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25.12.25

Última carta para Vidal Figueroa, por Alexis Blanco

Última carta para Vidal Figueroa.


Por Alexis Blanco

Su Excelencia: Aún contemplo su muy joven figura, enfundado en un traje como “William Shakespeare”, en la obra que el Teatro Nacional Juvenil del Zulia estrenaba en el Teatro Bellas Artes. Le veo poseído y poseso, junto con Luz Labat, Ilya Izaguirre y Dámaso Jiménez Cáceres, entre otros, a quienes los halos de mi desmemoria van dibujando. Subrepticio, he entrado al teatro haciendo las labores propias de mi otro oficio, el de periodista. Con el rabillo de su ojo izquierdo usted se ha percatado de mi clandestina presencia y es entonces cuando incrementa una o dos notas a la rutinaria pasada de letra y ahí lo vi, elevándose en las líneas del juglar inglés en la versión del alucinado dramaturgo del cine Lido, nuestro orgástico maestro, César Chirinos. No es su voz, S.E., la de un actor formado en la escuela chilena de, digamos, Humberto Duvauchelle, sino más bien ella contiene silbidos de pájaros en la estepa marense y alguna que otra vocación de barítono en trance. Entonces garabateo unas líneas en mi libreta siempre en memorioso reciclaje y ahora seré yo el antagónico poseso:

Delirium Simón... Es Vidal Figueroa quien viene desde el sueño y se te acerca, y te huele, y te mira directo a las pupilas bajo efecto Chimborazo y pregunta por su puta espada y de pronto encuentra a Caracas alumbrada como ese mismo escenario de julio 24, 238 años ha... Y, volteado el sueño para que bien se tueste, sigue Simoncito en él, con un Vidal Figueroa con los ojos encumbrados por el Monte Sacro, enfocadísimo, nuestro Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco, (eeegheeeé...!!!), Blanco, como los músicos guaraches, como esos dilemas constantes de los artistas con genio, el blanco, madre mía, el cero absoluto que un artista adopta al fondear sus telas. En fin, Vidal, Simoncito, mirándote y declarándote, hoy es un gran día para ser feliz... Nobleza es la clave de este juego.

Alexis Blanco haciendo, supongamos, supónganse, al otro Simón, al Rodríguez, con su muy llevado libro de Rousseau, el Emilio, escuchando alguna sonata de Bach allá arriba, entre la niebla y, siempre, en el sueño. Es este sueño.

Si a leer vamos, si por recordar vamos, ya tenía edad e instrucción pública gratuita y obligatoria suficiente para saber del Libertador Bolívar Liberador.

Era ese héroe ineluctable para aquella Maracaibo de 1967, cuando arribaba junto con mis mulas invisibles. Y quería libros. Y los encontré en antiguas librerías ya extinguidas. Una huelga de los trabajadores del aseo urbano había conmovido hasta al último ciudadano de la ciudad que aún ofrecía unas escenas extraordinarias de vida portuaria, digo, comercial etcétera. Era tan bonita aquella ciudad, con sus poetas y sus músicos progresivos, aquella ciudad medio anodina, con sus orillas confiscadas por unos pocos propietarios muy poco gentiles. Imaginen a ese niño timoto cuica, en esa Maracaibo a la cual llegaba para estudiar su bachillerato, con once aún no cumplidos y ya había hecho la primaria, hermoso lapso, en la escuela pública de Valera, Josefa Espinoza del Gallego y con la bendición bendita de solo haber tenido una maestra preciosa llamada Carolina Velásquez de Vásquez, una madrecita en ciernes...

Y Don Simón, que digo, don Vidal Figueroa, imperturbable en el centro del escenario de mis sueños, reflexionando sobre la gloriosa Batalla Naval del Lago, según se la han descrito los cronistas de su guerra y vuelve a mirar al muchachito andino, con ese libro de Neruda, intentando leer lo que Vidal proclama, subido en el palo mayor de la nave gaya y demostrando que el teatro es ciencia de la historia: "El combate naval del Lago de Maracaibo tuvo lugar el 24 de julio de 1823 en las aguas lacustres del lago de Maracaibo, entre una escuadrilla de la Escuadra española de la América Septentrional, mandada por el capitán de navío Ángel Laborde y Navarro, a la sazón segundo jefe de dicha Escuadra y una escuadra insurgente mandada por el corsario colombiano José Prudencio Padilla, elevado a la categoría de contralmirante por el general Simón Bolívar. El enfrentamiento se produjo para conseguir la supremacía naval en las costas venezolanas y las fuerzas españolas fueron derrotadas. La consecuencia de esta derrota fue la independencia política de la denominada Tierra Firme (Colombia atlántica, Venezuela y Guayana) bajo la denominación de Gran Colombia, que incluía, además, la Colombia pacífica y las actuales Ecuador y Panamá.,,", y así lo ha copiado de José María Madueño Galán, capitán de navío retirado, quien acá sería interpretado por el maestro actor de actores, José Molero, quien contempla al público durante una admirable larguísima pausa hasta decir, con voz de río de las siete estrellas: "Libertador, un mundo de paz nació en tus brazos. / La paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron, / de nuestra joven sangre venida de tu sangre / saldrán paz, pan y trigo para el mundo que haremos...".

