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26.11.25

Oscuro, de noche: La aurora de Baralt Teatro cumplió con creces en el oeste capitalino, por Alexis Blanco, El Barroco Cronista Cuántico.

 Oscuro, de noche: La aurora de Baralt Teatro 
cumplió con creces en el oeste capitalino


Por Alexis Blanco, El Barroco Cronista Cuántico.

La compañía residente del Teatro Baralt extendió su brillante performance artística en el ámbito teatral de Caracas, ofreciendo sendas memorables funciones, el pasado martes 18 y miércoles 19 de noviembre, en el marco del Quinto Festival Nacional de Teatro en su segunda etapa.

Y no sólo evocaría a la diosa Eos, Aurora, transmutada en alguna humilde trabajadora del oeste de la capital de la República, digamos, de la avenida San Martín, en ese Teatro del mismo nombre ubicado en la esquina frente a la estación Artigas del Metro, donde la delegación artística zuliana llegó para contar esa “tragedia en clave de guaguancó” que escribió Pablo García Gámez, una historia muy personal y gregaria a la vez, con la cual, en 2017, ganara el Premio Nacional de Dramaturgia “Apacuana”.

Una liturgia social sustentada en la liminalidad, que el maestro Leonardo Isea montó íntegra, “de pé a pá”, sin quitarle ni una coma y, por el contrario, corriendo el riesgo de extenderla aún más, al agregarle dos instancias dramatúrgicas clave: un poderoso video y una escena en la que un niño recoge del piso los tres casquillos de bala que condensan la gran metáfora sobre la violencia social implícita en el texto.

Durante dos horas, el público de Caracas que acudió al Teatro San Martín se mantuvo en vilo, atento, tan conmovido como perplejo, ante la propuesta de largometraje escénico dispuesta por Isea y su troupe, Baralt Teatro. La compañía volvió a demostrar el perfil que el arquitecto Jesús Lombardi Boscán, director general del Teatro Baralt, propone a sus 23 compañías residentes: extender su pasión y su profesión hacia el país y hacia el orbe entero. Caracas aplaudió con una sincera sonoridad que aún retumba en los corazones del elenco.

Cuando los trece integrantes de la delegación “maracucha” entraron al San Martín, al mediodía del lunes 17 de noviembre, de inmediato comprendieron que su cotidianidad artística transcurre en una especie de “Meliá” institucional. El Barroco Cronista Cuántico advierte que este comentario pretende realzar y elogiar la inmensa capacidad y tesón de cada uno de los obreros y gestores del Teatro San Martín, una proeza artístico-institucional que asumiera nuestro genial dramaturgo Gustavo Ott, y que ahora la Compañía Nacional de Teatro y el Ministerio del Poder Popular para la Cultura están reivindicando a partir del amor por este oficio que nos une.

El Teatro San Martín es un poema público, como su misma historia: “El 23 de Abril de 1993 fue inaugurado en los espacios abandonados de la antigua Lotería de Caracas. Hasta ese momento, las instalaciones construidas originalmente en 1942 y abandonas en 1975, estuvieron destinadas a depósitos de objetos inservibles. Dieciocho años más tarde se creó el teatro como centro cultural con el fin de cubrir las necesidades artísticas de la comunidad de San Martín, Vista Alegre, Las Adjuntas, La Yaguara, Bella Vista, La Vega, El Paraíso, Montalbán, Antímano, Carapita y Caricuao…”.

Un bello sueño gestado por Ott, quien lo estrenó con su hermosa pieza Nunca dije que era una niña buena. La leyenda urbana recogida por este BCC registra que Ott, “después de vivir en Londres por cinco años (1983-1988). Experimentó el movimiento teatral (“Off Fringe”, o Teatros Marginales), el cual consistía en abrir las salas de teatro a artistas que no habían pasado por escuelas, con una búsqueda experimental, pensando en el público de la zona. Dentro de esa tendencia, se crearon salas en los espacios más inauditos, alejados de los centros tradicionales como salas en garajes, pasillos de oficinas y viejas fábricas…”. Ilustrará a nuestro pueblo saber que el “Off Fringe”, allá por mediados del siglo pasado, propició la irrupción de genios del teatro de la talla de Jerzy Grotowski, Peter Brook (visitó Caracas en 1971 para presentar la obra "Siswe Banzi est mort", ahí, en el Teatro San Martín), Jósef Szajna, Julián Beck o el legendario grupo La MaMa.

De manera que Baralt Teatro estuvo presentándose en el mismo Teatro donde estuvo Peter Brook. Honor y gloria. Leonardo Isea, quien hizo también el personaje de “El Cuatriboleao”, el cual pudo haber sido algún apurado transeúnte más de la congestionada avenida, ponderaba ese factor extra: el rugido doloroso y angustiado de una ciudad que, ya en hora pico vespertina, ruge furiosa como fiera enjaulada.

