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18.11.25

Ni caníbales ni actores: Un entremés que nunca llega a los huesos, por Sebastián Lairet* (Colombia)

 Ni caníbales ni actores:
Un entremés que nunca llega a los huesos

Obra: ¡Cómemepor favor!  Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

por Sebastián Lairet*

En tiempos donde el teatro colombiano oscila entre la complacencia institucional y la urgencia de decir algo que realmente importe, aparece una pieza inusitada: ¡Cómeme, por favor! escrita por Carlos Rojas y dirigida por Armando Ariza, bajo la producción de Bogotarte y La Fábrica Escénica. Un montaje que, de entrada, parece saber exactamente dónde clavar los dientes: en el deseo contemporáneo convertido en síntoma, en la afectividad resquebrajada, en el cuerpo como territorio de guerra emocional. Qué alivio encontrar una obra que asume que el teatro todavía puede incomodar sin pedir disculpas y dar bofetadas al público.

Pero, como ya advertía Barthes en El placer del texto, no toda provocación alcanza la estatura del goce. A veces, se queda en anuncio, en promesa, en gesto sin sustancia. Allí reside el núcleo del problema de ¡Cómeme, por favor! es una puesta sólida, un texto lúcido, un andamiaje visual inteligente… sostenidos por dos actores que jamás comprenden la densidad que sus personajes exigen.

El diseño escénico concebido por el director funciona con precisión: la luz delimita heridas, el espacio actúa como caja torácica y el ritmo respira entre ansiedad y silencio. La dirección entiende el material, lo escucha, lo deja hablar. El texto no confunde crudeza con vulgaridad ni psicología con parloteo. Tiene aspiración, estructura y una honestidad poco frecuente en la cartelera local.

Obra: ¡Cómemepor favor!  Dir. Armando ArizaFoto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

El desempeño actoral de Juliana Cortés, sin embargo, aborda su personaje como quien interpreta la idea de una divinidad, no la conciencia misma. Exagera, subraya, insiste en un repertorio emocional aprendido de memoria: intensidad sin profundidad, quiebre sin fractura, gesto sin conflicto. Es una clase maestra de cómo no habitar un personaje. Frente a un texto que exige desgarramiento psicológico, Cortés ofrece ansiedad y sexualidad vana. Todo está afuera, nada adentro.

Obra: ¡Cómemepor favor!  Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

Por su parte, el actor Carlos Andrés Prieto transita la obra con la neutralidad de quien teme mancharse la chaqueta de chef. Su personaje debería ser un campo minado de hambre afectiva, contradicción y violencia emocional soterrada.

Pero, Prieto opta por la comodidad: dicción apresurada, gesto incorrecto, emoción sin verdad. Nada se arriesga. Nada se expone. Un personaje que debería incendiarse y que, en sus manos, no logra ni encender la estufa. Torpe con la utilería, incapaz de realizar un simple corte en la carne. Y el teatro, cuando es indiferente, es irrelevante.

Lo más alarmante no es que ambos se quedan cortos; es que parecieran no entender la obra en la que actúan. No comprenden lo que dicen, no existe coherencia entre la palabra y la acción escénica. ¡Cómeme por favor! exige fisicalidad pulsante, vulnerabilidad descarnada, vértigo emocional. Los intérpretes no sólo no llegan allí: lo evitan.

Mientras el texto se hunde en las zonas más incómodas del deseo -la herida, la dependencia, la violencia afectiva, la autopercepción rota-, los actores responden con protocolos estándar, con un repertorio expresivo que no se atreve a desviarse un milímetro del manual.

El resultado: una obra que quiere cortar sostenida por intérpretes que prefieren no despeinarse. El desfase es evidente. Y es grave. Dos actores consumidos por su ego y su comodidad, incapaces de comprender la palabra que pronuncian.

Obra: ¡Cómemepor favor!  Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

Para que ¡Cómeme por favor! funcione, se necesitan actores de verdad. No dos vomitadores de textos. Deben ser territorio, herida, hambre. Nada de eso aparece. Sus cuerpos están, sí, pero su interioridad está vacante. Y sin esa interioridad la obra pierde la mitad de su espina dorsal.

Lo paradójico es que el montaje está ahí, completo, respirando, esperando intérpretes que lo habiten y no que simplemente lo reciten. La dramaturgia tiene filo; la escena tiene atmósfera; la propuesta tiene músculo. Lo único que falla -y falla de forma determinante- es la actuación, ese componente que convierte el verbo en carne.

Obra: ¡Cómemepor favor!  Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

La dirección de Armando Ariza funciona como una partitura coreográfica en medio de dos intérpretes que no existen para la escena. Su lectura del material es rigurosa, meticulosa, incluso inteligente: construye un andamiaje que respira, que pulsa, que propone; crea tensiones claras, dispone imágenes que dialogan entre sí y permite que la dramaturgia encuentre su propia punta.

Ariza dirige con precisión filigrana y con una valentía rara en la escena teatral colombiana, donde lo valiente suele confundirse con desproporción. Aquí no hay exceso: hay criterio. El problema es que dirige a dos histriones empeñados en desobedecer el montaje, como si su trabajo fuese un obstáculo para lucirse. La dirección hace todo lo que puede; los actores sólo dan lo que pueden y ya, no le pidas más porque no dan más de ahí. Son dos lisiados escénicos.

En cuanto a la escritura de Carlos Rojas, la pieza revela a un autor que no escribe desde la intelectualidad ni desde la necesidad de escandalizar, sino desde la comprensión profunda de la herida contemporánea.

Su texto no pide gritos, pide capas; no exige histeria, exige precisión; no construye metáforas vacías, sino tensiones que se encarnan en la relación, en la palabra y en la fragilidad humana.

El autor escribe con agudeza y con una sensibilidad incómoda que obliga al actor a trabajar de verdad. Su dramaturgia no admite facilismos: exige interioridad, vértigo, riesgo real.

Por eso, duele más ver cómo ese texto, dispuesto a ser devorado, termina en manos equivocadas, un error de elenco que lastima la obra y se le adjudica a la dirección. La escritura está; lo que falta es quien se atreva a escenificar sin miedo a ser devorado por las palabras de Rojas.

Obra: ¡Cómemepor favor!  Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

En definitiva, se trata de una propuesta teatral que se consolida como uno de los trabajos más destacados del año 2025 en Bogotá.

La producción de Rojas y Ariza se sitúa con firmeza en la mejor escena nacional. Bogotarte y La Fábrica Escénica confirman así su misión: ofrecer teatro de peso artístico, visibilizar lo mejor del teatro colombiano y permitirnos reflexionar.

Es una lástima que todo el esfuerzo del montaje se vea traicionado por actores que no pueden sostenerlo. La dupla Cortés y Prieto, no muerden, no sienten, no habitan. Aquí la dirección no los encontró. Fue una propuesta reveladora en fondo y forma, contundente en su eficacia artística y plena de aspectos de mensajes que captaron la atención del espectador.

Obra: ¡Cómemepor favor!  Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025

¡Cómeme por favor! merece más salas, otra temporada más larga y la oportunidad de ser presentada con intérpretes capaces de habitar su riesgo. Es un montaje que recuerda que el arte teatral está siempre disponible para provocarnos, cuestionarnos y hacernos pensar.

 

*Sebastián Lairet. Teatrólogo, ensayista e investigador teatral. Creador de un método de análisis tonal del lenguaje escénico y autor de varios ensayos sobre teatro y danza.

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