Y como poseído de esa fuerza que sólo Dios concede a algunos de sus ángeles muy privilegiados, el buen Vidal Figueroa dibuja en el suelo de un escenario que son muchos escenarios: una plaza, una calle, el mercado Las Pulgas o el anfiteatro de la Plaza Baralt o el múltiple del Lía Bermúdez y, en fin, dibuja su raya como Simón Bolívar, quien, vaya regalo, susurra a gritos, paradoja superior, mientras recita, como leyendo El espacio vacío, de Peter Brook: :"y así hablaré de un teatro mortal, de un teatro sagrado, de un teatro tosco y de un teatro inmediato. A veces estos cuatro tipos de teatro coexisten, uno al lado del otro...(...) Puesto que hablamos de teatro mortal, hagamos notar que la diferencia entre vida y muerte, de claridad cristalina en el hombre, queda de algún modo velada en otros campos. Un médico distingue en seguida entre el vestigio de vida y el inútil saco de huesos que la vida deja; pero tenemos menos experiencia en observar cómo una idea, una actitud o una forma pueden pasar de lo vivo a lo moribundo. Esto, que resulta difícil de definir, es capaz de advertirlo sin embargo un niño...".

Bolívar, "El volcán Bolívar", con sus patillas y sus charreteras y sus refinamientos de hombre muy culto para su época, un ser dulce que Figueroa trasunta con precisión de lince maquillado: "Nuestras discordias tienen su origen en las dos más copiosas fuentes de calamidad pública: la ignorancia y la debilidad...(...) Primero el suelo nativo que nada. Nuestra vida no es otra cosa que la herencia de nuestro país…".

Y corresponde el turno a Sol Janine Sosa Faneite, quien junto con Eduardo Teodoro Saavedra, portadores ambos de las sendas máscaras de la comedia y la tragedia, comienzan a cantar líneas alternas, como desgajadas en una sola tirada de voz: En 1840, Miguel Antonio Baralt improvisa en el solar de su residencia un teatro con techo de enea, la ciudad cuenta finalmente con un espacio para la escenificación teatral. El entusiasmo que genera este teatro impulsa la creación de la Sociedad Unión, que solicita ante las autoridades la construcción de un edificio propio para estos espectáculos. El 28 de julio de 1877 el general Rafael Parra decreta la construcción del Teatro Baralt de Maracaibo, cuyo diseño fue desarrollado por el ingeniero cubano Manuel de Obando. El teatro, con una capacidad de 400 personas, se inaugura el 24 de julio de 1883 con la zarzuela “Choza y Palacio”, interpretada por un grupo de niñas del colegio Inmaculada. Se escoge esa fecha como celebración de los 100 años del natalicio de Simón Bolívar...". Y, tras una venia al frenético aplauso, deciden agregar, de su propio cuño, otros elementos al discurso, supongamos, unas líneas del texto legendario del también legendario poeta épico, Caupolicán Ovalles: "Ya el tema del héroe ha dejado de interesarme ¿Se iba a coronar? ¿Deseaba coronarse? ¿La pensó de oro? ¿Se le convirtió de espinas? ¿Santander era un perro carnicero? ¿Urdaneta era tan leal que le enloquecía ser Duque? ¿El gran joven del Mariscal soñaba internamente ser el sucesor coronado? ¿Páez pensaba coronarse a los sesenta años? ¿Había soñado Manuela en ser la Emperatriz? ¿Los colombianos merecían que El Libertador les montara una mezcla de Virreinato con República con Rey Neogranadino? ¿Los venezolanos estaban en condiciones de saber en sus cuarteles que en propiedad significaba un gobierno, un sistema político llamado la Monarquía? ¿No era grotesco pensar en testas coronadas en América, después de trescientos años de ignominia austriaca – borbónica? ¿Oh, señores, todo era simplemente política…?".

