Claroscuro: El
texto y el cuerpo como coautores
Pablo García Gámez
Al centro de la escena, una imagen de grandes dimensiones: es la mitad de un tapiz wayuu. El piso está cubierto de hojas y pétalos. A la derecha del espectador, los músicos. Es Claroscuro, con textos de Eduardo Marín, producida por Teatro Esencial e interpretada por Isidro Morillo.
Para aproximarse a este trabajo es necesaria una
premisa propuesta en la Teoría del Performance del teatrero y académico Richard
Schechner: “El suceso [la obra] en su totalidad puede parecer nuevo u original,
pero sus partes se revelan como conductas restablecidas” (60), conductas que se
repiten y se incorporan a la propuesta. Claroscuro
es eso: un conjunto de conductas absorbidas por el cuerpo del actor luego de pasar
por un proceso de observación.
Observación. Si
la transmisión de conductas y conocimientos puede ser a través del archivo
-documentos, grabaciones de audio o imagen, fotos, etc.- o del llamado repertorio
-el aprendizaje por observación a otra persona o grupo- no cabe duda que este
trabajo es resultado -al menos en su mayoría- de la observación de conductas aprendidas
a través del repertorio.
El preámbulo resume una lectura de este montaje: es el
resultado de la observación directa y la puesta en práctica de determinadas conductas
para crear una dramaturgia física.
“Monologo de medias tintas, de luz, de sombra” señala la
sinopsis. Claroscuro es la lectura de un espacio. Un espacio llamado Maracaibo y que está
compuesto por dos grandes grupos: la cultura heredada de occidente y la cultura
wayuu. Idealmente hay un equilibrio
entre ellos; en la realidad, un grupo es hegemónico y el otro es subalterno.
Se inicia el ritual. Suena una guitarra que acompaña y que más tarde interpreta acordes del Concierto de Aranjuez y de Drume Neguito, entre otros. Aparece un personaje con vestuario de ermitaño o fraile (en la función que vimos hubo una variante: el actor iniciaba el performance dejando caer las hojas). El anciano lleva un cayado que además funciona para marcar el ritmo de la pieza. En sus parlamentos, este solitario busca la luz y propone sentir para conocer el misterio de vivir; el cuerpo experimenta el crujir de las hojas en los pies; con las manos, la textura de la escultura de madera que en la narración pasa a convertirse en cruz.
Segunda parte. Percusión. En escena Morillo se transforma en un cacique
wayuu. Si el vestuario del fraile contrasta,
por ser monocromo, con el tapiz de la escenografía, el vestuario del segundo
personaje extiende los tonos de la paleta del tapiz escenográfico. El hombre se coloca un carraxi en la
cabeza y al hacerlo, irradia dignidad. El
wayuu juega, protesta, se desplaza por la escena, ríe, se queja. Con estas acciones se plantea un acto de
resistencia basado en la investigación del intérprete: ofrece un detallado
registro de un grupo étnico a veces señalado, de manera reduccionista como inexpresivo.
El personaje wayuu constantemente habla. Sus parlamentos seducen por la expresividad que imprime a pesar de que los espectadores no entiendan la lengua. A la pregunta del uso de la lengua del personaje, Morillo responde: “Eso no es ninguna lengua… es una interpretación de lo que puede ser wayuunaiki porque yo no hablo nadita de guajiro, sino que trato mas o menos por los sonidos que ellos hacen al pronunciar sus palabras. A partir de esos sonidos empecé a explorar lo que se podía hacer en escena, partiendo de la improvisación” (Morillo).
El espectador está frente a una licencia del montaje
al creer que es wayuunaki por la aproximación a través de ritmos, gestos y
sonidos. Parte del público al final de
la función puede pensar haber estado ante un ritual wayuu “puro” que en
realidad es un intento de acercamiento por parte del teatrero. La mayoría del grupo hegemónico, a pesar de
vivir con la minoría, no identifica las palabras de esa lengua otra. La obra le invita a observar y escuchar, sentir
ese espacio llamado Maracaibo. La
dramaturgia física se impone para que ocurra algo inusual en este rito de celebración:
cada espectador estructura una historia haciéndolo cocreador de esta parte de Claroscuro.
El trabajo, sencillo y complejo a la vez, de pocos elementos como el escenográfico, diseñado por Eduardo Marín; el vestuario, realizado por Isidro Morillo bajo la dirección compartida por Marín y Morillo. Las esculturas de madera y otros elementos de utilería aparte del sentido estético que aportan tienen una finalidad funcional dentro de la pieza para la que fueron creados. Nada falta, nada sobra.
Pocas veces se tiene la oportunidad de ver un trabajo
actoral como el de Isidro Morillo en Claroscuro. El actor sale a escena con una energía que va
in crescendo. Posee un dominio
del cuerpo que le permite el manejo del ritmo, así como un extenso registro de movimientos,
de gestos y de la voz. A ello se agregan
las imágenes de gran plasticidad estética.
Por ello, en Claroscuro
es una referencia en
el teatro venezolano.
Claroscuro se presenta en
el Teatro Baralt este viernes 29 de agosto de 2025, 7:00pm.
No hay comentarios:
Publicar un comentario