrelazan, obligando al espectador a confrontar realidades incómodas. Agüero Gómez denuncia la invisibilidad y la falta de reconocimiento que marcan a muchas mujeres, y a la vez expone cómo el poder, el género y la rutina producen procesos de deshumanización. El resultado es una dramaturgia que, con humor y crudeza, plantea una reflexión crítica sobre la identidad, el empoderamiento y la resistencia frente a las estructuras sociales que buscan encasillar o someter.

El texto exige de la actriz una versatilidad radical: moverse con precisión entre lo cómico y lo trágico, sin caer en clichés, desplegando un abanico emocional que haga justicia a la contradicción del personaje. Allí radica la fuerza del monólogo: su capacidad para desnudar la fragilidad humana, pero también su potencia.

En definitiva, La Mujer Engorilada no es mero entretenimiento, sino un ejercicio de resistencia y cuestionamiento. La escritura de Gilberto Agüero Gómez —vivaz, crítica y profundamente humana— confirma que el monólogo, trabajado con rigor y compromiso, sigue siendo una de las herramientas más incisivas del teatro. Lo que se ofrece al público no es una historia cerrada, sino un espejo crítico que provoca, conmueve y transforma.


Yo no soy Lupita
Una escritura densa de Pablo García Gámez

Caridad del Valle en Yo no soy Lupita /Imagen cortesía: Gustavo Mirabile

El texto dramático de Pablo García Gámez (Caracas; 1960), arranca con una puesta en abismo melodramática: música de Vicente Emilio Sojo, proyección de imágenes, créditos como si se tratara de una telenovela, un locutor que anuncia “otra gran producción Lagrivisión”.

La obra no empieza en clave realista, sino parodiando el aparato televisivo del melodrama latinoamericano, con su exageración, su pompa y su artificio.

Desde el inicio, Coromoto irrumpe en escena huyendo de un tal Manolo, como si se tratara de un capítulo arrancado de telenovela: persecución, violencia, súplica. Sin embargo, esa tensión dramática se resquebraja de inmediato cuando descubre que no está en la calle, sino dentro de una vitrina. El “peligro” se evapora y lo que queda es un extrañamiento escénico: no habita la realidad, sino un espacio ambiguo, liminal, donde la vidriera/museo funciona como metáfora de su subjetividad.

Ese inicio despliega tres ejes esenciales: la mezcla entre lo real y lo melodramático, donde vida y ficción se confunden; el culto a la imagen (pantalla, objetos, maniquíes, vidriera); y la tensión identitaria entre el yo y el doble, que estalla en la frase: “Yo soy ella, yo soy Lupita”.

El desenlace es demoledor por su ironía. Tras girar toda la obra alrededor de la obsesión de Coromoto con su “gemela” Lupita —estrella de telenovelas, ídolo kitsch, objeto de adoración—, una voz institucional decreta en off: “Yo no soy Lupita. Esta ha sido otra gran producción Lagrivisión.”

El grito de diferenciación no le pertenece a la protagonista, sino al aparato televisivo. Lo que parecía afirmación de identidad se convierte en eslogan publicitario. La subjetividad individual queda absorbida por la maquinaria del melodrama, y la obra se apaga en un blackout de sarcasmo.

Coromoto vive atrapada en un espejo roto: idéntica a Lupita, pero no lo es; la imita y la niega a la vez. Ese vaivén expone una crisis identitaria profundamente latinoamericana, marcada por el simulacro y el deseo de ser “otro”. Su exclamación: “¡Soy Lupita! ¡Madre, no pudiste!” oscila entre conjuro, desahogo y autoafirmación fallida.

El universo de la telenovela —con sus divas, sus canciones, sus objetos de consumo— aparece en escena como parodia y como homenaje. García Gámez convierte el kitsch popular venezolano (empanadas, frascos de crema, música de Sojo, estética de Lagrivisión) en un dispositivo crítico. No hay burla ligera: hay una parodia con filo, que evidencia cómo la cultura de masas fabrica subjetividades.

