Mundo de colores
Crítica de Ligia Álvarez
En el Festival Nacional
de Teatro Venezolano 2025, se presentó Mundo de Colores, del grupo
Catablas del estado Guárico, bajo la dirección de Alejandro Morillo. No es solo
una obra de teatro, es una declaración de intenciones y una celebración
vibrante de la diversidad. Desde el prólogo, la atmósfera se carga de
simbolismo: con la imagen poética de "mariposas azules y púrpura" y
la resonancia de "vientos de cambio" y "puertas abrirse,"
el público es invitado a un espacio donde la "inclusión" es la única
ley.
La propia escenografía, minimalista pero potente —un atril, dos soles y una batería—, subraya que la verdadera luz y el ritmo de la obra residen en sus protagonistas. El título, Mundo de Colores, es plenamente realizado: este teatro se consagra como un lugar noble para lograr la inclusión.
La obra aborda de forma frontal la Ley del Autismo y la urgente demanda por lugares accesibles, trascendiendo la mera denuncia a través de la acción. La pieza se articula en torno a los movimientos y la participación genuina de sus integrantes.
El corazón de la
crítica se centra en la participación activa de los niños y jóvenes autistas en
actividades escolares, destacando su talento a través de bailes y discursos
emotivos. La estructura se apoya en la intervención de cuatro representantes de
los niños y jóvenes, la niña pintora que plasma su visión única, y el niño con
su caballito de madera, un símbolo de la imaginación sin fronteras. La
presencia de jóvenes autistas y con síndrome de Down realizando doblajes o
bailes añade una capa de complejidad y juego, mostrando su habilidad para
transformar y reinterpretar la realidad.
Uno de los momentos más
conmovedores y efectivos de la obra es la intervención de la niña en silla de
ruedas. Su poesía y su identidad son un desafío directo a las preconcepciones:
"Soy Clara, uso una silla de ruedas y soy autista." En la obra nos
recuerda que "su mundo no es pequeño, no se limita a las cuatro
ruedas." Este es el punto culminante cuando la verdad, que "puede
venir de distintas formas," golpea al espectador.
La conclusión es una
ruptura teatralmente audaz: se rompe la cuarta pared. Los actores enfrentan al
público para afirmar que "todos somos diferentes" y que "la
inclusión es una puerta que se abre." Esta confrontación no es agresiva; es
una invitación final y directa a la acción, obligando a cada persona en la sala
a reflexionar sobre su propio rol en este Mundo de Colores.
Mundo de Colores es una pieza necesaria, emotiva y valiente. Morillo y
su elenco logran transformar la necesidad de visibilidad en un arte que
conmueve y educa. Es un testimonio vivo de que el teatro, en su máxima
expresión, es un espejo de la sociedad que deseamos construir.

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