16.8.25

La magia en El bosque blanco. Por Patricia Jiménez

 La magia en El bosque blanco


Por Patricia Jiménez

Curioso, muy curioso. Lo que se produjo el viernes 15 de agosto de 2025 en la sala Tilingo, ubicada en el parque Arístides Rojas de Caracas, fue un revoloteo de alegría. A las cuatro y media de la tarde comenzó la obra El bosque blanco, en la que tres personajes comparten su pasión por los cuentos. Un árbol (Alfredo Timaure), una niña (Anilec Vera) y una oruga (Stiven Fernández) se encuentran e intercambian historias que leen en hojas escritas, o las narran desde la oralidad de la memoria.

La niña, asombrada ante un árbol que habla y del que cuelgan páginas cargadas de letras, descuida su partitura y se entretiene con los relatos, mientras el tiempo transcurre. Ella deberá volver a su casa, donde su madre espera verla llegar con el papel pautado de notas musicales para practicar la flauta. En el momento de despedirse, ¿dónde está la partitura?, ¿la conseguirá?

Este conflicto sencillo bastaría para armar un hilo dramático. Sin embargo, el autor de la pieza, Daniel Herrera Malaver, no se conforma. Va tejiendo una tela que entrecruza como araña un bosque de preguntas que niños y adultos intentarán responderse. ¿Son válidas las diversas formas de vivir? ¿Cuánto nos aportan la lectura y la escucha? ¿Qué encantos guarda quien nos resulta diferente? ¿Cómo concebimos el amor genuino? ¿Cuál es el valor de la libertad?

Parecieran cuestiones filosóficas densas y no es que no lo sean, sino que están planteadas de una manera cercana, cálida. Una dramaturgia que no subestima la capacidad de comprender que todos tenemos, echando mano no solo de lo que sabemos, sino de lo que sentimos, en lo cual casi todos los niños nos ganan. Daniel Herrera privilegia al cuento venezolano como se merece, y lo hace sin omitir una línea, sin tomar el facilismo por atajo ni renunciar a las metáforas, a las honduras del lenguaje. Por momentos, tuve el temor de que algunas palabras e imágenes pudieran ser complejas o enrevesadas para los más pequeños, pero ellos andaban de ojos, oídos y sonrisas abiertos, así que me fui relajando, confiando en que aquel grupo de artistas sabía lo que hacía.

Dirigidos por Gregorio Meléndez, los integrantes de Taima Teatro mantuvieron de principio a fin la conexión con el público. Lograron deslumbrarnos con la sencillez de un tul y con el brillo de una mariposa monarca. Hubo breves pasajes en los que el sonido o los efectos de audio se tragaron un poco las voces de los actores, pero ellos sortearon hábilmente esos excesos de volumen repitiendo algunas frases para que no nos perdiéramos nada. Reí, disfruté, pensé. Me atrevería a decir que las familias que asistieron se marcharon más que contentas, inspiradas.

Trabajos como este se agradecen, se aplauden. Es responsabilidad del arte abrir a la sociedad canales nuevos que permitan explorar y transformar la realidad, para habitarla por seres cada vez más humanos. Todo eso pasó allí, en cuarenta y cinco minutos de bosque.

 

Caracas, 16 de agosto de 2025

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