El discurso de Coromoto transita entre la confesión íntima y el desborde melodramático. Su oralidad está teñida de giros hiperbólicos, comparaciones sensoriales, frases altisonantes que revelan cómo el lenguaje de la telenovela coloniza la vida cotidiana. El yo se cuenta y se reescribe a sí mismo con la lógica del culebrón venezolano.

La vitrina no es una decoración neutra: es un símbolo de exhibición permanente. Coromoto vive expuesta, como los objetos de Lupita que colecciona. Su intimidad se convierte en un museo ajeno, en un escaparate. La metáfora es brutal: el yo reducido a mercancía, la vida transformada en espectáculo.

El montaje empieza con la simulación televisiva y termina con su clausura. Un círculo implacable: entre ambos extremos, Coromoto despliega su subjetividad fracturada, pero al final es devuelta a su lugar de producto. No hay salida, sólo repetición.

Yo no soy Lupita se alza como una tragedia posmoderna disfrazada de melodrama popular. La protagonista ansía diferenciarse, ser única, pero su voz está siempre mediada por el brillo de la pantalla. La negación de su identidad es pronunciada por la misma maquinaria que la devora.

En última instancia, la obra desnuda cómo en América Latina la identidad individual queda atrapada en la fascinación del espectáculo, en el doble imposible de la telenovela. Coromoto es, al mismo tiempo, víctima y cómplice de ese dispositivo cultural. Y el público, entre risas y desasosiego, termina viéndose en ese espejo deformado.

Como conclusión, puede afirmarse que dentro de la diversa dramaturgia venezolana el monólogo sigue siendo un recurso vital para explorar la condición humana y los conflictos sociales. No se limita a entretener ni a provocar una risa fácil: su verdadero alcance está en interpelar al espectador, cuestionar la rutina, la política y las estructuras de poder, y abrir desde la escena espacios de reflexión. Así de claro: ni más ni menos.

CR (@mipuntocritico)

 

6.9.25

Jesús Benjamín Farías: “Aferrarnos al teatro es una esperanza de futuro…”, por Oscar Acosta

 Las lecturas infantiles lo condujeron al escenario

Foto archivo Jesús Benjamín Farías

“Aferrarnos al teatro es una esperanza de futuro…”

Jesús Benjamín Farías Rojas aprendió la dirección teatral trabajando 
en las escuelas.

Por Oscar Acosta 

Nacido hace más de cinco décadas en Puerto La Cruz, Anzoátegui, este docente, actor y dramaturgo ha dedicado su vida al teatro con notable tesón, consolidándose como una figura destacada de la escena regional, con proyección en el ámbito nacional. Este último logro es destacable, dado el centralismo que aún persiste en nuestras prácticas culturales, pese a los esfuerzos de los gestores del sector.

¿Cuál fue su primera experiencia con el teatro?

Mi primer contacto fue a mediados de los 80 como espectador de El extraño jinete de Michel del belga Michel de Ghelderode, montada por el Teatro Estable de Barcelona bajo la dirección de Kiddio España. La experiencia me trastornó la vida en la adolescencia. La obra, ambientada en un ancianato desesperanzado donde los personajes aguardan a la muerte que nunca llega para llevarse a alguno que elija, me impactó profundamente, desarrollando en mí un gran interés por arte dramático.

Foto archivo Jesús Benjamín Farías

¿Cuál fue su formación como artista? ¿En cuales obras ha participado?

