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5.11.25

Macbeth en el Teatro Baralt de Maracaibo, por Alexis Blanco

Macbeth brindó una lección de teatro clásico 
en la nueva era del Baralt.

 

¡Palacio de Baralt! ¡Avenida 5 con calle Venezuela! ¡Maracaibo!

Por Alexis Blanco

Solo Shakespeare salva a William Shakespeare…Siempre resultará una experiencia interesante, para un teatro histórico, como el Teatro Baralt, programar una de sus piezas.

Aún más lo será, para una ciudad como Maracaibo, presenciar una tragedia como Macbeth. Disfrutar de las soberbias interpretaciones de Doris Chávez y José Luis Montero, como la pareja poseída por los demonios del poder, la ambición, el escarnio de la muerte y el agobio de la culpa, resultó una prodigiosa emoción compartida por un público harto entusiasta que plenó la parte central de las butacas de la Gran Sala.

Un lujo exquisito estrenar Shakespeare con (casi) todas las de la ley, sí señor. Dentro de tres semanas participaré en la Conferencia Nacional de Críticos de Teatro (será vía virtual, por lo que todos podrán presenciar las ponencias). Esta reseña sobre y desde La Tragedia de Macbeth, intentará fundamentar un conjunto de reflexiones “científicas y estéticas”, desde una pieza de superior talante.

Lo primero que apuntaré tiene que ver con mi reconocimiento a los actores. Los amo profundamente a todos. He tenido, seguramente continuaré teniendo, el placer y la angustia grata de actuar junto con ellos sobre un escenario y ante un público que se ha gastado unos cobres para venir a verte.

Artistas como Doris y José Luis, como mi legendario carnalito, Romer Urdaneta, el Néstor Parra, la hermosa Emily de la Rosa y el joven Miguel Ángel Palma se han maquillado, orado, emocionado y extenuado junto conmigo, haciendo teatro en una ciudad que lo agradece. No conocía a Ángel Peña, pero advertí su esencia y, tal como recomienda la colega Marlene Nava, deberá trabajar mucho para mejorar sus condiciones histriónicas naturales. Sin duda: un elenco envidiable.

Detrás, como una sombra divina, a ratos poderosamente sombría, con una sonoridad de rondó barroco, la joven maestra pianista Ana Medina nos garantiza que se avecinan grandes cosas para la escena musical zuliana.

Estamos ante otro de los grandes milagros culturales que se vienen sucediendo en el Teatro Baralt, bajo la égida de su director gerente general, el arquitecto Jesús Lombardi Boscán. Ha sido él quien ha estimulado la creación y proyección de todos estos nuevos hitos referenciales para las artes escénicas y auditivas, en particular y para toda la cultura y sus oficios, en general. Eso, se agradece.

Desde nuestra pasión (todos mis seres queridos, mis afectos, aman el buen teatro y mis dos hijos contaron con los sonetos de Shakespeare como “lullabys”, canciones de cuna).

Otra confesión “crítica”: soy denodadamente supersticioso, como buen hombre de teatro y aún más en mi rol de Cronista Barroco o Barroco Cronista. Macbeth es una pieza llena de oscuridades y presagios. Una obra considerada como “maléfica y pavosa”. Por ello me resultó inquietante, por muy bien desarrollada, esa escena donde la bruja “Hécate Chávez” realiza su conjuro y somete a Lord Macbeth a la inquisición shakesperiana.

Un momento de sublime teatralidad, como también lo es la escena donde el Asesino cercena la vida de la mujer y del bebé del noble enemigo. Jodida escena. En contraste, ese instante erótico de los criminales Macbeth, con una antinómica mísera sensualidad de amantes yermos. Logro escénico abyecto y desalmado.

Montero es, sin mezquindad alguna, uno de nuestros insignes históricos Primeros Actores. Macbeth ha sido para él un trago largo y calcinante. A vuelo de cuervo desnudo recordábamos performances legendarias de actorazos como Laurence Olivier, Ralph Fiennes, Denzel Washington, David Tennant o Michael Fassbender.

En la escena venezolana también Macbeth ha generado tabúes y pasiones. Enrique León representó fragmentos. Carlos Giménez la montó con una extraordinaria Pilar Romero. Luego vendría la trágica debacle Rajatabla. Orlando Arocha la hizo con su Teatro del Contrajuego. José Tomás Angola la hizo bajo la dirección de Federico Pacanins. Esteban Herrera y Rafael Briceño exclamaron “¡Zape!”, cuando se las propusieron. Igual le dije yo al director Alfredo Peñuela cuando me la propuso para acompañarlo en el elenco.

