¿Todos los caminos conducen a Roma?
José Luis Angarita Á.
Pensar, reflexionar y hasta filosofar acerca del
oficio en el que vivimos, nos acerca a algunas certidumbres personales que a
veces nos gusta compartir.
Tal vez se trate de la mala costumbre que nos dejó la
academia o simplemente sea el deseo de entregar, de alguna forma, lo que
creemos saber, para que no se termine sino para que se multiplique, en caso que
me lean hasta el final.
Muchas veces he visto por allí en fuentes diversas,
opiniones de personas que creen en la inspiración como una suerte de hallazgo,
espontáneo y feliz, de una idea que puede convertirse en algo bueno. Dicho en
una sola palabra se trata de una serendipia (serendipity, en inglés), que se
refiere, palabras más palabras menos, a algo que no estamos esperando y que de
repente sucede.
Ese milagro de la creatividad que de ahora en adelante
llamaremos inspiración, es rechazado por muchas personas que aducen que esta no
existe y que, por el contrario, se trata de trabajar en la construcción coherente
y constante de algo que necesitamos hacer, por ejemplo una obra de teatro, dado
el contexto de este blog.
Yo pienso en la inspiración como una pequeña
ocurrencia, una idea vaga, un chispazo, que posteriormente, con dedicación y
trabajo, puede convertirse en algo bueno. Pienso en los periodistas que deben
procesar información todos los días. Conocer de un hecho, investigarlo y
escribirlo sin esperar a que baje la inspiración. Se me ocurre también, un
publicista que debe resolver la realización de mensajes (comerciales para
redes, tv o radio, textos de un aviso, conceptos de campaña) en su día a día,
sin posibilidad de esperar la “inspiración”.
Por supuesto, en esta reflexión he pensado en
ingenieros, abogados, médicos, profesores, escritores, etcétera, que todos los
días deben resolver problemas específicos de su área de competencia. Ninguno de
estos, ni ninguno de otros profesionales, pueden estar sentados a la espera de
la inspiración. Deben dedicarse a resolver de una vez los problemas que van
apareciendo en las actividades que desarrollan.
Es posible que los dramaturgos puedan esperar a que
les llegue la inspiración esa que definimos en párrafos anteriores, pero... ¿y
si no llega cuando la esperamos? ¿No sería mejor sentarnos a escribir aquella
vaga idea que se nos ocurrió y en la que nunca trabajamos con seriedad y
constancia?
En lo personal yo soy mas de un tipo de profesional
que trabaja sin “inspiración”. Prefiero abordar un texto como si estuviera
trabajando para alguien: cumplo un horario de 4 ó 6 horas por día; durante ese tiempo
escribo, tomo café, escribo, hago una llamada, escribo, investigo alguna
palabra sobre la que tengo dudas, camino un poquito para estirar las piernas,
escribo o reescribo páginas completas; difícilmente el día me rinde más de
cinco cuartillas. Al día siguiente reviso lo que hice la jornada anterior y
comienzo otra vez con la misma “rutina” de trabajo hasta terminar.
Pero esto no quiere decir que esa forma de trabajar
sea la única ni la mas efectiva. Puede ocurrir que cada cual haya desarrollado
una forma de trabajar, un “modus operandi” en el buen sentido, que le permite obtener
buenos resultados trabajando una vez llegada la inspiración. Hay quienes me
comentan que a veces les llega la inspiración y resuelven su obra de una vez.
Es posible que eso ocurra de vez en cuando, lo reconozco.
Sin embargo, me quedo con las opiniones de aquellos
que piensan (o pensaron como este caso) que el camino es otro. Cito a Picasso:
“La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”. No menos famoso
y también muy citado, Albert Einstein decía que “El genio es 1% de inspiración
y un 99% de transpiración”. Por su lado, Jorge Luis Borges, el escritor
argentino afirmaba que “La inspiración es una forma de pereza”.
Yo sigo preguntándome si de verdad existe la
inspiración, aunque mi opinión sea que se trata de la constancia y dedicación a
lo que hacemos cuando creamos, aunque todo eso implique disciplina, pero sobre
todo suponga una fe ciega en lo que hacemos.
Desde siempre he escuchado decir que “Todos los
caminos conducen a Roma”, entonces me pregunto... ¿será importante el camino
por el que viajemos si queremos ir allá?
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