Comencé en 1995 en el Taller Permanente de Puertoteatro, donde estuve dos años con clases de actuación, expresión corporal, escenotécnica e historia. Mi primer montaje fue Acto cultural de Cabrujas. Luego integré el elenco de esta institución escénica durante siete años. Un taller de dramaturgia con Carlos Sánchez Delgado me impulsó a escribir Con olor a flores agonizando, para el grupo Tabla Abierta, al que luego me uní y que marca gran parte de mi trayectoria. Paralelamente, estudié en Unearte, graduándome como Licenciado en Teatro, mención actuación. Con el Tabla Abierta me desarrollé como actor enespectáculos infantiles en los montajes de Cuentos perversos..., Brujonadas y otras piezas como ¿Vamos al sexólogo o...? de Juan Ramón Pérez y Daniel Dambolena y El secuestro de Ernestina, en versión y dirección de Igor Balaguer.  Como director, he montado algunas de mis obras y dirigido actores en El Tartufo de Moliére. Tras mucho tiempo sin actuar, regresé hace dos años con Los fantasmas del teatro Cajigal de Villegas y Fermín y, actualmente, en El último día (Villegas) interpreto un rol.

¿Cómo ha sido su labor docente? ¿Cuáles materias son su especialidad?

Soy profesor graduado en Educación Integral. Comencé a dar clases en 1997, dando materias teóricas en colegios privados: Castellano y Literatura; Historia Universal y de Venezuela; Cátedra Bolivariana y; Educación artística. Luego, en la Escuela Bolivariana Antonio José Sotillo, enseñé y dirigí teatro con niños del 1° a 6° grado durante 15 años. Digo con orgullo que el auditorio de ese centro escolar lleva mi nombre. Esta experiencia fue fundamental para mi formación como director: no hay mejor aprendizaje que darle clases de teatro a niños. Actualmente soy docente del Programa Nacional de Formación PNF de teatro de Unearte.

¿Cómo ha sido tu relación con la escritura?

Aprendí a leer a los cuatro años. Mientras los demás chamos jugaban, yo leía y leía. Escribo desde niño, influenciado por Chulola, una señora amiga de mi abuela que me entretenía con sus relatos de la isla de Margarita. Luego me atraparon autores como Gabriel García Márquez, José Ignacio Cabrujas (mi preferido), Henri Ibsen y Williams Shakespeare. Por supuesto que ese fue el primer estímulo para escribir. Mi obra oscila entre en realismo social, con obras como Ave de rapiñaBichito raro, y la indagación histórica, presente en las piezas Aroma de orquídeas y la trilogía sobre Laureano Vallenilla Planchart, quien fuera ideólogo y ministro del gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Al día de hoy he escrito 54 piezas teatrales; algunas malas, otras regulares y unas cuantas que han gustado como para ganar concursos o ser escenificadas.

Foto archivo Jesús Benjamín Farías

¿Cuál es la función que le asigna al teatro respecto a la sociedad?

El teatro cumple todas las funciones necesarias para mejorar y auxiliar el espíritu: entretener, sensibilizar, despertar conciencias, ser refugio para almas vulnerables. Es un bastión de lucha de los desposeídos y por eso siempre se le ha perseguido: en Grecia, Solón desterró a Tespis, quien según los antiguos fue quien primero escenificó un drama; los puritanos ingleses quemaron teatros; Las bodas de Fígaro de Pierre Beamarchais, enfrentó a la corte francesa, y en la dictadura de Gómez encarcelaron a Francisco Pimental, Job Pim, poeta, humorista y dramaturgo. La esencia del arte teatral es la resistencia, ha visto gobiernos caer, para luego resurgir de las cenizas. Aferrarnos al teatro es una esperanza de futuro, ante la sinrazón y la violencia del mundo actual.

¿Qué te propones actualmente dentro del quehacer teatral?

Recién enviamos la propuesta al III Festival Teatral Anzoategui te enamora, que organiza la gobernación a través del Instituto de Cultura del estado Anzoátegui, de un sainete llamado El remedio, de tema familiar y ambientado en Margarita, del que soy autor y director. Se trata de una nueva experiencia teatral que exploro, pues siempre me he dedicado como autor a piezas de corte social o histórico. El montaje es un esfuerzo como equipo del grupo Tabla Abierta. Estamos a la espera de la respuesta.