Fue el genial Harold Bloom (Nueva York,1930-2019) quien escribió sobre los malos augurios atribuidos a la pieza. En un seminario sobre teatro clásico, en Bogotá o Medellín, eso no lo recuerdo ahora, el maestro Enrique Buenaventura se irritó un poco sobre este tipo de comentario y, letras más, letras menos, se despachaba el asunto de modo categórico:

“¡Pamplinas! La literatura no debería alienar a nadie de esa mala manera. Mucho menos el teatro. Las leyendas urbanas van y vienen y es nuestro deber detenerlas, confiscarlas. Aunque también es cierto que el teatro tiene un muy rico imaginario. La condición esencial para que te sucedan cosas malas es que nunca te niegues a ejercer el verbo “Vivir”. Es la vida la que sobrevuela y conjura y perjura. Todos moriremos, cuando nos ocurra. Mientras tanto, Teatro”.

El mismo actor Angola le declaró al “Papá de los helados” de la crítica teatral venezolana, El Espectador Edgar Moreno Uribe: “Lo que sí podemos juntar a esta pieza es la poesía demoledora, la enorme genialidad de Shakespeare, la potencia de su discurso y lo aleccionadora que es para nuestro tiempo. Shakespeare no fue un dramaturgo, fue un profeta”.

Ezequiel Paz fue el asistente de Alfredo Peñuela, el director, quien también hizo la versión ad hoc. Tendríamos que consagrar un cuadernillo extraordinario para revisar junto con él las innumerables licencias y “albedríos”, uno menos descabellados que otros, que terminaron recreando una casi insuperable proeza para los intérpretes. En un afán de originalidad a ultranza empantanó al propio Shakespeare. No es novedoso, tampoco es vanguardista, o trans, o lo que rayos él pretendiere hacer al dejar ahí, expuestos y casi desnudos, íngrimos y desposeídos, a sus actores, ante un público lleno de dudas al respecto.

La tarea de todo buen director es despejar el camino hacia la perplejidad y el delirio. Jamás, al revés. Si esos cambios de vestuario en escena los dispuso como el viejo recurso de marcar transiciones o imponer metáforas o señalar estímulos, la incomodidad de la mayoría de los espectadores sentenció la fallida intentona.

Quizás esos recursos escénicos, como el doble podio o el blanco bastidor iluminado de rojo, el vestuario en código negro, las pelucas, las espadas (esa última escena donde Macbeth pelea con la espada sin desenfundar fue un jodido “blooper”, nunca debió ocurrir), así como la cabeza de algún animal degollado (si la vió algún activista podría haber demandas o reclamos) cual símbolo tipo “dos más dos, etcétera”. Esto no generó asombro alguno. Para nada.

Nuestros directores de teatro tienen que pensar más en la experiencia sensible y gregaria, esto es, la comunión entre los artistas con su público, antes que en sus íntimas necesidades narcisistas, esto es, una búsqueda insaciable de ser vistos como dioses inmortales.

El mundo está aquí, en la piel, donde los nervios están interconectados por un precioso sistema cuyos enlaces serán, siempre, el corazón y el cerebro. Ahí, en las sinapsis compartidas, está el origen de este negocio de los asombros y las perplejidades. Del vértigo del ser y del creer.

La música orienta mi idea de la diferencia de los caprichos y despropósitos de un director que piensa que su público es una masa ignorante que se tragará toda su parafernalia megalómana y lo que significa el "capriccio" en música clásica. Ésta es “una composición de forma libre, a menudo rápida, intensa y virtuosa, que se caracteriza por un carácter vivo y animado…”. Esos cánticos sí que son un gran logro de Peñuela y su maravillosa cómplice musical. Caprichos a lo Paganini o a lo Rimsky-Korsakov.

Sentí emoción con estos “Rondó”, digo, estos estupendos actores concitados bajo la batuta de un Peñuela in crescendo, desde su Romancero Shakespeare, luego El Informe Kafka hasta esta piedra diamantina que amerita seguir siendo tallada y tallada. Recomiendo verla, una y otra vez, porque las grandes lecciones de teatro suelen ser continuas y aquí estamos ante una tesis doctoral en ciernes.

Es magistral esa línea de la pieza, cuando en el banquete donde Lord Macbeth comienza a alucinar delirante de culpa, la muy mardita Lady le increpa: “Habéis eclipsado la alegría”. Esperémosla, en la próxima función, ojalá más íntima y orgánica. Hacer buen Shakespeare, en Maracaibo, es un lujo progresivo y progresista. ¡Salud!

A group of people on a stage

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Tomado de Noticia al día, miércoles 5 de noviembre, 2025. 

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