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24.11.25

Mundo de colores, por Ligia Álvarez

 Mundo de colores


Crítica de Ligia Álvarez

En el Festival Nacional de Teatro Venezolano 2025, se presentó Mundo de Colores, del grupo Catablas del estado Guárico, bajo la dirección de Alejandro Morillo. No es solo una obra de teatro, es una declaración de intenciones y una celebración vibrante de la diversidad. Desde el prólogo, la atmósfera se carga de simbolismo: con la imagen poética de "mariposas azules y púrpura" y la resonancia de "vientos de cambio" y "puertas abrirse," el público es invitado a un espacio donde la "inclusión" es la única ley.

La propia escenografía, minimalista pero potente —un atril, dos soles y una batería—, subraya que la verdadera luz y el ritmo de la obra residen en sus protagonistas. El título, Mundo de Colores, es plenamente realizado: este teatro se consagra como un lugar noble para lograr la inclusión.

La obra aborda de forma frontal la Ley del Autismo y la urgente demanda por lugares accesibles, trascendiendo la mera denuncia a través de la acción. La pieza se articula en torno a los movimientos y la participación genuina de sus integrantes.

El corazón de la crítica se centra en la participación activa de los niños y jóvenes autistas en actividades escolares, destacando su talento a través de bailes y discursos emotivos. La estructura se apoya en la intervención de cuatro representantes de los niños y jóvenes, la niña pintora que plasma su visión única, y el niño con su caballito de madera, un símbolo de la imaginación sin fronteras. La presencia de jóvenes autistas y con síndrome de Down realizando doblajes o bailes añade una capa de complejidad y juego, mostrando su habilidad para transformar y reinterpretar la realidad.

Uno de los momentos más conmovedores y efectivos de la obra es la intervención de la niña en silla de ruedas. Su poesía y su identidad son un desafío directo a las preconcepciones: "Soy Clara, uso una silla de ruedas y soy autista." En la obra nos recuerda que "su mundo no es pequeño, no se limita a las cuatro ruedas." Este es el punto culminante cuando la verdad, que "puede venir de distintas formas," golpea al espectador.

La conclusión es una ruptura teatralmente audaz: se rompe la cuarta pared. Los actores enfrentan al público para afirmar que "todos somos diferentes" y que "la inclusión es una puerta que se abre." Esta confrontación no es agresiva; es una invitación final y directa a la acción, obligando a cada persona en la sala a reflexionar sobre su propio rol en este Mundo de Colores.

Mundo de Colores es una pieza necesaria, emotiva y valiente. Morillo y su elenco logran transformar la necesidad de visibilidad en un arte que conmueve y educa. Es un testimonio vivo de que el teatro, en su máxima expresión, es un espejo de la sociedad que deseamos construir.

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