Algunas obras galardonadas:

  • Ave de rapiña: Premio Autores Inéditos (Monteávila).
  • Yo soy la Sáenz: Concurso Nacional de Literatura (Ipasmé). Bichito raro: Mención honorífica Concurso Leopoldo Alas Mínguez.
  • La Avanzadora: Premio Nacional Gilberto Pinto y Premio Municipal Luis Brito García.
  • Animal político: Premio Dramaturgia Trasnocho Cultural.
  • La furia de Dios: Premio de Dramaturgia Apacuana.

A escena Los cuatro de Copenhague de la dramaturga zuliana Lolimar Suárez, por Jesús Eduardo Espinoza

 A escena Los cuatro de Copenhague
de la dramaturga zuliana Lolimar Suárez

 

Por Jesús Eduardo Espinoza

¡Qué hermoso homenaje están haciendo a Los Cuatro de Copenhague y a su autora, Lolimar Suárez Ayala!  Esta obra no solo ha sido reconocida con el Premio Nacional Apacuana en la II Bienal de Literatura Dramática, con un jurado profesional de las artes escénica como Pablo García Gámez, Verónica Arellano y Aníbal Grunn, quienes la declararon ganadora sino que también está a punto de cobrar vida en escena gracias a la Compañía Nacional de Teatro.

Son logros que celebran tanto la calidad literaria como el compromiso social de la dramaturga. Es un honor para el pueblo maracaibero y zuliano, hecho que las autoridades gubernamentales deben valorar: reconocer la importancia de la mencionada escritora quien lleva a cuesta dos premios nacionales de dramaturgia.

Sobre la obra.

En apenas 67 páginas, Suárez Ayala nos sumerge en la intimidad de una casa compartida por cuatro ancianos, cada uno con su propio dolor, su historia y su forma de resistir el olvido. El señor Giuseppe, un italiano generoso, abre su hogar para que Jesús Iván, Popeye, Mauricio y Vladimir, quien los atiende.  Estos personajes, tradicionalmente relegados, encuentran allí compañía, sentido y solidaridad. Lo conmovedor no es solo la convivencia, sino cómo se cuidan mutuamente, cómo sus diferencias se convierten en puentes y no en muros.

Lolimar Suárez y Jesús Eduardo Espinoza

Sobre la autora.

Lolimar Suárez Ayala es dramaturga, comunicadora social, directora escénica y formadora teatral; es profesora de la Escuela de Teatro Inés Laredo. Su obra se caracteriza por la investigación, por la mirada crítica y sensible sobre temas sociales, con un estilo que combina metáforas intensas, diálogos ágiles y personajes profundamente humanos. Además de Los cuatro de Copenhague, ha escrito piezas como El puente, Rouge Cabaret, Señor ministro, Amiga, Piso 5, La fiesta de la princesa, Laika, Serpentario y Tres regalos, entre otras, todas llevadas a escena.

Lo que hace especial a Los cuatro de Copenhague, como señala el jurado de la Bienal Apacuana es que: “da voz a un grupo de personas ubicadas en la periferia por cuestiones de edad” y muestra cómo pueden organizarse para tomar decisiones que dan color y dignidad a sus vidas. El texto no solo entretiene, sino que también invita a reflexionar sobre el envejecimiento, la amistad y el valor de la comunidad.

Sobre la puesta en escena.

La Compañía Nacional de Teatro está en la fase final de los ensayos para estrenar el próximo 11 de septiembre, 2025 en el teatro Alberto de Paz y Mateos, Sala Román Chalbaud.  La dirección está a cargo del conocido actor y director teatral Luis Domingo González que le da una partitura de puesta en escena que mantiene la temática, brinda al montaje un ritmo particular, explora el espacio escénico y mantiene el humor del texto. Gracias a su capacidad interés creativa el elenco que promete una interpretación conmovedora y llena de matices.

