Fanny García
Yo soy Fedra. Esa es su carta de presentación, tal vez para pertenecer a alguien o formar parte de algo. Ella te abre las puertas de su hogar, una habitación que la contiene. Cuando ingresas a su templo, puedes observar todo el espacio; mientras vas escuchando unas palabras repetitivas y llega un momento que te aturden y eso que van al ritmo del toque de una guitarra eléctrica; en un intento de formar un estribillo o coro de una canción, pero te das cuenta que es su voz interior que no puede apagar y es allí, donde otra voz masculina la sigue, representando esos ecos de sus pensamientos.
Significa que escucharás repetidamente hasta el cansancio varias palabras causando en algunos de los espectadores hastío o tormento, hecho a
propósito por la dramaturga y directora Mariannela Morena. Es que no se puede
negar que ese personaje llamado Fedra, que lo encarna la actriz Noelia
Campos, se encuentra en estado de desesperación. Aunque al principio se
muestra glamurosa con la soltura de su cabellera rubia que va acorde con lo
que lleva puesto: un conjunto de short y bléiser tornasol que hacen juego con
el top, medias panty y tacones altos de color negro.
Si, la escaneé. También husmeé cada rincón de esa habitación desordenada; llena de tantas ropas, accesorios, zapatos, maquillajes, bufandas. Y encontré a su favor unas plantas que no estaban marchitas y algunos libros que se notan que son sus preferidos porque están en la cabecera de su mesita de noche; incluso vi libros en la mesa de la sala y en su armario. Al final, ella me sorprende con la búsqueda inquietante de un diario que destrozó con rabia, como queriendo deshacer, esos hechos que forman parte de su historia y que en su momento fueron motivos de alegría, satisfacción. Solo que ahora está viviendo una decepción amorosa, una ruptura. Sin embargo me pregunto: ¿si esconde otras razones?
La presencia de ese amor imposible que la invade como sombra, representada por el músico Lautaro Moreno; sus diálogos internos y las acciones que realiza en su intimidad me van confirmando que en efecto está dolida. Veo que se despoja de esa mujer que iba por la vida aparentando un estatus que no tenía; llenando sus vacíos con cosas materiales, aferrándose a un amor que ya no le corresponde o que nunca le correspondió. Con su ropa íntima negra se recoge el cabello sin peinar, se pone una pijama de pantalón, suéter con capucha y me muestra la carta bajo la manga que tenía guardada: una demostración, versión actual del mito tradicional, clásico, de la princesa de Creta, Fedra. Decidida desafía ese mito, no quiere tragedia ni venganza, mucho menos acabar con su vida. Liberada de cargas, refleja que está cómoda. Ha soltado esas expectativas idealizadas e impuestas por la sociedad. Fedra regresa renacida de ese inframundo. Lo deduzco cuando volvió a danzar, saltar, reír, cantar y a ponerse linda para ella. Vuelve a encaramarse en sus tacones, se pone una lencería de encaje blanco. Ángel sexy que comienza a aceptarse como es; sin importar los cambios físicos que se generan con el transcurrir del tiempo.
Me despide
con su música; invitándome a bailar con accesorios de la “hora loca”. Su boca
pintada con labial rojo, protesta: ¿cuál es la institución donde se denuncia o
se pone la queja?
No supe
qué responder. Ante las experiencias dolorosas es mejor que cada quien se
encargue y realice una introspección; también busqué la forma de asumir sus
procesos para restablecerse.
Yo, en
esas escenas, conocí su historia sin juzgarla. Fui partícipe de eso que llaman
la noche oscura del alma.
Yo soy Fedra. Obra de Teatro La Morena de Uruguay, presentada
en la Galería de Arte Nacional en Caracas, en el marco de la cuarta edición del
Festival Internacional de Teatro Progresista Venezuela 2025.
(27/04/2025)
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