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22.12.25

El teatro y la Navidad, por Oscar Acosta

 El teatro y la Navidad



por Oscar Acosta

La influencia de la religión católica en las artes escénicas tiene una especial relevancia. Durante la época feudal, la Iglesia persiguió a los comediantes e intentó suprimir toda representación que no derivara de su doctrina. Los actores fueron relegados a las afueras de los núcleos urbanos o a vagar en carretas en la búsqueda ocasional de alguna feria en la que les permitieran armar su tablado. No obstante, el clero, consciente del poderoso atractivo y la gran convocatoria del teatro, ideó una variedad de géneros en el intento de sustituir un escenario considerado profano o cuestionador por otro evangelizador: misterios, moralidades, dramas litúrgicos y autos sacramentales. Con la pérdida de la influencia eclesiástica en la sociedad, esas expresiones como medios de doctrina o composiciones literarias devinieron en reliquias más propias de los libros de historia que de la escena actual, salvo el auto sacramental, elevado a la categoría de obra maestra por la genial pluma de Calderón de la Barca durante el Siglo de Oro español.

De la intensa actividad escénica religiosa que nos llegó de Europa solo persisten hoy, con gran difusión y arraigo, el Vía Crucis y los nacimientos vivientes. San Francisco de Asís no imaginó, cuando creó el primer pesebre en el siglo XIII, que estaba dando origen también a un género menor del teatro, de extensa difusión geográfica y gran fervor popular. El nacimiento viviente se escenifica hoy en todos los países de tradición católica. Es representado por habitantes de barrios o pueblos, sin formación artística académica que, con escasa o ninguna inversión financiera, confeccionan los trajes y preparan una escenografía elemental que recrea el pesebre de Belén. Como variante del nacimiento viviente, en algunas localidades venezolanas se conserva la representación de La Bajada de los Reyes, en la que tres actores a caballo con exóticos trajes orientales, realizan un recorrido local cada 6 de enero. Cabe decir que la obra teatral que se considera como la primera escrita en castellano es el Auto de los Reyes Magos, fechada en el siglo XII. Se conservan solo fragmentos, que tratan de la llegada de los tres reyes que siguen el lucero de Belén hasta encontrarse con Herodes.

Transcribimos una crónica que Aquiles Nazoa incluyó en su Caracas física y espiritual (1967) que contiene parte de un documento colonial que da cuenta de un intento de censura por parte de un oidor ­–funcionario judicial de la colonia– de una manifestación teatral navideña de muñecos animados a finales de siglo XVIII, organizada en su casa por Miguel Barboza, alias Curazao, mayordomo  –o miembro principal– de la Cofradía de la Caridad, adscrita a la iglesia de San Pablo:

 
«Los días en que las representaciones tenían lugar eran los de las grandes fiestas eclesiásticas como el de Corpus, la Navidad y la Semana Santa. Aunque las obras se montaban casi todas utilizando figuras vivas, la cofradía que comandaba Curazao solía emplear técnicas de representación de un contenido artístico mucho más avanzado como los títeres y marionetas. La denuncia que por los años de 1780 formula el Oidor don José de Ribera de estas representaciones, solicitando su prohibición por irreverentes, nos sirve al mismo tiempo para conocer el mecanismo de sus montajes, así como la calidad social de sus actores, las fechas en que estaban de temporada, el precio que se cobraba por la entrada y las reacciones de su público. “Teniendo noticia anticipada -denuncia el Oidor- de que en algunas casas de esta ciudad, de Gente ordinaria y de Pardos, en los Nacimientos del Hijo de Dios, que principian a celebrarse de noche, desde el veinticuatro de diciembre y siguen hasta el carnaval, se representaba con figuras de bulto, acompañando los movimientos de estas con viva voz de los que las manejaban por debajo del Altar o Tablas, el Misterio de Anunciación del Verbo Divino, su Encarnación y Nacimiento, me acerqué andando de ronda, a examinar este particular, y hallé que, a la presencia de muchos concurrentes de todas clases y sexos, se operaba todo lo que se había informado, en verso, tono y acciones de teatro de comedias, hasta el extremo de mezclar a ciertos intermedios, entremeses de Títeres, y uno que es más famoso por su extensión y tamaño de las figuras, que pagaba cada persona medio real la entrada”. El Oidor termina condenando las representaciones «porque lejos de redundar en la veneración y profundo culto debido a los Divinos Misterios de nuestra redención, servía de diversión, risadas y otras demostraciones que solo son tolerables en los teatros de comedias y actos profanos».

 
El conflicto duró meses y terminó siendo dirimido en Madrid por la Corona, quien le concedió la dispensa a Curazao para seguir con sus representaciones de títeres, luego del testimonio a su favor de la jerarquía eclesiástica caraqueña. Datado en 1780 antes de la construcción del primer recinto teatral venezolano del cual tengamos noticia, es testimonio de un arte escénico que, desde fechas remotas, se constituyó en una tradición de gran arraigo y práctica, gestionada por los sectores más humildes de la población.

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