Tres puntos suspensivos... etcétera etcétera
Por Ligia Álvarez
La obra Tres puntos suspensivos... etcétera
etcétera de Lali Armengol Argemi, que tuve la oportunidad de presenciar el
14 de diciembre de 2025 en la Sala Experimental del Teatro Alberto de Paz y
Mateos, se presenta como un título que es, en sí mismo, una invitación y un
enigma. El uso de los puntos suspensivos y la reiteración del etcétera nos convida a la investigación y el
descubrimiento, sugiriendo tanto lo obvio como lo no dicho, lo cual se
convierte en la esencia de la experiencia teatral.
Esta pieza experimental, nacida de una
creación colectiva de un grupo y su autora, y estructurada posteriormente por
la directora Jericó Montilla, exige del espectador el mismo proceso de unión de
piezas. Es un rompecabezas en el que los silencios son tan significativos como
las palabras, llenos de emoción, memoria y la inevitable confrontación con el
absurdo de la realidad. Si el teatro del absurdo existe, es porque la vida
misma es una contradicción, una premisa que la obra abraza por completo.
El montaje es una tela formada por muchos retazos que el público debe "coser" con sus propias vivencias, investigación, reflexión y sentir. La pieza está llena de cabos sueltos, vacíos y agujeros que, lejos de ser defectos, se convierten en un elemento positivo al obligarnos a la reflexión no solo sobre nuestro entorno más cercano, sino sobre las contradicciones del mundo.
El elenco, compuesto por ocho jóvenes de la
Compañía Juvenil del Laboratorio Teatral Anna Julia Rojas, se mueve en un
espacio casi vacío dominado por una mesa y, eventualmente, varias sillas. Este
mobiliario muta constantemente de función, sirviendo tanto para sentarse como
para pararse encima o esconderse debajo, dibujando imágenes potentes con los
cuerpos de los actores.
La obra es rica en expresión corporal; los
movimientos son fundamentales, destacando un efecto coro que cautiva. La
disposición del público alrededor del escenario es clave: en un ingenioso juego
escénico, los actores dan la espalda a una parte del público y el frente a
otra, garantizando que todos experimenten momentos de visión
"privilegiada" de la cara del actor y otros de distanciamiento. Este
dispositivo escénico refuerza la sensación de ambigüedad y múltiples
perspectivas.
La obra es una amalgama de contradicciones,
hablando de muchas cosas y de nada en particular. Nos habla de Venezuela y del
mundo al mismo tiempo. La referencia a la patria se hace ineludible cuando el
coro entona "Al árbol debemos", contrastando con la cruda mención de
temas como el hambre, el genocidio, la corrupción, los desaparecidos (más de
300 niños), y el recuerdo de un toque de queda y la suspensión de garantías
constitucionales.
Es un espacio experimental que funciona como
una denuncia política y social en un efecto de vaivén que conecta el aquí, el
ayer y un después. La incorporación de elementos como batas quirúrgicas, el
teatro dentro del teatro, el rompimiento de la cuarta pared y la exploración
del absurdo con una "reverberación dialógica" dan cuenta de la
complejidad de la propuesta.
Tanto la directora Montilla como el elenco
aseveraron en un foro posterior que la obra está en proceso y es una muestra de
un avance. Esto, lejos de ser un atenuante, es una declaración de principios:
están haciendo lo que debe hacerse en un laboratorio teatral: experimentar,
descubrir, abrir los ojos, equivocarse y aprender.
Tres puntos suspensivos... etcétera etcétera es un lienzo de silencios y gritos, una
denuncia en forma de teatro experimental. Es una obra que hay que ir a ver con
la mente abierta, dispuestos a unir retazos y a confrontar el absurdo que nos
rodea. Es una promesa de progreso: si continúan el proceso, la obra está
destinada a superarse a sí misma.
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