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16.11.25

ACUARELA: Conmoción, confesión y reflexión, por Penélope Hernández

 ACUARELA: Conmoción, confesión y reflexión

 

Por: Penélope Hernández

  

El abuso sexual infantil no es un problema nuevo, sino una de las formas de maltrato infantil que acompañó al desarrollo del hombre durante toda su historia. Aparece en la literatura, en el cine y frecuentemente en noticias periodísticas. Es el más escondido de los maltratos y del que menos se conoce, tanto en el ambiente médico legal como en el social.

Alejandra Mariela Malica (2018). La muerte del alma1.

 

Develar la miseria humana en escena debe ser un acto reconocido no solo por la crítica teatral, sino por todos los involucrados en la magnitud de dicho deterioro. No para aplaudir la dedicación y el juicio reflexivo de los artistas que construyeron colectivamente un drama como Acuarela, por el contrario, para tomar conciencia de que, por más cerraduras y casos “engavetados” sobre el maltrato infantil que existan, el teatro denuncia con crudeza, energía, potencia y sublimidad a la vez.

Dicha determinación de visibilizar, por parte del elenco emergente y laboratorio de la Compañía Nacional de Teatro, pude experimentarla el 2 de noviembre de 2025 en la sala Román Chalbaud del Teatro “Alberto de Paz y Mateos”. Un día para honrar a los difuntos.

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Regularmente, se rinde tributo a los muertos con flores, cantos, velas, entre otras ofrendas; pero este día el teatro lo hizo con gritos, lamentos y tejidos coreográficos en distintas direcciones de puertas enormes que, junto al cuerpo de los actores, significan en el espacio.

 

 

 

 

 

 

Acuarela invita así al espectador a interpretar, a no cerrar los ojos frente al problema mundial de abuso infantil. Es una obra que solicita la atención plena de un público conmovido y cargado de preguntas, a  seguir cada historia, desde la discontinuidad temporal y espacial, simbolizada en lo lúdico de una pelota, una rayuela o en los puntos suspensivos de un escritor que necesita contar múltiples vivencias de niños vejados y asesinados. También convida a tratar de comprender la narración de un prisionero que, aunque perdió la cuenta de cuántos infantes violentó y aniquiló, sí sabe que en ocho años estará nuevamente en libertad.

 

 

 

 

 

 

 

Una libertad que no tuvieron los personajes de los niños, la cual se aprecia a través del logrado trabajo de cuerpos en masa, formas aglutinadas, como estatuas vivientes,  o en sinergia soportando la historia trágica de alguno de sus compañeros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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A este lenguaje corporal se suma el canto de arrullo, por ejemplo de “A la nanita nana, nanita ella, nanita ella/ Mi niño tiene sueño, bendito sea, bendito sea...” para crear una atmósfera dolorosa y muy profunda.

Exigencias para un elenco asentado, analítico y valiente, que tuvo que investigar rigurosamente junto su dramaturgo y director Omar Churión sobre temas silenciados. No obstante, gracias a los medios expresivos de los actores “Jo Sé”, Amilkar García, Francys Briceño, Sara Escalona, Yemaya León, Sebastián Quevedo, Yisser Oviedo, Kenyerli Gelvis, Maddy Hernández y Keyla Guerrero; a esa mirada aguda, a la agilidad en sus movimientos, acrobacia y a sus camuflajes, se apreció y reflexionó sobre el abuso infantil.

Solo puedo señalar, para futuras funciones, atender la voz en situaciones que requieran mayor trabajo de respiración.

Por último, es importante señalar que la producción general, a cargo de Rufino Dorta, merece recibir oportunidades para llevar esta obra a distintas latitudes que padecen esta nefasta realidad. 

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