El Día Nacional del Teatro
Dedicado al Maestro Azparren Giménez.
Freddy Antonio Torres González.
El hombre en su medio comienza a interrogarse sobre las dos mitades que
le complementan: la empírica y la metafísica. En la primera se encuentra todo
lo que disfruta y parece. En la neblinosa segunda deben esconderse las mágicas
energías que pondrán en movimiento cada una de las peripecias cotidianas para
sobrevivir. Y si no somos capaces por nosotros mismos de comprender a que se
debe el latido de la vida y el silencio de la muerte, habrá que imaginar unas
ficciones superiores que todo lo organicen y lo gobiernen.
La danza y la salmodia a veces no es suficiente para restaurar la energía
vital. La tribu comienza a divinizar y a ritualizar. Y como quiera que tan
fatídicas deidades se muestran caprichosas y temibles en sus designios,
convendrá aplacar sus frecuentes iras, acercarse a ellas con sometimiento y
respeto. Entonces, la tribu ofrece, en beneficio la comunidad, lo más preciado
para un ser vivo: la propia vida.
Los sacrificios humanos serán gratos a las divinidades que pueden hallarse en
la espesura de un bosque, las raíces de un árbol, el espíritu de un poderoso
animal, el deslumbrante disco del sol. La tribu se agrupa y comienzan a
codificarse los signos rituales plenos de teatralidad. Y precisamente ese rito
es ya una premonición de lo que dará lugar al primer género dramático, la
tragedia en Grecia. Utilizan máscaras de oscuro significado y se cubren con
pieles de animales en un primer intento, primario e inconsciente, de torcer el
dictado de la naturaleza, simulando ser lo que ella no quiso que se fuera.
Estamos lejos todavía del teatro, que sólo se producirá, como afirma
Aristóteles, cuando alguien simula y otros contemplen y acepten la convención.
Habrá teatro, en efecto, cuando un actor finja ser el guerrero vencedor que
devora el corazón del vencido para adquirir valor sobre los demás.
Precisamente amigo Leonardo, Los Mucus-Jiraharas tenían teatro antes de la
llegada de los españoles como dice el antropólogo trujillano Américo Briceño
Valero, en el siglo XIX: "tenían unos lanchones de piedra que edificaban
al lado de una laguna en pleno páramo de Mucuchíes: cantaban, bailaban, mimaban
y recitaban un texto en honor a la Bajada del Ches", donde un guerrero se
quejaba por la desgracia de despojo de sus tierras que hicieron los primeros
pobladores que venían a caballo con perros que se comían un indígena en menos
de diez minutos, vomitaban fuego por sus trabucos y un cura regaba agua
bendita". (El héroe es un paradigma del comportamiento humano perfilado en
la tradición oral y fijado literariamente en la Epopeya, primer sustento del
hecho teatral).
Además, dos términos de este primitivo ritual que comenta don Tulio Febres
Cordero que presenció en el páramo en 1939 (La Bajada del Ches), nos alertan
especialmente: los aborígenes Mucus hacían primero un mercado donde
intercambiaban alimentos y frutas, después hacían el ritual y después tomaban
la chicha y entraban en un delirio colectivo que culminaba con el tráfico
sexual. Este primitivo ritual que deviene en parranda, borrachera, delirio
colectivo; aspecto lúdico para nuestra existencia y que forma parte sustantiva
de los ritos en honor al dios de la laguna: el ches, amo y señor. (el término
acción prolongará su raíz semántica hasta significar drama). El hechicero,
chamán, sacerdote, al que se le suponen extraordinarios poderes curativos y
adivinatorios, dirigirá el ritual como oráculo de lo inasible.
Los antropólogos como Miguel Acosta Saignes han averiguado sobre los rituales
primigenios con sus apariciones públicas con la misma meticulosidad que un
actor se prepara. Se ejercitaban en prestidigitación, logrando sorprendentes
cambios de voz, simulan desmayos y crisis nerviosas, se provocan vómitos con
sangre... ¿Pura simulación teatral? "El teatro debería saludar la
aparición del teatro en Venezuela con "La Bajada del Ches" que
ocurría tres lunas después del solsticio de verano, hace por lo menos dos mil
años.

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