Teatro Estable de Maracay: Huellas, sudores y candores.
Por Rubén Joya
Nada los detiene. La historia de las artes
creativas lo sabe.
Aragua, Venezuela y otras fronteras, también.
Van y vienen de un lugar a otro con los sueños escénicos a cuestas. Pasa mucho
y poco. Mucho, porque dan más de lo que tienen, y poco porque la realidad no
necesita decir menos de lo que reciben.
Incierto e impreciso por las tormentas que lo
acechen, el TEM llega a dónde quiere por sus propios medios dentro del marco de
las circunstancias que sean. La creación
es un murmullo imposible de silenciar. Eso es aplaudible, celebrable.
Aunque Homero haya dicho que “el genio se
descubre en la fortuna adversa”, el Teatro Estable de Maracay debe tener por
dicha, valía y mérito una sede digna, propia de una institución representante
del teatro, la más importante sobreviviente en tiempos dónde la vida no sabe
qué coño hacer con su vida.
El Teatro Estable de Maracay, es un modo de
sabernos memoriosos. No es una obra de Beckett, ni son un grupo de cómicos
obligados a representar una obra sin saber por qué, ni esperan que en la nada
más absoluta siempre quede algo. No. Pero a la señora “Winni” (la institución)
parece que le basta con saber que están ahí, que siguen vivos, y ya.
¿Qué otra cosa falta para que se den cuenta?
El arte contradice todo hecho nefasto del
mundo…
Perdón, El Secretario, Francisco Xavier de
Dios, va a proceder a declarar un intermedio.
FRANCISCO XAVIER: (Tras una pausa) Se
declara un intermedio.
Aplausos, TEM.
Rubén Joya



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