30.9.25

Walter Benjamin: Angelus Novus, por Alexis Blanco

 Walter Benjamin: Angelus Novus



(A propósito de los 85 años de la muerte autoinfligida por el filósofo, a consecuencia del asedio de la Gestapo).


Alexis Blanco

Cuando cumplí 27 años decidí regalarme un texto teatral inspirado en la tragedia personal de uno de los sabios más importantes del siglo pasado. No había en aquel tiempo esta herramienta de IA, Géminis, quien vuela ante mis vuelos: “Walter Bendix Schönflies Benjamin (Berlín, 15 de julio de 1892 - Portbou, España, 26 de septiembre de 1940) fue un filósofo, crítico literario, traductor y ensayista alemán de origen judío.

Su pensamiento recoge elementos del Idealismo alemán o el Romanticismo, del materialismo histórico y del misticismo judío que le permiten hacer contribuciones perdurables e influyentes en la teoría estética y el marxismo”. Con el maestro filósofo Américo Gollo Chávez conversé muchísimo sobre una obra fundamental de su colega, de cuyo suicidio se cumple hoy 85 años. Fue una decisión jodida, porque no fue por depresión ni por bajones egocéntricos, sino porque intentaba huir de los fascistas que lo asediaban y prefirió envenenarse antes que caer en manos de los nazis españoles.

A instancias de Gollo y de mi maestro Enrique León había leído toda la obra de Benjamin, la cual no fue tan profusa pero sí muy densa y poderosa. Su legendario ensayo, "La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica", fue lectura obligada en las clases de Sergio Antillano sobre arte contemporáneo. Allí abre nuevos senderos al oficio de la crítica cultural ya que propone y explica que “la reproducción técnica devalúa el “aura (singularidad) de una obra de arte y que, en la era de la reproductibilidad técnica y la ausencia de valor tradicional y ritualista, la producción artística se basaría inherentemente en la praxis política…”.

Los malparidos nazis, empeñados en su versión del “arte degenerado”, nunca perdonaron este texto escrito por Benjamin, quien exponía una teorética muy útil para la formulación de demandas revolucionarias en la política del arte en una sociedad de cultura de masas. Si contemporizamos el pensamiento del malogrado filósofo, toda esta parafernalia y mercadotecnia de los marchantes, curadores y demás estafadores afines encontraría su némesis en este poderoso ensayo, que también perfila las funciones artísticas y culturales, sociales, económicas y políticas del arte en una sociedad capitalista.

La memoria sube la escalera de Humanidades y entra al iluminado salón de clase donde “El viejo Sergio” nos hacía alucinar con su voz de riachuelo de Catuche, involucrándonos en el tema y los temas del ensayo de Benjamin: ese “AURA de una obra de arte, la autenticidad artística del artefacto, la autoridad cultural de la obra de arte y la estetización de la política para la producción de arte, los cuales se convirtieron en recursos para la investigación en los campos de la historia del arte y la teoría de la arquitectura, los estudios culturales y la teoría de los medios…”. Un delirio visionario.

El 27 de septiembre de 1934, Walter Benjamin escribe sobre sus DIÁLOGOS con Bértolt Brecht:

27 de setiembre, Dragar. En una conversación nocturna, que tuvo lugar hace unos días, se refirió Brecht a la peculiar irresolución, que en estos momentos interfiere con el trazado de sus planes. En la base de esa irresolución se hallan —según él mismo destaca— las ventajas que distinguen su situación personal sobre la de la mayoría de los exiliados. Si bien él no reconoce, en general, el exilio como base para empresas y planes, en su caso, la relación con el exilio es tanto más irrefutable. Sus planes son muy amplios. Se halla frente a una alternativa. Por un lado, esperan asuntos en prosa. El más modesto, que trata de Uí —una sátira de Hitler en el estilo de los historiógrafos renacentistas— y el más amplio, que es la novela sobre Tui. Esta novela está destinada a dar una visión panorámica sobre las necesidades de los «telectualines» (intelectuales); se desarrollará, al parecer, en China por lo menos parcialmente. Está terminado un pequeño bosquejo de esta obra. Pero junto a esos planes en prosa, le exigen además otros proyectos que se remontan a estudios y reflexiones de hace mucho tiempo. Mientras que las reflexiones, que surgieran en torno al teatro épico, pudieron fijarse precariamente en las observaciones e introducciones de los «Ensayos», otros pensamientos brotados de los mismos intereses han rebasado estos límites más estrechos desde que se vincularon, por un lado, al estudio del leninismo y, por otro, con la tendencia del empirismo a las ciencias naturales. Esos pensamientos se agrupan desde hace años, a veces bajo este, a veces bajo aquel lema; de modo que alternativamente estuvieron en el centro de las inquietudes de Brecht: la lógica no aristotélica, la doctrina conductista, la nueva enciclopedia, la crítica de las representaciones. 