Entra a escena, haciendo de un sui generis León Höet, el actorazo Juan Carlos Quintino y con su clásica elegancia escénica, pronuncia su propia leyenda: "Construcción del Teatro Baralt, en Maracaibo, año 1931. El desarrollo de la industria petrolera cambió la fisonomía urbana de Maracaibo. Por eso, en 1928 el general Vicencio Pérez Soto, entonces presidente del estado Zulia, consideró necesario demoler este teatro decimonónico y eligió para su diseño primero al alemán Heinrich Eichner y luego al belga León Achiel Jerome Höet, ingeniero contratado por la Caribbean Petroleum. Fue Höet quien desarrolló el proyecto final. El 19 de diciembre de 1932 fue inaugurado el nuevo Teatro Baralt. Esa fecha conmemoraba el golpe de Estado que dio inicio de los 24 de años de gobierno de Juan Vicente Gómez. Ahora el teatro contaba con una capacidad para 1.300 personas. Cinco décadas más tarde, en noviembre de 1986, se inicia el proceso de restauración por parte del arquitecto Paolo D’onghia, En el proceso de rescate de la edificación se encontraron las bases del antiguo teatro y, ante la ausencia de un adecuado hall de entrada al edificio, D’onghia concibió la idea de hacerlo en el subsuelo y dejó como testigo las antiguas paredes. De esta manera se respetaba la obra de Höet y se rendía homenaje al teatro de 1883. Los pisos fueron decorados por el artista plástico Francisco Hung. “Se pierde en el tiempo la dimensión del aplauso que el público le dispensa...”.

Sigue, en el sueño, el niño andino de diez años, arrojando piedras al fondo del lago, a caminar entre montañas de plátanos, pescados, frutas, mercancías diversas, en medio de una gritería que más tarde pintaría Cepeda como Los maleconeros, abrumado por tantas expresiones de gentileza solidaria, de un afecto supremo por la vida noble, la gente de Maracaibo, donde vivirá desde entonces, digamos, hoy, 54 años ha... esta vez interpretado por él mismo, viejo pellejo de colosal espejo, exponiendo algunas ideas de la dramaturga Yazmina Reza sobre el éxito, sobre su oficio y entonces, mientras ya navega en esa última piragua del sueño, musita desde lo más alto de la nace ebria, las palabras sublimes de su maestra francesa: "El éxito, en Francia, pero creo que también en otros países, es percibido, a veces, erróneamente, como falta de integridad. Usted me asocia con el éxito porque me habla de textos que han dado la vuelta al mundo. Pero también he escrito cosas que me gustan tanto o más, que han funcionado de una manera más modesta. Por otra parte, siempre me las he arreglado para no ser prisionera de un solo género. No desprecio a los intelectuales lo más mínimo. Al contrario. Pero no tenemos el mismo oficio. El intelectual se ocupa de pensar el mundo, intenta descifrarlo, acosa una verdad oscurecida. El escritor critica el mundo, lo interpela, busca su propia verdad que no tiene el menor valor de ejemplo. El escritor no es un intelectual...". Cae ya la tarde y hay muchas fiestas juntas. Vidal Figueroa sigue con su Bolívar y con él camina Romer Urdaneta ataviado como el General Urdaneta y Leonardo Isea hace de Roscio y de Baralt y Freddy Marín de Emparam y mejor ni les cuento quién hará de Manuelita Sáenz, despidiendo: "Me atraen profundamente tus ojos negros y vivaces, que tienen el encantamiento espiritual de las ninfas; me embriaga contemplar tu hermoso cuerpo desnudo y perfumado con las más exóticas esencias y hacerte el amor sobre rudimentarias alfombras (...) Mi genio, mi Simón, amor mío, amor intenso y despiadado. Sólo por la gracia de encontrarnos daría hasta mi último aliento, para entregarme toda a usted con mi amor entero. Saciarnos y amarnos en un beso suyo y mío, sin horarios...". El dibujazo es del maestro Asián

Y es este paso absurdo de la muerte y ahora te toca a vos, tan vivo y tan yerto a la vez, con tu voz de clarinete en duelo:

Mi Delirio sobre El Chimborazo (Fragmento)

“Yo venía envuelto con el manto de Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas… y quise subir al Atalaya del Universo… ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que pusieron las manos de la eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes… Dilato mi vista desde las faldas del Orinoco hasta las cimas del Potosí… Mi derecha estará en las bocas del Orinoco y mi izquierda llegará hasta las márgenes del Río de la Plata. Mil leguas ocuparán mis brazos…”.