Los actores que dan vida a los personajes de Los cuatro de Copenhague son: Gerardo Luongo, Luis Enrique Torres, Andersson Figueroa y César Castillo. Los acompañan Johel Ramírez, Lenin Antequera, Kleiber Rodríguez, Gabriel López e Irmary Mota.  Este grupo aporta su creatividad y experiencia para encarnar a los ancianos -así como sus sueños- que, en la casa de Giuseppe, enfrentan sus conflictos con ternura, humor y solidaridad. Estamos seguros que es una puesta en escena que toca fibras e invita al diálogo.

Desde estas líneas mis felicitaciones a la planta actoral, al director, la autora y a la Compañía Nacional de Teatro.

 

Jesús Eduardo Espinoza 
Profesor de Análisis de la Escuela de Teatro Inés Laredo
Ciudad de Maracaibo

4.9.25

Festival de Teatro y Patria, por Blanca Sánchez

 Festival de Teatro y Patria



Por Blanca Sánchez

El 29 de agosto, dos importantes eventos, entre otros, han sido la demostración de la vitalidad y optimismo del país que defiende su autonomía, su libertad y su independencia: EL FESTIVAL VENEZOLANO DE TEATRO 2025, con la participación de 24 estados y Caracas, y simultáneamente, la SEGUNDA SEMANA DE ALISTAMIENTO EN DEFENSA DE LA PATRIA, en todo el territorio nacional.

Este sentimiento profundamente patriota y bolivariano no es casual ni circunstancial: convierte a Venezuela en un símbolo de la realidad mundial: la lucha entre la paz y la guerra, entre la vida y la muerte, entre la solidaridad y el odio. Venezuela, pues, es el centro de esa lucha anti-imperial que hoy, más que nunca, debe rechazar y combatir la humanidad. Pero estamos seguros de que está en proceso un nuevo sentido de vida en el planeta. De ahora en adelante, los festivales de teatro serán mundiales y mundial el alistamiento de todos los pueblos del mundo, con la fortaleza de la unión solidaria la justicia y la paz.

El festival es la unión de artistas: dramaturgos, directores, actores, escenógrafos, iluminadores, vestuaristas, maquilladores, tramoyistas, músicos y productores. Es emocionante ver cómo los grupos de teatro que participaron en el festival en su primera etapa, llenaron espacios teatrales, salas y plazas del país y la emocionada respuesta del público. Estos valiosos artistas del teatro son los que constantemente, a través de la historia, buscan su sentido de vida, siempre un nuevo sentido de la época que les toca vivir.

Esta búsqueda de un nuevo sentido se hace necesaria y urgente no solo en Venezuela sino en un mundo al que viene imponiéndose el imperialismo fascista y sionista (con Trump y su criminal ayudante Marcos Rubio desde Miami e Israel con el asesino Netanyahu y los gobiernos europeos que los apoyan) sembrando guerras constantes y sin tregua, el odio, la desunión, la destrucción, la muerte y la deshumanización.

El segundo evento en nuestro país es el alistamiento como la fuerza unida de toda la nación venezolana en defensa de su destino de paz, ante la evidentemente ilegal amenaza del imperialismo yanqui de detener (y matar como lo han hecho siempre) al legítimo presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, con la calumnia de la droga, con el único fin de apoderarse de nuestro petróleo, el espacio geográfico y todos los recursos de nuestra venturosa tierra. De todas las plazas de Venezuela acudieron masivamente, miles de mujeres y hombres de todas las edades, a estampar su forma como rotunda prueba de su patriotismo, de su férrea voluntad de defender su patria, en una irreductible unión de ejército, policía y pueblo.