Estos diversos quehaceres convergen actualmente en la idea de un poema didáctico filosófico. Los escrúpulos de Brecht lo llevan a preguntarse si él —considerando toda su producción anterior, en particular sus textos satíricos y sobre todo la Novela de tres centavos— encontraría en el público el crédito necesario para semejante exposición. En ésta se encuentran dos órdenes de pensamientos diversos. Por un lado, se manifiestan escrúpulos a medida que Brecht se interioriza más en los problemas y métodos de la lucha de clases proletaria —ante los cuales deberá suspender la actitud satírica y, sobre todo, la irónica.  Pero no se entenderían esos escrúpulos —que son más bien de naturaleza práctica— si no se les identifica con otros más profundos. Esos escrúpulos de una capa más profunda se refieren al elemento artístico y lúdico del arte, pero sobre todo a aquellos momentos que a veces lo vuelven en parte refractario a la razón.

Estos esfuerzos heroicos de Brecht por legitimar el arte frente a la razón, lo han conducido siempre a la parábola; en la cual la maestría artística se acredita por el hecho de que los elementos del arte en última instancia se anulan en ella. Y justamente esos esfuerzos en torno a la parábola se imponen hoy en forma más radical con las reflexiones acerca del poema didáctico.

En el curso de la conversación traté de mostrarle claramente a Brecht que un poema didáctico como ése deberá justificarse menos ante el público burgués que ante el proletario, el cual se basará probablemente para juzgarlo no tanto en la producción anterior de Brecht, de orientación parcialmente burguesa, como en el contenido dogmático y teórico del poema didáctico mismo. “Si ese poema didáctico —le dije— consigue movilizar a su favor la autoridad del marxismo, el hecho de su producción anterior difícilmente podrá conmoverla”. El arte es.


Cada cumpleaños mío, el 29 de octubre, lo celebro regalándome un texto propio, donde intento embriagarme, regocijado, con las ideas que me interesan. Así sucedió con esa obrita que escribí, les decía antes, inspirado en Walter Benjamin y su insólito martirio. Él, quien tradujo al poeta Charles Baudelaire y al escritor Marcel Proust, al alemán, era amigo carnalito de otros genios, como el gran dramaturgo Bértolt Brecht, los músicos Arnold Schönberg, Alban Berg y Anton Webern, así como de Theodor W Adorno, músico frustrado pero un excepcional filósofo que fundó la celebérrima Escuela de Frankfurt. También fue Benjamin un tenaz admirador del pintor Paul Klee, a quien compró un cuadro pequeño que, según él, era una obra que resumía al ser contemporáneo.


Angelus Novus se llama ese cuadro. Es un dibujo a tinta china, tiza y acuarela sobre papel, pintado en 1920 por el suizo Klee. Benjamin se lo confió a Adorno mientras gestionaba su finalmente infausta salida hacia Estados Unidos. Todos estos personajes interactúan en mi delirio, perdón, en la obra que escribí y que se llevó aquella inundación que arrasó mi casa en 2023. Con denodado afán busco entre mis archivos una de las tres copias que hice, estando aún trabajando en el diario Panorama.

En mi biblioteca pdf encuentro el prólogo de Lecia Rosenthal al libro “Walter Benjamin en la radio”. Leamos: “Theodor Adorno empleó el término “radiactivo” para describir la atracción magnética de los textos de Walter Benjamin. Impredecible y variado, el poder de la obra de Benjamin se detecta en sus efectos generativos interdisciplinares. Autor comúnmente asociado a sus escritos sobre fotografía y a sus aportaciones a campos como los del cine, la arquitectura, la teología judía, el marxismo, la traducción y el estudio de la violencia y la soberanía, Benjamin es mucho menos conocido por sus aportaciones a la historia de los primeros tiempos de la radio. De 1927 a principios de 1933, Benjamin escribió y pronunció entre ochenta y noventa conferencias a través del nuevo medio de la radio en Alemania…”. En el libro encontramos un maravilloso compendio de trucos y secretos para convertir la voz en una herramienta semejante a lo que hoy significa Geminis. Poetas como Federico García Lorca o Dylan Thomas bebieron de estas fuentes de Benjamin. La radio como lo que ahora más que siempre es: un instrumento de liberación.