Ese sonido furioso que nuestro Pablo García Gámez entremezcla, ora citando a Akira Kurosawa y su “Rashomon”, ora al genio Calderón de la Barca en “La vida es sueño”, luego en alguna alusión coqueta al romance de Horacio Oliveira y La Maga de “Rayuela”. Pero, de fondo, “allá abajo”, dice Kenny, héroe trágico que bien pudo salir del barro “Salvador Garmendiano” de “Los Habitantes” o “Los pequeños seres”. Caracas es Oscuro, de noche, donde se mira “un aura de luz, a través de la silueta de los edificios y de los cerros oscuros. La (ciudad) tiene algo de sobrenatural, de metafísico, algo que no es de esta dimensión…”.

Ángel Marín, alma y vida del Teatro Esencial, representó de manera magistral a El Payaso, un inquietante (y por ratos, delirantemente absurdo) personaje mediante el cual García Gámez hila y teje su estructura narrativa. En algún momento, en una importante escena junto con el notable José Luis Davalillo, él representará la farsa tragicómica de los periodistas de sucesos. Las transiciones interpretativas reflejan clase y escuela actoral. Eso lo valoró muy bien el público caraqueño. También ofreció potencia y versatilidad el maestro Rafael Contreras, cuyos sendos roles rezuman la maldad de la vida y la muerte como negocio y quien propuso diferentes perspectivas para comprender esa difícil pieza de Pablo García Gámez.

Dylan Blanco deliraba en cada instancia que le tocó vivir como parte de un elenco que lo asumió como su talismán bendito. De alguna manera su inocencia encajaba una lógica tenaz: él bien podría ser ese mismo malogrado Kenny, algunos años después.

Ángel Eizaga hizo Kenny, el protagonista de “El Dramón” (sic, PGG) y en verdad enganchó a tirios y a troyanos con su naturalidad interpretativa. Fluido y energético, cada aparición suya cultivó ese espíritu de fatalidad que instigaría las lágrimas del público. Un galán en ciernes del oficio escénico zuliano. Un actor “made in Baralt”, dado que él trabaja con el maestro William Quiroz.

La talentosa Stefany Salas sumó méritos para un doble reconocimiento: por un lado devino en todo momento y a cada instancia en una solvente y muy competente gerente de producción. En paralelo desarrolló, con suma terneza que no pasó inadvertida para los especialistas y legos, su rol como la hermosa madre soltera y novia inspiradora de los sueños de nuestro héroe trágico. Algo muy conmovedor y elocuente anidó en su faz y fue ese aplauso lo que consagró su talante y esfuerzo sobre el escenario.

Hablar de talento sobre las tablas es aludir la experiencia exquisita de Maribel Granadillo. Una actriz inspirada y con la bis natural de las grandes comediantas. Su personaje de la vecina brollera que testimonia el asesinato del muchacho está resuelto con clase y sencillez divina. “¡Él se lo buscó!”, increpa y sentencia con esa lógica mortífera de su papel. Obvio que su aplauso fue una fiesta para todos.

Roxana Portillo ha sido una gran compañera en este viaje de amor por el oficio que hemos compartido junto con Leonardo Isea en Baralt Teatro. Ahí he visto crecer sus facultades interpretativas y quizás su único hándicap sea común entre todos los miembros del elenco. Todos ejercemos como directores de escena y eso, cuando estáis actuando, representa una dificultad porque te impide meterte en tu papel y dejar que tu personaje, en concordancia con tu yo interior, haga el trabajo de comunicación pura. Ella trabajó muy duro en eso y por eso su Zenobia alcanzó momentos magistrales. Un actor concentrado al 100% siempre cumplirá a cabalidad los preceptos de relajación y concentración que redundarán en el mejor “pathos” de tu personaje. Mientras más funciones haga de esta obra ella descubrirá mucho mejor cuán maravillosa mente facultada está para el arte de la actuación.

El temperamento y su propio potencial como gran ser humano que él es, faculta al talento de Néstor Parra para florecer en cada función que he tenido el privilegio de verlo representar. Durante el estreno, por ejemplo, en junio pasado, su Cristóbal salió tan compungido, bañado en lágrimas, que por instantes creí que no podría continuar. Nada que ver. Él posee harta escuela y por ello he disfrutado tanto ver cómo ha crecido en su interpretación. Tiene momentos memorables y eso lo premió ese público de las dos funciones en Caracas.