Festival de Teatro Venezolano: fin de fiesta en la Galería de Arte Nacional, por Oscar Acosta

 Festival de Teatro Venezolano: fin de fiesta en la Galería de Arte Nacional

                    

Por Oscar Acosta

El pasado 31 de agosto, de las 3 a las 8 p.m., se realizó una intensa jornada teatral en la plaza de La Juventud, adyacente a la Galería de Arte Nacional, en Caracas. El evento, que contó con una asistencia oscilante entre 120 y 400 espectadores, fungió como cierre del octavo Festival Venezolano de Teatro en su primera etapa regional. Se dispusieron tres espacios de representación: el primero en la plaza, bajo unos grandes toldos con una pequeña tarima; el segundo, acondicionado dentro y frente a la entrada principal del citado museo y; el tercero en un pasillo de la misma Galería. Los tres sitios contaron con una apretada presentación de espectáculos para público de todas las edades:  títeres, mimos, cuentacuentos, teatro, atracciones circenses, teatro lambe lambe…   Quien esto escribe dedicó su atención a cinco espectáculos, de los 14 y algo más que se mostraron en la fiesta.

El primero fue el de la agrupación Ciccrea, dirigida por José Gregorio Franquiz, que combinó la música con la narración oral en unos relatos excelentemente seleccionados, los cuales mantuvieron en todo momento la atención del público. Los cuentos procedían de la tradición oral de los pueblos pemón y wayuu. Destacó el manejo profesional de Franquiz quien, con una vocalización muy cuidada, supo mantener los tonos, el volumen y la cadencia adecuados que exige esta modalidad escénica, complementada con un acertado acompañamiento musical a cargo de Alis Rodríguez en el teclado y de Nelson Rojas, quien ejecutó variados instrumentos menores de percusión y viento.

A continuación, se presentó la Casa del Arcoiris, una agrupación con más de 30 años de experiencia en la escena callejera y comunitaria, que teatralizó varias fábulas clásicas como La liebre y la tortuga Los hijos del labrador de Esopo; La zorra y las uvas de Jean de La Fontaine, y El león agradecido de Androcles, entre otras. La función resultó muy amena, un pan comido para un trío de intérpretes con larga trayectoria en el teatro de espacios abiertos: Gabriela Mari, Luis López y Janeth Colmenárez. Buen ejemplo de un teatro de recursos modestos, potenciado por la adaptación didáctica de textos muy conocidos y una clara intención moralizadora para todo público. A pesar de la sencillez argumental, cabe destacar las dificultades de la puesta en escena, con sus continuos cambios de vestuario, el uso de máscaras y las numerosas entradas y salidas de los actores.

Un problema notable en las dos presentaciones anteriores fue la pésima calidad del sonido contratado y el descuido constante del operador. Inexcusable esta falla de los organizadores, que son gente de experiencia y saben lo que significa un tropiezo del sonido para la fluidez de una función.

Para estirar las piernas, me dirigí a uno de los pasillos de la GAN, donde estaba alineada otra atracción, y disfruté de los títeres lambe lambe, una variedad artística originaria de Brasil que se ha popularizado en la capital venezolana con la creación del Movimiento Lambe Lambe Venezuela. Se trata de una función minimalista de teatro de títeres. Digo minimalista en el sentido más pleno de la palabra: una pequeña caja con un audífono incorporado; a través de un orificio, se puede observar y escuchar un espectáculo (de 2 a 4 minutos de duración). En total, fueron unos 18 minutos (6 cajas) de exquisitez sensorial de lo más variada: desde un astronauta gravitando sobre quién sabe qué cuerpo celeste, hasta un afrodescendiente recitando un poema, sin olvidar el cuento de El rey mocho, de Carmen Berenguer. Es una bellísima modalidad dramática que condensa, al igual que cualquier teatro a gran escala, las siete artes mayores y una larga lista de oficios artesanales.

Luego volví al toldo exterior. En el camino, me detuve unos minutos en el trayecto para observar la función de trabajo acrobático en las telas aéreas que desde hace muchos años practica el Nuevo Circo Karakare, que ni tan nuevo es, por los tantos años que llevan ejercitando esta esforzada disciplina.

