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6.11.25

Una sinfonía shakespeariana de odio y traición, por Luis Perozo Cervantes

 Una sinfonía shakespeariana de odio y traición: crítica teatral a la Tragedia de Macbeth de Alfredo Peñuela

Por Luis Perozo Cervantes

¡Hacer teatro es verdaderamente difícil! Pero hacer buen teatro es una empresa humana que raya en el sacrificio. El pasado 4 de noviembre la compañía Baralt Teatro Clásico nos mostró cómo con dedicación epicúrea, tenacidad y creatividad se puede hacer buen teatro en Maracaibo. La tragedia de Macbeth es un hito de la cultura occidental y, al menos unas trescientas personas, pudimos ser testigos del ritmo ascendente de una tragedia clásica.

La dirección del montaje y la versión del texto fue tejida con paciencia durante al menos tres años por Alfredo Peñuela, a quien pudimos ver en horas previas al montaje contando pasos sobre el escenario, pensando en cada posible detalle, recorriendo dentro de su mente los cuatro meses de ensayos, que de lunes a sábado, fueron construyendo la robustez actoral de la obra.

La disposición escenográfica ideó un dispositivo interesante que permitía a los actores cambiar de vestuario en medio de los sincopados reveses de la narración. Así, a vuelta de tuerca, un mismo actor podía deshacerse del peso de un personaje para encumbrarse en otro mucho más complejo. Once personajes, un coro y la responsabilidad histórica de montar Macbeth, solo con 7 actores. Diríamos que es una fórmula imposible.

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El Macbeth de José Luis Montero fue soberbio, seductor e intenso. Desde la primera escena junto a Macduff, pasando por los delirios que asfixiaban su realidad después de asesinar al Rey Duncan y a Banquo, se notó el peso del protagonista. Sin duda, la escenificación estaba sostenida por la disciplina, la talentosa memoria y el cañón de voz de Montero, quien lleva el título de primer de actor de ciudad con mérito. El texto de Alfredo Peñuela en la voz de José Luis Montero, hizo que las dos horas con catorce minutos que duró la obra fueran un derroche de talento pocas veces visto en la historia del teatro zuliano.

A su lado Lady Macbeth, interpretada por Doris Chávez, la dama de hierro del teatro zuliano, mostró el poder de la experiencia y los años de trabajo en el aserrín prismático de las tablas. Sensualidad, ironía, ambición y sed de poder vibraban en los ojos de la actriz que logró arrancarle risas al público en medio de la tensión y mantenerlos expectantes en los momentos de la traición y el miedo. Hay que destacar que Doris Chávez no solo interpretó el muy difícil papel de Lady Macbeth, sino que dio vida a la bruja Hécate, que en la versión del Alfredo Peñuela hace las veces de hechicera y oráculo, logrando construir un personaje rítmico y sórdido, que en sus dos intervenciones pobló el escenariode una atmosfera mágica y misteriosa. Ella brilló en la hoguera de lo dicho y mostró que su cuerpo de zarza bíblica se mantiene erótico, firme, deseado, a pesar del tiempo, ya que le robó a los espectadores el aliento en una escena de índole sexual que desnudó su talento.

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Romer Urdaneta por su parte es un espíritu del teatro. Interpretó al Rey Duncan con mayor éxito que segundo personaje, el Narrador. Pero su forma de caminar en el escenario, ese brinquillo eléctrico que le dio estilo a su presencia, nos cautivó a todos. No es posible criticarlo sin entender quién es Romer Urdaneta, maestro de generaciones, Mambrú mismo vuelto carne y pueblo, cuya aparición en La tragedia de Macbeth es un acontecimiento por sí solo. Supongo que la accidentada lectura de su narrador, obedecía más a una desincronización con los tiempos de una obra muy compleja que a su talento innegable. Si hubiese otra puesta en escena de este espectáculo, estoy seguro que cualquiera de sus errores de lectura no se repetirían.

El caso de la representación de los personajes de Banquo / Macduff, dos difíciles personajes interpretados el mismo actor, Néstor Parra, ponen de manifiesto una crisis actoral que atravesó el montaje. No es posible que dos personajes tan complejos y con sendos monólogos que son clásicos en el mundo actoral, recayeran en el mismo actor. Lo digo, para quienes no conozcan la trama de la obra, estos dos personajes representan a los más robustos contrincantes de Macbeth. Néstor Parra, que no es un niño sino un actor con más de 20 años de carrera en algunas representaciones, asumió el reto de interpretar dos personajes muy difíciles y no estoy seguro si logró diferenciarlos actoralmente. No es que su actuación haya sido mala, muy por el contrario, en ambos monólogos logré conectarse con él y hasta se erizó mi piel por el dramatismo que logró en la escena. Pero su voz, no preparada para asumir los problemas de acústica del teatro y los desaciertos del vestuario de Banquo, no permitieron que el personaje se independizara del actor. Un actor, que desplegó memoria y movimiento de manera ejemplar, pero cayó en la trampa de intentar hacer lo imposible, ser dos veces el némesis de Macbeth sin parecer el mismo. Si la obra se volviese a montar, Néstor Parra no debería interpretar a Banquo, sino quedarse con el sólido papel de Macduff.