En 1924, Walter Benjamin comenzó a escribir textos breves, casi aforismos. Por ejemplo, “Gasolinera”: “En estos momentos, la construcción de la vida se halla mucho más bajo el dominio de hechos que de convicciones. Y ciertamente de una clase de hechos que casi nunca ni en lugar alguno han constituido la base de convicciones. En estas circunstancias, la verdadera actividad literaria no puede aspirar a desenvolverse en el marco literario: esta es más bien la expresión usual de su infructuosidad. La eficacia literaria significativa solo puede nacer del riguroso intercambio entre acción y escritura: ha de plasmar, en folletos, opúsculos, artículos periodísticos y carteles, las modestas formas que corresponden mejor a su influencia en comunidades activas que el pretencioso gesto universal del libro. Solo este lenguaje instantáneo se muestra activamente a la altura del momento. Las opiniones son al gigantesco aparato de la vida social lo que el aceite a las máquinas: nadie se sitúa delante de una turbina y la inunda de lubricante. Uno vierte un poco en roblones y juntas ocultos que se han de conocer”. ¿Captan al Clásico?

También avizoró el asunto del arte y los coleccionistas. El Arte de Coleccionar. En su libro “Desembalo mi Biblioteca” lega perlas como esta: “Así, la existencia del coleccionista está regida por una tensión dialéctica entre los polos del orden y el desorden. Esa existencia también está ligada, naturalmente, a muchas otras cosas. A una relación muy enigmática hacia la posesión, sobre la que más adelante puede ser conveniente decir unas palabras. Además, a una relación hacia las cosas que, lejos de poner en primer plano su valor funcional, y por tanto su utilidad, su uso posible, las estudia y las quiere, al contrario, como escenario o teatro de su destino. El hechizo más profundo del coleccionista es cercar el ejemplar en un círculo embrujado donde se petrifica, sacudido por un último estremecimiento: el de haber sido adquirido.

Todo lo que atañe a la memoria, al pensamiento, a la conciencia, se convierte en zócalo, marco, pedestal, sello de su posesión. La época, el paisaje, la artesanía, el propietario del que procede el
susodicho ejemplar, todo esto se reúne a los ojos del coleccionista en cada una de sus posesiones, para componer una enciclopedia
mágica, cuya quintaesencia no es otra que el destino de su objeto…”. Jejeje… Maracaibo ha sido, por tradición, una ciudad de excelsos coleccionistas. Odian a Benjamin. Por marxista. Cada quien lo que es.

Escribe Samantha Rose Hill, amanuense de Hannah Arendt, la mejor amiga de Benjamin: “La información que tenemos sobre sus últimos días proviene de Lisa Fittko y Henny Gurland (la esposa de Erich Fromm), quienes llevaron a un pequeño grupo de refugiados a través de los Pirineos hasta Portbou, una ruta de escape común para los refugiados en ese momento. Fittko describe cómo Benjamin tuvo que caminar durante 10 minutos y luego descansar un minuto debido a su mala salud. Solo llevaba un maletín de cuero, que contenía sus papeles más valiosos.

Al llegar a Portbou la noche del 26 de septiembre de 1940, en la comisaría les dijeron que la frontera española había sido cerrada y que sin los papeles de salida franceses serían devueltos y enviados a los campos de internamiento. Esa noche, Walter Benjamin se inyectó una dosis letal de morfina. Gurland fue la última persona que lo vio con vida, y esto es importante, porque ella escribió lo que esencialmente se convirtió en su testamento. Según ella, Benjamín murió el 27 de septiembre. El certificado de defunción del médico español declara que Benjamín murió de una hemorragia cerebral el 26 de septiembre (quizás un intento de encubrir el suicidio). El certificado municipal muestra que fue enterrado el 27 de septiembre. Otro registro de entierro está fechado el 28 de septiembre. Hannah Arendt escribió a Gershom Scholem que Benjamin murió el 29 de septiembre…”. De todo este oscuro y triste proceso quedan notas sueltas del angustiado:

“En una situación que no presenta salida, no tengo más remedio que ponerle fin. Es en un pequeño pueblo de los Pirineos, donde nadie me conoce, donde mi vida llegará a su fin [ va s’achever ]. Te pido que transmitas mis pensamientos a mi amigo Adorno y le expliques la situación en la que me encuentro. No me queda tiempo suficiente para escribir todas las cartas que me gustaría escribir”.

85 años más tarde, La Parca aún no termina de ganar la última partida al consumado ajedrecista que fue Walter Benjamin, quien saluda y se despide con esta joda del Reloj regulador.


Para los grandes las obras concluidas son menos importantes que aquellos fragmentos en los que el trabajo les lleva toda su vida. Pues solo al más débil, al más disperso, le produce una alegría incomparable la conclusión, y se siente con ello devuelto a la vida. Al genio cualquier cesura, los más duros golpes del destino, le sobrevienen como el dulce sueño en el celo de su taller. Y el círculo mágico de este él lo traza en el fragmento.
“El genio es celo”. ¡Salud, bienamado peregrino iluminado!

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