30.8.25

En comunión con el arte, por Patricia Jiménez

 En comunión con el arte

 

Patricia Jiménez

Cualquiera sea la creencia o, incluso, el agnosticismo y hasta el ateísmo de una persona, su acercamiento a un espacio ceremonial o de culto suele ser siempre respetuoso. Lo mismo si entramos a una iglesia que a una ermita, una basílica, mezquita, capilla, catedral, templo ortodoxo, sinagoga, mandir, pagoda, santuario, terreiro, humfo, casa de santo… o si asistimos a un ritual al aire libre, ¿cómo nos indica el sentido común que debemos comportarnos? Seguramente en silencio, sin perturbar la paz y la conexión de los demás con su fe, absteniéndonos de tomar fotos o responder teléfonos, evitando llamar la atención por el menor gesto fuera de lugar, cubriéndonos alguna parte del cuerpo, o retirándonos el sombrero, la gorra, el calzado u otra prenda de significado importante para la tradición cultural que nos recibe. Observamos, nos mimetizamos con la colectividad en lo posible, agradecemos haber podido penetrar esa dimensión y actuamos con delicadeza. No importa si pertenecemos a aquel grupo social o si andamos de turistas, de curiosos, de buscadores de un banquito o una sombra donde descansar. Una vez allí, modulamos nuestras maneras propias para no ser disonantes. Pareciera, entonces, que ese sentido de la educación es bastante instintivo.

Foto toma https://www.espinof.com/en-rodaje/te-molesta-el-uso-de-telefonos-moviles-cuando-ves-una-pelicula-apple-prepara-un-modo-cine








Se me ocurre que deberíamos trasladar las salas de teatro, los cines, las tertulias, los conciertos y presentaciones artísticas a centros religiosos, a ver si el público se muestra más considerado para con los artistas que ofician el espectáculo y con el resto de la audiencia. La estoy pasando mal cuando asisto a estos eventos culturales en los que no quisiera que nada me desconcentrase, ni el celular que siento vibrar cerca, mucho menos el susurro (a veces ni tanto) de quien lo contesta, ni la luz de la pantalla de alguien un par de filas delante de mí, ni el comentario de uno que tengo sentado detrás, la risa estridente de otros incapaces de constreñirse igualito que harían con la tos o el estornudo, el chirrido de un paquete que se abre, el crujido de una boca masticando. Es una mezcla de egoísmo y vanidad, porque hay de todo.

He reconocido, entre esos inadecuados espectadores, a gente con reconocimientos y títulos que van al teatro para figurar, para ser saludados y vistos, alardear de sus muchos o pocos conocimientos sobre la obra que se exhibe. Graban, fotografían, ríen estruendosamente, explican un texto en voz alta, gesticulan… se hacen notar. Qué pena, ¿eh? Es triste que necesiten tal cosa, pobres de espiritualidad y de espíritu.

Crecí en un pueblo donde los domingos se juntaban teatreros, trovadores, repentistas, declamadores, poetas… Los niños y los mayores nos sentábamos a escuchar, nadie rodaba la silla; el silencio era sacro. El que llegaba tarde se quedaba de pie al fondo, y aprovechaba para acomodarse en el pedacito de los aplausos. Los perros se echaban en el piso, tranquilos. Si se preparaba jugo, casi siempre de tamarindo, había que hacerlo antes, para que no fuera a sonar la licuadora. Después de todas las actuaciones, a la hora de hablar, se pedía permiso y se armaba una conversa, y nos íbamos luego entonando un corito. De ahí debe haberme quedado esta añoranza, pero también esta certeza de que es sí es posible disfrutar a plenitud.

Foto autorizada bajo  referencia a licencia: Creative Commons Genérica de Atribución/Compartir-Igual 3.0.

Esa actitud de humildad y de amor, pues de eso se trata, no podemos dejarla a la voluntad de la sociedad. Es responsabilidad de las instituciones y del propio gremio cultural incentivar esa reflexión sobre el respeto al quehacer artístico. Así como se regulan otros comportamientos sociales, se deben diseñar soluciones para persuadir al público de ser más empático. ¿Por qué no brindar una sesión para fotos al terminar la función? ¿Es factible destinar puestos especiales cerca de la salida para quienes estén sujetos a posibles avisos de emergencia y deban contestar una eventual llamada? ¿Puede colocarse algún personal de sala que controle cualquier violación a las indicaciones dadas? Quien desee tomar notas, ¿qué tal si juega a garabatearlas en un cuaderno, a oscuras? ¡Es divertido!  Al principio, quizás algunos no lo perciban como lo más confortable, pero sin dudas es un derecho de todos el comulgar en paz, como el Arte manda.

Caracas, 30 de agosto de 2025

2 comentarios:

  1. Acertadas propuestas para ser tomadas en cuenta

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  2. Excelente comentario. Debe tomarse muy en serio su propuesta. Señores encargados de salas de teatro, lean y tomen muy en serio la propuesta.

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