En cambio Malcolm, el príncipe heredero víctima de la ambición de Macbeth y su esposa, fue interpretado por Miguel Ángel Palma, una actuación que comenzó siendo tímida y fue montándose en el alazán de la batalla. El esfuerzo de representar a este personaje de psicología insegura que termina por tomar aliento y convertirse en rey, se vio premiado en el brío que el joven actor impuso para ponerse a nivel del resto del elenco. En cambio, su primera aparición como Soldado Desconocido no me convenció, sobre todo porque el vestuario estaba desentonado con el tiempo de la obra, parecía un guardia nacional, viajero del tiempo, que vino a morir en el escenario del Teatro Baralt. Si la obra lograra al menos una segunda función, hay que atender ese problema, que aunque suceda en los primeros minutos, puede llevarse en la memoria el resto de la obra.

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La otra voz juvenil en La tragedia de Macbeth fue Emily de la Rosa, formada en el taller de teatro de Baralt Teatro y según tengo entendido, desarrollando ahora sus estudios en la Facultad Experimental de Arte, es un caso singular que dispone de belleza y talento. Es verdad que la mayoría de nuestros actores y actrices son feos, en cuanto al canon de belleza occidental, pero Emily no, ella viene a lavar esa mácula del prejuicio. (Lamentablemente la industria del espectáculo y la de la belleza, son una carnicería real de nuestro tiempo, e ignorarla, es cerrar los ojos a un fragmento de la realidad) Su interpretación de Lady Macduff resultó correcta pero malograda por el avanzado tiempo de la obra y atrapada en un momento de distensión, justo antes de la etapa resolutoria. La escenificación de su muerte valía unos aplausos. Yo habría esperado que hiciera un poco más de drama en su relación con el bebé que tenía en sus brazos, pero creo que su contención era parte de la construcción del personaje. En cambio el personaje de la Monja, la logró con musicalidad y soltura. Su voz y su presencia la exponen como una apuesta certera de nuestra futura industria teatral.

El Asesino interpretado por Ángel Peña venía cargado de prejuicios, por comentarios que escuché sobre los ensayos, pero me sorprendió la emoción que comunicaba el actor en sus parlamentos. Como se presentó ágil en situaciones densas, superando mis expectativas. Este joven, egresado de la Escuela de Teatro Inés Laredo, cumplió con su papel y ganó experiencia escénica, valiosa, y aplaudo a la dirección por darle la oportunidad de subirse al monstruo susurrante que es el teatro en plena función.

Detrás del dispositivo escénico estaba la más etérea de las actuaciones: Ana Medina comandando el piano. La joven médica, directora de Coro Baralt, fue indispensable para que dos horas de actuación se convirtieran en una sinfonía shakespeariana del odio y la traición. No sé cuánto tiempo ensayaron juntos, pero el resultado fue tan perfecto, que el público podría pensar que Alfredo Peñuela escribió el libreto encima de la partitura de Ana Medina.

Pero así como hay cosas buenas, debo destacar la falta de profesionalismo y responsabilidad de María Fernanda Ortega y su equipo técnico. Salvo el técnico de iluminación, el señor José Cabrita, que hizo el diseño de luces y permaneció en su puesto de trabajo toda la función, el resto del personal técnico del teatro demostró una falta de respeto y un desinterés total por la obra. Las risas y el alboroto del pasillo que hay detrás del escenario, un oído como el mío, podía escucharlo en la cuarta fila donde me encontraba durante los primeros minutos. Pero el defecto imperdonable fue al final de la obra: casi 5 minutos, donde los actores interpretan el asedio y la batalla final de Macduff y Macbeth, un sonido desproporcionado de caballos, sables y ¡CAÑONES!, hacía imposible escuchar los diálogos. ¿Dónde estaba el técnico del sonido, la asistente de producción y la productora misma? Nos enteramos después que no estaban en el escenario sino en el comedor, riendo, y ansiosos porque terminara la obra, en vez de estar en sus puestos de trabajo apoyando a una producción de una compañía estable del teatro Baralt. El personal técnico de cualquier teatro es parte del elenco de una puesta en escena, y es una grosería que no permanezca en piso aunque la obra dure dos horas. La señora Ortega anota una falta más a su ya abultada lista de maltratos a los compañeros artistas que hacen vida en el teatro. Algo grave que corregir con disciplina y compromiso. Pero ¿cómo recuperar cinco minutos de parlamento perdidos al final de una obra?

Para finalizar, y muy a pesar de cualquier falla, la magnitud de lo sucedido el 4 de noviembre en el Teatro Baralt no merece un calificativo menor al de magnífico. Representar una obra tan compleja de Shakespeare, haber convocado un elenco que mezclara experiencia y juventud, contar con más de 4 meses de ensayos ininterrumpidos y que un teatro de la magnitud histórica del Baralt invierta sus recursos en lograr que esto llegue a buen término, es un acto heroico, que se inscribe entre las grandes proezas culturales de nuestra sociedad. Esta obra necesita volver a presentarse, pero atendiendo los detalles. José Luis Montero y Doris Chávez podría extrapolar sus monólogos y diálogos para ponerlos a rodar en las universidades y centros culturales del país como una versión resumida de Macbeth. Y el Zulia debería rendirle homenaje a quienes lograron montar por primera vez La Tragedia de Macbeth en una ciudad que parece estar en reconstrucción. Larga vida a la Compañía Baralt Teatro Clásico y a Jesús Lombardi, Director General del Teatro, quien ha hecho el milagro de convertir al Baralt en el epicentro cultural de la ciudad.

Fotografias: Rael Timaure

(Tomado de El Maracaibeño, 05-11-2025) 

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