Y fumamos y reímos y libamos, mientras te leo ese desplante de Marie Arana: “A pesar de todo esto era un hombre muy imperfecto. Podía ser impulsivo, testarudo, lleno de contradicciones. Hablaba con elocuencia sobre la justicia, pero no siempre fue capaz de impartirla en el caos de la revolución. Su vida sentimental encontraba la manera de desbordarse al dominio público. Tenía problemas para aceptar las críticas y le faltaba paciencia en las discrepancias. Era particularmente incapaz de perder con elegancia en las cartas. No sorprende que a lo largo de los años los latinoamericanos hayan aprendido a aceptar las imperfecciones humanas de sus líderes. Bolívar se lo enseñó”.  Nadie era perfecto. Tampoco lo fue aquel actor protagonista de aquella película, creo que se llama “Santiago Miranda”: ¡Bolívar soy yo!

Luego capitalizábamos los excesos bolivarianistas (y verga, donde solo se salvaba Caupolicán Ovalles con su electrocutante novela “Yo, Bolívar, Rey”) era imposible que ese colombiano, Héctor Muñoz, en la página 30 de su capítulo "Jinete con posaderas de pedernal", nos hiciera arrechar de tal manera: “Bolívar fue un autodidacta… En la lectura de los clásicos antiguos y modernos, en la amistad con científicos y literatos y en la diaria experiencia de la vida, adquirió los conocimientos que pudiera haber aprendido en la Universidad. Los dos profesores que tuvo en la niñez y parte de la adolescencia no le sirvieron de mucho. Su más útil consejero y orientador fue el viejo Simón Rodríguez, su verdadero y primer maestro. De joven ignorante, Bolívar se convirtió después de los dieciocho años en hombre estudioso, preocupado por las ciencias y las artes, pegado a los libros… Llegó a ser un poeta clandestino y pronto comprendió que “un hombre sin estudios es un hombre incompleto”, según su propia definición. Dominaba el francés y bastante avanzó en el aprendizaje del inglés y el italiano. Afirman los entendidos que la crítica que hizo el Libertador al Canto de Junín, de Olmedo, es sagaz en cuanto a análisis, perfecta en cuanto a buen gusto, y cabal en cuanto a erudición. Pero también hay que convenir en que Bolívar fue mal poeta y algunos de sus pocos versos son auténticos ripios”.

Tampoco quedábamos contentos, S.E., cuando usted leía, del propio Nobel Gabo:

“Fray Sebastián Sigüenza se dejaba ganar al ajedrez en las tardes áridas… el general había aprendido a mover las piezas en su segundo viaje a Europa…`El ajedrez no es un juego sino una pasión, y yo prefiero otras más intrépidas´, decía. En mitad de la partida Fray Sebastián le preguntó si no pensaba escribir sus memorias. `Jamás –dijo él–. Esas son vainas de los muertos” (Gabriel García Márquez pag. 202-203).

Era ahí cuando hablábamos de sus incontables amoríos, seductor trópico de cáncer:

“Manolita Madroño, Jeannette Hart, Fanny du Villar, y Manuelita Sáenz lo llamaban “mi Simón”. La historia lo llamó “Padre de la Patria”, sus soldados le decían “mi general”, los diplomáticos lo nombraban “Libertador”, sus edecanes lo trataban de “Su Excelencia”, y los bogotanos de los últimos días le decían “Longanizo” casi en la cara. Pero los regresivos aristócratas criollos descendientes de peninsulares que quedaron en Lima al terminarse el Virreinato (Gabriel García Márquez p. 25), a sus espaldas naturalmente, como les ha sucedido a todos los presidentes hasta nuestros días, se referían a él como “El Zambo”, por su sangre mestiza…”.

De manera pues, Su Excelencia, mi general Vidal Figueroa, prócer de las Cuatro Bocas rumbo eterno a El Laberinto, que ahora escribo para usted esta última carta, con la cual le garantizo mi parte y arte perenne contra el olvido. Usted, S.E., siempre exornado de glorias patrias y es así como en mi ruta de Barroco Cronista Cuántico procedo a redactar esta siembra suya de usted, parafraseando una y mil veces al general Rafael Urdaneta, definido por usted como el “más fiel y constante de todos sus oficiales”. Yo simplemente trataré de ser, siempre, uno de los más oficiosos y libérrimos. Descanse ahora usted en santa Paz.

¡Salud!

(Alexis Blanco. El BCC)

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