Entré en la carpa de nuevo justo al comenzar la función del Mimo Luis, Luis Alejandro Santana, a quien he visto varias veces animando actividades o actos culturales en las comunidades; tuve el placer esta vez de observarlo en una función completa de variedades pantomímicas. Buena técnica la de Luis, tanto como bueno es su enganche con el público que se animó a participar en el jolgorio de gestos.

Para cerrar la jornada, llegó la performance del elenco juvenil de la Compañía Nacional de Teatro.  Soy medio tarugo (o peor: lo soy completo) y, salvo por algunas excepciones, este tipo de espectáculos no los entiendo del todo; no les capto el significado más allá de lo básico. Puede que la penumbra, lo apretado del espacio y el desorden del momento acentuaran mi falta de entendimiento.

Bajaron del escenario más de una veintena de actores y actrices y empezaron, en un caos de gestos y movimientos, a representar lo que parecían vivencias de dolor y tortura. Intenté encontrarle el hilo a lo visto, tratando de armar una secuencia entre un movimiento y otro de los actores que se repartieron entre el público, buscándole una lógica… pero no conseguí más que entender -valga repetirlo- que el grupo expresaba un estado de angustia, dolor e incluso agonía. Inmediatamente supuse que querían transmitir las consecuencias de la guerra. Al final, cuando el elenco volvió al escenario, una voz en el micrófono hizo un llamado a la paz. Respiré aliviado: por lo menos entendí el tema de lo dramatizado.

Hago un par de reflexiones finales, a propósito de la reseña de esta última pieza, aún admitiendo mis limitaciones para entender cabalmente su significado. Lo primero es que semejante cierre resultó impertinente para una jornada en la que predominó la alegría, el relax y la delicadeza estética. Mirando el conjunto, francamente no se entiende este final de fiesta ni el criterio de quienes lo decidieron, menos aún porque fue precedido de un cuidadoso y esmerado repertorio de espectáculos de un tenor totalmente opuesto. Creo que culminar la programación de ese modo fue un grave error; no me refiero a los actores, que hicieron un alarde de técnica corporal destacable que impresionó al público, sino a quienes tomaron la decisión de presentar el espectáculo ante ese público, buena parte del cual era infantil. Conclusión del punto: pusieron la torta al final.

Una segunda observación se refiere a la propia puesta en escena. ¿Acaso tiene sentido abordar de manera abstracta en un escenario venezolano, justo en estos días, la necesidad de la paz?   Escribo esto a las 5:21 p.m. de este martes 2 de septiembre. Hace apenas 40 minutos me entero por un telemensaje que  Donald Trump informó el ataque a una embarcación venezolana que, según él, transportaba droga a los Estados Unidos. Una patraña, sin duda. El método es conocido: en Irak el pretexto fueron las armas de destrucción masiva; en Afganistán, el terrorismo; ahora, con Venezuela, es el narcotráfico. No me extenderé sobre la campaña de intoxicación mediática de las transnacionales informativas, pues desde hace semanas es un hecho evidente. Este episodio luctuoso de hoy -aún no esclarecido- es un montaje anunciado, parte de una amenaza creciente contra nuestra soberanía nacional. El mayor peligro para la paz en Venezuela, el riesgo de guerra más inminente es la agresión imperialista. ¿Y la Compañía Nacional de Teatro aborda el tema de la paz con una abstracción performativa? ¡Por favor! Es hora de la defensa nacional y de la denuncia a la saña imperial. ¿A qué se debe el temor de nombrar claramente a quienes amenazan con quebrantar la paz en nuestras tierras? Debe quedar claro que no apoyo la guerra; sino que crítico es la negativa a identificar y denunciar con claridad a los responsables y los motivos que la originan.

Cabe una última pregunta. En el cada vez menos hipotético caso de una invasión imperial, ¿tendremos que ver una performance llamando a la paz en Venezuela con los marines de espectadores?

Me permito responder con lo expresado ayer por el presidente Maduro: “Si Venezuela fuera agredida pasaríamos inmediatamente al período de lucha armada en defensa del territorio nacional y de la historia y del pueblo de Venezuela”.

