ACUARELA: Conmoción, confesión y reflexión
Por: Penélope Hernández
El
abuso sexual infantil no es un problema nuevo, sino una de las formas de
maltrato infantil que acompañó al desarrollo del hombre durante toda su
historia. Aparece en la literatura, en el cine y frecuentemente en noticias
periodísticas. Es el más escondido de los maltratos y del que menos se conoce,
tanto en el ambiente médico legal como en el social.
Alejandra Mariela Malica (2018). La muerte del alma1.
Develar la miseria humana en escena debe ser un acto reconocido no solo por la crítica teatral, sino por todos los involucrados en la magnitud de dicho deterioro. No para aplaudir la dedicación y el juicio reflexivo de los artistas que construyeron colectivamente un drama como Acuarela, por el contrario, para tomar conciencia de que, por más cerraduras y casos “engavetados” sobre el maltrato infantil que existan, el teatro denuncia con crudeza, energía, potencia y sublimidad a la vez.
Dicha determinación de
visibilizar, por parte del elenco emergente y laboratorio de la Compañía
Nacional de Teatro, pude experimentarla el 2 de noviembre de 2025 en la sala
Román Chalbaud del Teatro “Alberto de Paz y Mateos”. Un día para honrar a los
difuntos.
Regularmente, se rinde
tributo a los muertos con flores, cantos, velas, entre otras ofrendas; pero
este día el teatro lo hizo con gritos, lamentos y tejidos coreográficos en
distintas direcciones de puertas enormes que, junto al cuerpo de los actores,
significan en el espacio.
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Acuarela invita así al espectador a interpretar, a no cerrar los ojos frente al problema mundial de abuso infantil. Es una obra que solicita la atención plena de un público conmovido y cargado de preguntas, a seguir cada historia, desde la discontinuidad temporal y espacial, simbolizada en lo lúdico de una pelota, una rayuela o en los puntos suspensivos de un escritor que necesita contar múltiples vivencias de niños vejados y asesinados. También convida a tratar de comprender la narración de un prisionero que, aunque perdió la cuenta de cuántos infantes violentó y aniquiló, sí sabe que en ocho años estará nuevamente en libertad.
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Una libertad que no
tuvieron los personajes de los niños, la cual se aprecia a través del logrado
trabajo de cuerpos en masa, formas aglutinadas, como estatuas vivientes, o en sinergia soportando la historia trágica
de alguno de sus compañeros.
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A este lenguaje corporal
se suma el canto de arrullo, por ejemplo de “A la nanita nana, nanita ella, nanita ella/ Mi
niño tiene sueño, bendito sea, bendito sea...” para crear una atmósfera dolorosa y muy
profunda.
Exigencias
para un elenco asentado, analítico y valiente, que tuvo que investigar
rigurosamente junto su dramaturgo y director Omar Churión sobre temas
silenciados. No obstante, gracias a los medios expresivos de los actores “Jo Sé”, Amilkar García, Francys Briceño, Sara
Escalona, Yemaya León, Sebastián Quevedo, Yisser Oviedo, Kenyerli Gelvis, Maddy
Hernández y Keyla Guerrero; a
esa mirada aguda, a la agilidad en sus movimientos, acrobacia y a sus
camuflajes, se apreció y reflexionó sobre el abuso infantil.
Solo
puedo señalar, para futuras funciones, atender la voz en situaciones que
requieran mayor trabajo de respiración.
Por
último, es importante señalar que la producción general, a cargo de Rufino
Dorta, merece recibir oportunidades para llevar esta obra a distintas latitudes
que padecen esta nefasta realidad.
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