Podría escribir un tratado sobre el enorme placer que me genera actuar al lado de una maestra artista del Teatro como lo es Diana Labrador. Desde aquí, Caracas, la propongo para una Estrella en nuestro magnífico Paseo frente al Teatro de Teatros el Teatro Baralt. Esa actuación suya, tan minimalista como afectuosa en su papel de La Abuela, suscitó la colectiva admiración del respetable público capitalino. Karla Isea, el grupo del estado Apure, mi familia Salas Blanco, Aníbal Grunn, los hermanitos Escalona D’ Albano, el abuelito de Dylan, los técnicos del San Martín, todos, todos, reconocieron la gracia de esta maravillosa hermana de mi vida teatral, con quien he tenido la dicha de trabajar desde hace 45 años.

Leonardo Isea es, por encima de todas las cosas, un magistral actor. Como director demostró técnica y harta valentía. Venezuela es un país donde el Instituto Nacional de Tránsito Terrestre tiene registradas un millón y medio de motocicletas. Pero él, como director, comprendió con claridad que la historia de PGG no es sólo la de un muchachito asesinado para robarle una puta moto. Es mucho más que eso: es la jodida historia de un continente donde la violencia institucionalizada subvierte y menoscaba el pleno derecho y libre albedrío en el ejercicio de la vida. Ni menos que eso es el quid del asunto en “Oscuro, de noche” (desde Kenya, mi bienamada amiga Silvia Ponte dice que es un título muy hermoso). Por ello el Teatro Baralt, Jesús Lombardi Boscán, su director general, auspició con ahínco y fervor a Baralt Teatro y a su director artístico, para que esta magnífica empresa artística y cultural haya coronado con creces su esfuerzo de participar en el Quinto Festival Nacional de Teatro en Caracas. Enhorabuena.

En cuanto al asunto técnico se refiere, Leonardo Isea asumió una serie de riesgos estéticos clave. El comentario lúcido de algunos maestros, como Alexander Ventura y el mismo Grunn se enfocaron en el planteamiento de la iluminación. Un excesivo uso de apagones o “blackouts” (alguno mencionó al inolvidable director teatral Armando Gota, quien quizás marcó una etapa y agotó el recurso) indujo cierto contrarritmo visual que quizás pudo haberse mejorado con una revisión al plan de luces. Lamentablemente el gran luminito del Teatro Baralt, José Luis Cabrita no pudo viajar a Caracas y su lugar fue ocupado por Laura, la hija de Maribel Granadillo, quien realizó un extraordinario trabajo maquillando a todos.

La escenografía y utilería que ayudó a resolver el equipo de producción del Festival, propició un rápido proceso por parte del equipo actoral y resaltó el uso de un ataúd mucho más digno en la escena culminante de la obra.

Los sucesivos y raudos cambios de vestuarios, contribuyeron a definir un conjunto de secuencias que contribuyeron con eficiencia a que el ritmo escénico fluyera. Alexandra Sanabria fue una relevante asistente de escena.

Esa música del espectáculo contiene esos elementos urbanos que allá afuera, en la avenida principal y en pleno corazón de la parroquia San Juan de Caracas, reverberan con sabor caribeño. El pertinente uso del Adaggio de Tomaso Albinoni y la tristeza implícita en los grandes Réquiem criollos (la evocación y el clímax dramático nos pasean por dos excepcionales músicos caraqueños, Vicente Emilio Sojo y José Ángel Lamas) convierten en lacrimoso ese momento culminante de la misa en escena. En el San Martín, Baralt Teatro sonó a redención y gloria. Otro logro estético.

Desde mi condición, auto adjudicada, de Barroco Cronista Cuántico, quiero decir, a propósito de la actuación de este tal Alexis Blanco, que debería ir hasta la Misión Sonrisa, y que luego debería compartir estas líneas de Eduardo Galeano, quien, invisible y memorioso, fue a verlo, en el San Martín y ahí deslizó en su bolso este comentario suyo: "Se puede mirar adentro del otro y ver lo que siente su corazón. Porque no siempre el corazón habla con las palabras que nacen de los labios. Muchas veces habla el corazón con la piel, con la mirada o con pasos se habla. También aprendieron a mirar a quien mira mirándose, que son aquellos que se buscan a sí mismos en las miradas de otros. Y supieron mirar a los otros que los miran mirar. La más importante que aprendieron es la mirada que se mira a sí misma y se sabe y se conoce, la mirada que se mira a sí misma mirando y mirándose, que mira caminos y mira mañanas que no se han nacido todavía, caminos aún por andarse y madrugadas por parirse…”


(Alexis Blanco. El Barroco Cronista Cuántico. ¡Salud!)







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