2.9.25

De críticos y críticas, Pablo García Gámez

 De críticos y críticas

 

Pablo García Gámez

Como principio, no participo en polémicas: la mayoría de las polémicas comienzan hablando sobre un tema para terminar en descalificativos ajenos al objeto en cuestión.  Sin embargo, hago una excepción ya que una de las personas que interviene en una discusión me escribió en mi carácter de editor de Miradas al Escenario y como tal debo responder.

El 30 de agosto este blog publica una nota -originalmente aparecida en Facebook- firmada por Bartolomé Cavallo: “Rengifo en Femenino: sin petróleo ni federación” en la que el teatrero comenta sobre una presentación realizada el día anterior en el Conservatorio de Música de Maracay.  En ese texto, Cavallo aclara no tener los créditos del espectáculo, razón por la que no transcribe los nombres del elenco y de la dirección.  En segundo lugar, se refiere al trabajo actoral como “lineal y simple” y señala la deficiencia acústica del espacio.  Por último, el autor, confiesa no tener información y especula que una de las obras presentadas en Maracay durante el festival en agosto representará a Aragua en la segunda etapa del Festival de Teatro Venezolano en Caracas.  Le parece que esta producción no es la más representativa del teatro aragüeño.

Las referidas son las partes controversiales del escrito que dan pie a la polémica en Facebook.  Una de las personas en desacuerdo con el crítico me envía un mensaje aconsejando revisar a los autores y notas que publican en el blog refiriéndose al escrito de Cavallo de “sesgado, personalista, sin argumentos, [con] descalificaciones e insultos”. 

La misma persona comenta que el público: “…se conmovió, disfrutó y aplaudió de pie en agradecimiento del montaje y sus actrices” lo que además de creer, celebro porque celebro que el ritual del teatro atraiga y cautive.  Sin embargo, el mensaje da para pensar cuán ausente ha estado la crítica teatral: es frecuente que un crítico -o critica- no comparta los mismos criterios que el resto de los espectadores.  ¿Por qué? Porque cada espectador interpreta lo que sucede en escena y en el caso del crítico, éste utiliza una serie de herramientas, dadas por la experiencia, para su interpretación del acto escénico.  La persona aconseja “…no dar por sentado que lo que ese individuo escribe sea la verdad”.  Y le doy la razón: en “Rengifo en Femenino” hay una verdad por cada espectador.

Considero necesario refrescar los principios del oficio crítico.  Mark Fisher en How to Write about Theatre señala que “Un crítico es un pensador, alguien que presenta reflexiones sobre la producción en un contexto más amplio, menos preocupado con sus fortalezas y debilidades que con lo que significa dentro del gran esquema de las cosas, brindando historia, filosofía, estética, política, sociología y cualquier otro saber que ilumine el trabajo”.

Reviso el artículo y encuentro que Cavallo responde, a su manera, las tres preguntas de Manzoni adjudicadas a Goethe esenciales en el ejercicio crítico:

1-¿Qué intentaron hacer los teatreros?

2-¿Cuán bien lo hicieron?

3-¿Valió la pena? (Fisher, 20).

“Rengifo en Femenino: sin petróleo ni federación” responde a los tres cuestionamientos.  El autor, el mismo con alrededor de cinco décadas como teatrero, el mismo de “¿Hay una dramaturgia de la Revolución en Aragua?” (disponible en este blog) no comparte el mismo criterio adjudicado al resto de los espectadores y está en su derecho. 

Y efectivamente, para el crecimiento de nuestro teatro es necesario a veces polemizar teniendo siempre presente el objeto de la discusión. Lo ajeno a esa función teatral es innecesario.  

Maneras de mirar

Maneras de mirar

Miradas al escenario nace como resultado  del taller de Crítica Teatral organizado por la Compañía Nacional de Teatro de Venezuela durante e...