Un entremés que nunca llega a los huesos
| Obra: ¡Cómeme, por favor! Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025 |
por Sebastián Lairet*
En tiempos donde el
teatro colombiano oscila entre la complacencia institucional y la urgencia de
decir algo que realmente importe, aparece una pieza inusitada: ¡Cómeme, por favor! escrita por Carlos Rojas y dirigida por Armando Ariza, bajo la producción de Bogotarte y La Fábrica Escénica. Un montaje que, de entrada, parece saber
exactamente dónde clavar los dientes: en el deseo contemporáneo convertido en
síntoma, en la afectividad resquebrajada, en el cuerpo como territorio de
guerra emocional. Qué alivio encontrar una obra que asume que el teatro todavía
puede incomodar sin pedir disculpas y dar bofetadas al público.
Pero, como ya advertía Barthes en El placer del texto, no toda provocación alcanza la estatura del goce. A veces, se queda en anuncio, en promesa, en gesto sin sustancia. Allí reside el núcleo del problema de ¡Cómeme, por favor! es una puesta sólida, un texto lúcido, un andamiaje visual inteligente… sostenidos por dos actores que jamás comprenden la densidad que sus personajes exigen.
El diseño escénico
concebido por el director funciona con precisión: la luz delimita heridas, el
espacio actúa como caja torácica y el ritmo respira entre ansiedad y silencio.
La dirección entiende el material, lo escucha, lo deja hablar. El texto no
confunde crudeza con vulgaridad ni psicología con parloteo. Tiene aspiración,
estructura y una honestidad poco frecuente en la cartelera local.
| Obra: ¡Cómeme, por favor! Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025 |
El desempeño actoral de
Juliana Cortés, sin embargo, aborda
su personaje como quien interpreta la idea de una divinidad, no la conciencia
misma. Exagera, subraya, insiste en un repertorio emocional aprendido de
memoria: intensidad sin profundidad, quiebre sin fractura, gesto sin conflicto.
Es una clase maestra de cómo no habitar un personaje. Frente a un texto que
exige desgarramiento psicológico, Cortés ofrece ansiedad y sexualidad vana. Todo
está afuera, nada adentro.
| Obra: ¡Cómeme, por favor! Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025 |
Por su parte, el actor
Carlos Andrés Prieto transita la
obra con la neutralidad de quien teme mancharse la chaqueta de chef. Su
personaje debería ser un campo minado de hambre afectiva, contradicción y
violencia emocional soterrada.
Pero, Prieto opta por
la comodidad: dicción apresurada, gesto incorrecto, emoción sin verdad. Nada se
arriesga. Nada se expone. Un personaje que debería incendiarse y que, en sus
manos, no logra ni encender la estufa. Torpe con la utilería, incapaz de
realizar un simple corte en la carne. Y el teatro, cuando es indiferente, es
irrelevante.
Lo más alarmante no es
que ambos se quedan cortos; es que parecieran no entender la obra en la que
actúan. No comprenden lo que dicen, no existe coherencia entre la palabra y la
acción escénica. ¡Cómeme por favor!
exige fisicalidad pulsante, vulnerabilidad descarnada, vértigo emocional. Los
intérpretes no sólo no llegan allí: lo evitan.
Mientras el texto se
hunde en las zonas más incómodas del deseo -la herida, la dependencia, la
violencia afectiva, la autopercepción rota-, los actores responden con
protocolos estándar, con un repertorio expresivo que no se atreve a desviarse
un milímetro del manual.
El resultado: una obra
que quiere cortar sostenida por intérpretes que prefieren no despeinarse. El
desfase es evidente. Y es grave. Dos actores consumidos por su ego y su
comodidad, incapaces de comprender la palabra que pronuncian.
| Obra: ¡Cómeme, por favor! Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025 |
Para que ¡Cómeme por favor! funcione, se
necesitan actores de verdad. No dos vomitadores de textos. Deben ser
territorio, herida, hambre. Nada de eso aparece. Sus cuerpos están, sí, pero su
interioridad está vacante. Y sin esa interioridad la obra pierde la mitad de su
espina dorsal.
Lo paradójico es que
el montaje está ahí, completo, respirando, esperando intérpretes que lo habiten
y no que simplemente lo reciten. La dramaturgia tiene filo; la escena tiene
atmósfera; la propuesta tiene músculo. Lo único que falla -y falla de forma
determinante- es la actuación, ese componente que convierte el verbo en carne.
| Obra: ¡Cómeme, por favor! Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025 |
La dirección de Armando Ariza funciona como una
partitura coreográfica en medio de dos intérpretes que no existen para la
escena. Su lectura del material es rigurosa, meticulosa, incluso inteligente:
construye un andamiaje que respira, que pulsa, que propone; crea tensiones
claras, dispone imágenes que dialogan entre sí y permite que la dramaturgia
encuentre su propia punta.
Ariza dirige con
precisión filigrana y con una valentía rara en la escena teatral colombiana,
donde lo valiente suele confundirse con desproporción. Aquí no hay exceso: hay
criterio. El problema es que dirige a dos histriones empeñados en desobedecer
el montaje, como si su trabajo fuese un obstáculo para lucirse. La dirección
hace todo lo que puede; los actores sólo dan lo que pueden y ya, no le pidas
más porque no dan más de ahí. Son dos lisiados escénicos.
En cuanto a la
escritura de Carlos Rojas, la pieza
revela a un autor que no escribe desde la intelectualidad ni desde la necesidad
de escandalizar, sino desde la comprensión profunda de la herida contemporánea.
Su texto no pide
gritos, pide capas; no exige histeria, exige precisión; no construye metáforas
vacías, sino tensiones que se encarnan en la relación, en la palabra y en la
fragilidad humana.
El autor escribe con agudeza y con una sensibilidad incómoda que obliga al actor a trabajar de verdad. Su dramaturgia no admite facilismos: exige interioridad, vértigo, riesgo real.
Por eso, duele más ver
cómo ese texto, dispuesto a ser devorado, termina en manos equivocadas, un
error de elenco que lastima la obra y se le adjudica a la dirección. La
escritura está; lo que falta es quien se atreva a escenificar sin miedo a ser
devorado por las palabras de Rojas.
| Obra: ¡Cómeme, por favor! Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025 |
En definitiva, se
trata de una propuesta teatral que se consolida como uno de los trabajos más
destacados del año 2025 en Bogotá.
La producción de Rojas
y Ariza se sitúa con firmeza en la mejor escena nacional. Bogotarte y La
Fábrica Escénica confirman así su misión: ofrecer teatro de peso artístico,
visibilizar lo mejor del teatro colombiano y permitirnos reflexionar.
Es una lástima que todo el esfuerzo del montaje se vea traicionado por actores que no pueden sostenerlo. La dupla Cortés y Prieto, no muerden, no sienten, no habitan. Aquí la dirección no los encontró. Fue una propuesta reveladora en fondo y forma, contundente en su eficacia artística y plena de aspectos de mensajes que captaron la atención del espectador.
| Obra: ¡Cómeme, por favor! Dir. Armando Ariza. Foto cortesía Ingrid Hincapié @ongridpixels © 2025 |
¡Cómeme por favor!
merece más salas, otra temporada más larga y la oportunidad de ser presentada
con intérpretes capaces de habitar su riesgo. Es un montaje que recuerda que el
arte teatral está siempre disponible para provocarnos, cuestionarnos y hacernos
pensar.
*Sebastián
Lairet. Teatrólogo,
ensayista e investigador teatral. Creador de un método de análisis tonal del
lenguaje escénico y autor de varios ensayos sobre teatro y danza.
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